El sol se alzaba lentamente sobre el horizonte, bañando el palacio de Lucian con su luz dorada. En el interior, una atmósfera de preparación y anticipación llenaba cada rincón. Los preparativos para la boda de Lucian y Elena estaban en marcha, una celebración destinada a ser recordada como la unión de dos de las familias más poderosas y respetadas del país. La aristocracia, los magnates y las figuras más influyentes estaban invitados a presenciar esta alianza perfecta.
Elena, en su habitación adornada con terciopelo y oro, sentía que cada minuto que pasaba la llevaba más cerca de su destino inevitable. Vestida con un vestido de novia de encaje y seda, parecía una princesa de cuento de hadas.
Pero detrás de esa imagen perfecta, su corazón latía con un ritmo frenético, un tamborileo de desesperación y resignación. Sabía que esta boda era la culminación del control de Lucian sobre su vida, la última cadena que sellaría su destino.
Las paredes de la habitación se sentían como barrotes de una prisión, cada decoración lujosa un recordatorio de la jaula dorada en la que estaba atrapada. Las flores frescas, el encaje delicado, todo parecía conspirar para encerrar su espíritu. Sus pensamientos eran un torbellino de emociones contradictorias: amor y odio, esperanza y desesperanza, libertad y opresión.
Lucian, vestido con un traje negro impecable, irradiaba confianza y poder. Caminaba por los pasillos del palacio supervisando los últimos detalles, asegurándose de que todo fuera perfecto. Para él, esta boda no era solo una unión de dos personas, sino una proclamación de su dominio.
Había logrado someter a Elena, convertirla en su posesión más preciada. La idea de que ella estaría a su lado para siempre lo llenaba de una felicidad oscura y posesiva.
El salón principal del palacio se transformó en un escenario de lujo y esplendor. Candelabros de cristal colgaban del techo, iluminando la estancia con una luz cálida y resplandeciente. Las mesas estaban cubiertas con manteles de seda y adornadas con arreglos florales exquisitos. Todo estaba dispuesto para recibir a los invitados más distinguidos del país.
La ceremonia comenzó con una procesión majestuosa. Elena, acompañada por su padre, caminaba por el pasillo central. Sus pasos eran lentos y pesados, como si cada uno la acercara más a una eternidad de sumisión. Los ojos de los invitados estaban fijos en ella, admirando su belleza y elegancia, sin conocer el tormento que se ocultaba detrás de su mirada.
Lucian, de pie junto al altar, la esperaba con una sonrisa de triunfo. Cuando Elena llegó a su lado, él tomó su mano con una suavidad que parecía tranquilizadora, pero que en realidad era una muestra más de su control. Los votos se intercambiaron, cada palabra un eslabón más en la cadena que la unía a él.
— Te prometo amor y protección — dijo Lucian, su voz llena de una dulzura engañosa — Seré tu refugio en la tormenta, tu luz en la oscuridad.
Elena repitió los votos con una voz temblorosa, sintiendo cada palabra como un clavo en su corazón.
— Te prometo fidelidad y lealtad. Seré tu compañera en la alegría y el dolor.
Cuando finalmente fueron declarados marido y mujer, Lucian inclinó la cabeza para besarla. Fue un beso lleno de posesión y control, una afirmación de su dominio absoluto. Elena sintió que el aire la abandonaba, su corazón golpeando con fuerza contra sus costillas. Sabía que había sellado su destino, que su vida ya no le pertenecía.
La recepción fue un despliegue de lujo y opulencia. Los invitados brindaban y celebraban, ajenos al drama que se desarrollaba en el corazón de la novia. La música llenaba el aire, una melodía que contrastaba con la tormenta interior de Elena. Lucian, siempre a su lado, la presentaba a los invitados con orgullo, su posesividad evidente en cada gesto.
— Elena es mi mayor tesoro — decía Lucian, su voz llena de satisfacción — Juntos, seremos imparables.
Mientras la fiesta continuaba, una figura inesperada apareció entre los invitados. Ethan, un pintor reconocido mundialmente, entró en el salón. Su presencia era imponente, su mirada fija en Lucian con una intensidad que no podía pasar desapercibida.
Ethan, con sus rubios cabellos y ojos dorados penetrantes, se parecía sorprendentemente a Elena. Era como si fueran reflejos uno del otro, unidos por una misteriosa conexión.
Ethan se acercó a Lucian, su rostro serio y desafiante. Lucian lo recibió con una sonrisa fría, consciente de la tensión que se cernía entre ellos.
— Ethan, qué sorpresa verte aquí — dijo Lucian, su voz suave pero cargada de una amenaza implícita.
— Ethan — prosiguió Lucian, su sonrisa desvaneciéndose — no tienes nada que ver con esta situación. Elena es mi esposa ahora. Este es nuestro momento.
Ethan lo miró con una intensidad que parecía atravesar su alma.
— Liberaré a Elena, Lucian. Como liberé a Lucas, el escultor a quien lograste controlar haciendo de su vida un infierno. Te detuve en el pasado y te detendré ahora también.
Lucian sintió una oleada de rabia, pero también de miedo. Sabía que Ethan no era alguien que se dejara intimidar fácilmente. Había logrado escapar de su control antes, y ahora estaba decidido a liberar a Elena. La tensión entre ellos era palpable, una batalla silenciosa de voluntades que se libraba en medio de la celebración.
— Elena es mía — dijo Lucian, su voz firme pero temblorosa — No permitiré que te la lleves.
Ethan dio un paso adelante, su mirada implacable.
— No puedes detenerme, Lucian. La liberaré, así como liberé a Lucas. Y esta vez, no habrá vuelta atrás.
Elena, observando la confrontación, sintió una chispa de esperanza. Sabía que Ethan era su única oportunidad de escapar, de recuperar su vida. Mientras la música y las risas continuaban a su alrededor, la batalla por su libertad comenzaba a librarse en silencio.
La fiesta, con su lujo y esplendor, continuaba como si nada hubiera pasado. Pero en el corazón del palacio, una tormenta se gestaba.