El patio interior del castillo bullía de murmullos cuando Lyra descendió las escaleras. Las antorchas aún ardían con timidez bajo la luz del día, y el eco lejano de las campanas se desvanecía como un recuerdo persistente. Inspiró con calma. El cristal había despertado, y con él, los hilos del destino.
Los forasteros aguardaban junto a la fuente de los juramentos. No eran muchos, pero el cansancio en sus rostros revelaba un viaje largo y peligroso. Lyra los observó con atención: armaduras gastadas, botas cubiertas de polvo, miradas siempre alerta.
Entonces lo sintió.
El calor.
Kael Ardent permanecía ligeramente apartado, como si evitara el centro y, aun así, lo dominara. El fuego no ardía en su espada, pero vivía en él: en la postura firme, en la forma en que evaluaba cada salida, en la calma tensa de quien ha sobrevivido demasiado.
—Sanadora —dijo una voz serena a su espalda.
Maelis apareció envuelta en blanco. La luz parecía reunirse en su bastón como una promesa contenida.
—El consejo solicita tu presencia.
Lyra asintió, aunque su mirada volvió, traidora, hacia el hombre de la capa roja. En ese instante, Kael giró.
Sus ojos se encontraron.
No fue un sobresalto, sino un reconocimiento silencioso, como si algo antiguo despertara entre ambos.
Kael sintió un tirón en el pecho antes de comprenderlo. No era fuego, ni magia conocida, pero recorrió su sangre con la misma intensidad. En ella vio serenidad y peligro. Vio un abismo que no debía cruzar.
—¿Quién es? —preguntó Kael a uno de los suyos, sin apartar la vista.
—Dicen que sana con cristal —respondió el soldado—. Y que el cristal escucha.
Kael apretó la mandíbula. Había jurado mantenerse lejos de todo aquello que escuchara, exigiera o reclamara. Había jurado no volver a pertenecer.
El consejo se reunió bajo los arcos del patio. Las palabras fueron medidas, las promesas cautas y la amenaza, aunque no nombrada, se hizo presente. Lyra habló cuando fue necesario; Kael, cuando el silencio ya no bastó.
Cada intercambio fue una chispa.
Cada silencio, un riesgo.
—Necesitan guía para cruzar el valle —dijo Lyra al final—. La sombra se mueve al anochecer.
—La sombra siempre se mueve —respondió Kael—. La diferencia es quién decide enfrentarla.
Sus voces se encontraron en el centro del patio. No hubo desafío, solo verdad.
Esa noche, mientras el castillo se recogía en su quietud, el cristal latió una vez más.
Y desde las almenas, el fuego aprendió a esperar.