Regresaron a Lyrien al caer la tarde. Las puertas del reino se abrieron con un gemido grave, como si la ciudad misma presintiera el peso de lo ocurrido. El viaje de vuelta fue silencioso; nadie quiso nombrar la sombra que aún parecía seguirlos.
Lyra sentía el cristal inquieto bajo su piel. Cada latido era un recordatorio del poder que había despertado en el valle. Mientras avanzaban por las calles empedradas, percibía miradas curiosas y temerosas. La magia nunca pasaba desapercibida.
El consejo los aguardaba en la sala alta. Maelis ocupaba su lugar junto al estrado, envuelta en luz tenue. Los ancianos escucharon el relato con rostros severos. Cuando Kael habló del fuego y Lyra del cristal, un murmullo recorrió la estancia.
—La profecía no estaba equivocada —dijo uno de ellos—. El vínculo ha comenzado.
—La profecía no estaba equivocada —dijo uno de ellos—. El vínculo ha comenzado.
Lyra sintió un nudo en el pecho.
—No hemos hecho ningún juramento —respondió con firmeza—. Solo cumplimos con nuestro deber.
Maelis la observó con atención, como si viera más allá de sus palabras.
—Las profecías no necesitan consentimiento —dijo—. Solo tiempo.
Kael permanecía en silencio, apoyado contra una columna. No confiaba en palabras antiguas ni en destinos escritos. Sin embargo, el recuerdo del valle seguía ardiendo en su sangre.
—¿Y cuál es ese destino? —preguntó al fin.
La consejera alzó el bastón. La luz se concentró en su extremo, proyectando símbolos antiguos sobre las paredes.
—Fuego y cristal —recitó—. Unidos para cerrar la grieta que dará paso a la sombra. Separados, condenarán a los reinos.
El silencio cayó como un peso.
Lyra bajó la mirada. Sabía que aquella verdad tenía un precio, y temía conocerlo.
—Aún hay elección —añadió Maelis con suavidad—. Pero el tiempo se agota.
Más tarde, cuando la noche cubrió Lyrien, Lyra se refugió en el jardín interior. El aire olía a jazmín y a lluvia cercana. Necesitaba pensar, ordenar el caos que se había instalado en su corazón.
—Huyes igual que yo —dijo una voz a su espalda.
Kael se acercó despacio, sin armadura, sin fuego visible. Solo un hombre cansado.
—No huyo —respondió Lyra—. Respiro.
Se quedaron en silencio, compartiendo la quietud. Por primera vez, el peso del mundo pareció soportable.
—No creo en profecías —dijo Kael—. Pero sí en decisiones.
Lyra levantó la mirada.
—Entonces decidamos bien.
La noche los envolvió, y entre ecos antiguos y promesas no dichas, el vínculo continuó creciendo.