El amanecer encontró a Lyrien envuelta en una calma frágil. Después de la noche, el castillo parecía contener el aliento, como si temiera despertar aquello que había sido anunciado. Lyra observaba el cielo desde la galería alta, intentando ordenar sus pensamientos, pero el eco de la sombra seguía latiendo en su interior.
No había vuelto al santuario desde entonces.
—Sabía que estarías aquí.
La voz de Kael llegó suave, sin sobresaltarla. Aun así, su corazón dio un salto que no logró disimular. No lo miró de inmediato. Necesitaba ese instante para recuperar el control que siempre parecía perder cuando él estaba cerca.
—El día es claro —respondió—. A veces eso ayuda a creer que nada está mal.
Kael se apoyó en la baranda a su lado. No llevaba armadura, solo una túnica oscura. Sin el peso del acero, parecía más humano… y más cercano.
—No te engañes —dijo—. Pero tampoco te escondas.
Lyra lo miró entonces. El fuego en sus ojos no ardía con violencia, sino con una calidez inesperada. Se preguntó, no por primera vez, cómo algo tan peligroso podía sentirse tan seguro.
—Anoche —comenzó ella— sentí miedo.
Kael no respondió enseguida. Se limitó a acercarse un poco más, lo suficiente para que Lyra percibiera el calor que siempre lo rodeaba.
—Yo también —admitió—. Y no fue por la sombra.
Sus palabras quedaron suspendidas entre ambos. Lyra sintió el impulso de apartarse, pero no lo hizo. En cambio, permitió que su mano rozara la de él, apenas un contacto, breve y tembloroso.
El cristal reaccionó al instante.
No con dolor, ni con advertencia, sino con una luz suave, casi reverente. Kael contuvo la respiración. El fuego no se desbordó; se aquietó, como si reconociera aquel gesto.
—Esto no debería pasar —susurró Lyra.
—Tal vez ya estaba pasando —respondió Kael— y solo ahora nos atrevemos a sentirlo.
No se tocaron más, pero la cercanía bastó. Era una promesa silenciosa, una elección que ninguno se atrevía a nombrar.
Más tarde, Maelis los encontró en la sala del consejo. Su mirada se posó en ellos con una comprensión antigua.
—La sombra avanzará —dijo—. Y no podrán enfrentarla separados.
Lyra y Kael se miraron.
—No hablamos de profecías —dijo Kael—. Hablamos de decisión.
Lyra asintió.
—Entonces lo haremos juntos —dijo—. No por destino… sino porque nos elegimos.
Maelis inclinó la cabeza.
—Ese es el pacto más poderoso que existe.
Cuando salieron de la sala, Lyra caminó a su lado sin temor. No sabía qué les exigiría el futuro, pero por primera vez no se sentía sola.
Kael rozó su mano de nuevo, esta vez con intención.
Y el mundo, por un instante, dejó de pesar tanto.