Sombras de Cristal y Fuego

Capítulo 3 – El valle de las promesas rotas

Partieron antes del alba. El cielo aún conservaba estrellas cuando la comitiva dejó atrás las murallas de Lyrien y se internó en el sendero que conducía al valle. La niebla se aferraba al suelo como una advertencia silenciosa, y los árboles, altos y antiguos, parecían inclinarse para observarlos.

Lyra avanzaba junto a Maelis, pero sentía la presencia de Kael a su derecha. No habían intercambiado palabras desde la partida. El silencio, denso y atento, era un acuerdo tácito.

—El valle responde a las emociones —murmuró Maelis sin volverse—. Mantengan el corazón firme.

Lyra asintió. Kael frunció el ceño. Había enfrentado batallas y ejércitos, no advertencias etéreas. Aun así, cuando el sendero se estrechó y el aire se volvió pesado, comprendió que aquella no era una tierra común.

El frío llegó sin aviso.

No era el frío del clima, sino una ausencia que mordía la piel. La sombra se deslizó entre los troncos, devorando el color del bosque. Uno de los soldados vaciló. El suelo cedió bajo sus pies y un susurro recorrió el valle como un lamento antiguo.

—¡Atrás! —ordenó Kael, desenvainando su espada.

Lyra reaccionó antes de pensarlo. El cristal respondió a su llamado con un brillo azulado que rasgó la niebla. Al tocar la magia, vio recuerdos ajenos: miedo, pérdidas, promesas incumplidas. Los sostuvo con cuidado y los devolvió, como quien cierra una herida invisible.

La sombra retrocedió, pero no desapareció.

Kael avanzó un paso. El fuego despertó en su sangre, recorriéndole los brazos y el pecho. La hoja se encendió con un resplandor contenido, firme, controlado.

—Juntos —dijo Lyra, sin mirarlo.

Kael asintió.

El fuego no consumió el cristal; lo templó. Luz y llama se entrelazaron en un arco brillante que abrió paso entre la oscuridad. El valle pareció exhalar, derrotado por un instante.

Cuando el peligro cedió, el silencio regresó, más profundo que antes. El latido compartido tardó en calmarse.

—No debiste arriesgarte —dijo Kael al fin.

—Tampoco tú —respondió Lyra—. Y aun así, aquí estamos.

Sus miradas se sostuvieron más de lo prudente. No hubo promesas ni juramentos, pero algo había cambiado entre ellos.

El valle quedó atrás.

La misión continuó.

Y el destino, atento, tomó nota.




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