Lucian, en su lujoso y sombrío apartamento, contemplaba la ciudad bajo sus pies como un emperador oscuro, un titiritero cuyas manos nunca dejaban de mover los hilos en su siniestra danza de manipulación.
La caída pública que había sufrido, el desprecio de aquellos que antes lo veneraban, y el amor que Ethan y Elena compartían ahora ante sus ojos, encendían en él una mezcla de odio y deseo de venganza.
Lucian no soportaba la idea de que alguien a quien alguna vez consideró de su propiedad, alguien sobre quien había ejercido poder absoluto, hubiera logrado escapar de su dominio.
Sus sentimientos eran una sinfonía cruel y calculadora, donde cada nota era un recordatorio de su deseo de posesión. El odio de Lucian era profundo y afilado, como una daga que llevaba consigo, oculta y letal.
No se trataba solo de querer de vuelta a Elena; para él, era el último acto de control, su gran victoria. Había observado desde las sombras, paciente como un cazador al acecho, esperando el momento adecuado para lanzar su ataque final. Ahora, sabía que su jugada debía ser magistral, tan perfecta como cruel.
Lucian sonrió con la frialdad de una tormenta invernal. Su corazón era un pozo oscuro, una fuerza abismal de poder que absorbía todo a su alrededor. Sentía placer al planear, al imaginar cómo sus movimientos romperían el delicado mundo de felicidad que Ethan y Elena habían construido con tanto esfuerzo.
Cada pensamiento de venganza era para él una obra de arte en sí misma, un cuadro sombrío y retorcido pintado con las emociones más crueles y manipuladoras. Sabía que, si jugaba bien, lograría no solo separar a Ethan y Elena, sino destruir todo lo que representaban juntos.
Mientras tanto, en el otro lado de la ciudad, la vida de Ethan y Elena transcurría como un sueño lleno de luz y alegría. El amor que compartían era como un lazo invisible, una melodía silenciosa que resonaba en cada mirada, en cada caricia.
Los gemelos, pequeños reflejos de su amor, llenaban la casa de risas y energía. Para Ethan y Elena, cada día era una celebración de la libertad y la vida, una existencia que parecía construida a prueba de cualquier oscuridad.
Ethan miraba a Elena con una devoción que lo llenaba por completo. Verla jugar con los bebés, su risa ligera mientras los acunaba en sus brazos, era un recordatorio constante de la paz que habían logrado juntos.
Su amor era un faro, una luz cálida que los guiaba a través de los recuerdos dolorosos y los acercaba a una vida plena. Ethan no podía imaginar un futuro sin ella, y cada segundo a su lado se convertía en un tesoro que guardaba celosamente en su corazón.
Para Elena, estar junto a Ethan y sus hijos era un sueño del que no quería despertar. El amor de Ethan, sólido como una montaña, le brindaba una seguridad y paz que nunca antes había conocido. Era su compañero, su protector, y su aliado.
Junto a él, los temores del pasado parecían desvanecerse, y su alma, una vez atormentada, hallaba la serenidad que tanto anhelaba. Sus bebés eran el recordatorio constante de que la vida podía surgir incluso en medio del dolor, una manifestación de la esperanza que tanto había deseado.
Pero Lucian, como una tormenta en el horizonte, se cernía sobre sus vidas. Sabía que su última jugada estaba destinada a ser una obra maestra de manipulación. Se había infiltrado en sus círculos, había investigado cada detalle, cada conexión, cada momento de debilidad. Con una precisión quirúrgica, Lucian preparó su encuentro con Elena, consciente de que una sola aparición podría desatar en ella la incertidumbre, la desconfianza y el miedo.
Finalmente, el momento llegó. Una noche, en la galería donde Ethan y Elena exponían sus últimas obras, Lucian se hizo presente. La galería estaba llena de invitados, los ecos de conversaciones, de risas y admiración por las obras, resonaban en el aire.
Era un espacio de paz, de arte, y de belleza, y sin embargo, Lucian apareció como una sombra entre la multitud, deslizándose entre las personas con una sonrisa contenida.
Elena, sosteniendo una copa de vino y charlando con algunos colegas, sintió de pronto una presencia helada a su lado. Volteó y lo vio: Lucian, de pie, inmóvil y oscuro como una figura espectral.
La sonrisa que esbozaba era tan afilada como el filo de una navaja, y sus ojos, vacíos de compasión, brillaban con una oscuridad familiar que aún lograba aterrorizarla. Su corazón comenzó a latir con una rapidez desesperada, mientras los recuerdos de los años de sufrimiento bajo su dominio volvían a ella como una ola abrumadora.
—No creíste que te dejaría ir tan fácilmente, ¿verdad, Elena? — murmuró Lucian, su voz apenas un susurro cargado de veneno. Sus palabras eran como serpientes deslizándose en el aire, envolviéndola y llenándola de un terror indescriptible. — Este juego aún no ha terminado. Me aseguraré de que todo lo que amas se desvanezca, lentamente, hasta que no quede nada.
La amenaza, dicha en un tono tan suave y calculado, la paralizó. Lucian se despidió con una sonrisa fugaz, una sombra que desaparecía antes de que pudiera reaccionar.
Elena lo vio desvanecerse entre la multitud, como un fantasma que se disolvía en el aire, dejando tras de sí un rastro de terror y desconcierto. Trató de mirar a su alrededor, buscando alguna señal, alguna prueba de que él había estado ahí realmente, pero todo lo que encontró fue el eco de su amenaza.
En estado de histeria, Elena comenzó a respirar agitadamente, el rostro pálido y la mirada perdida en el espacio donde Lucian había estado momentos antes.
Sentía como si un torbellino de oscuridad la envolviera de nuevo, atrapándola en una prisión de miedo y recuerdos. Los murmullos de los invitados, los sonidos de la galería, todo se desvanecía mientras su mente intentaba procesar lo que acababa de suceder.
Ethan, viendo el cambio en el rostro de Elena desde el otro lado de la sala, se apresuró hacia ella. La envolvió en sus brazos, tratando de calmarla, de devolverla a la realidad segura de su amor.