La noche se cernía sobre la ciudad como un manto de misterio y presagio. Las luces parpadeantes y el bullicio de la galería contrastaban con la tensión que brotaba en el aire entre Elena y Ethan.
Caminaban hacia la salida, pero la mente de Elena estaba atrapada en un torbellino de imágenes, recuerdos y temores que se mezclaban en un caos oscuro. La sombra de Lucian la seguía, persistente, deslizándose entre sus pensamientos como un veneno invisible.
Y entonces, entre la multitud, lo vio. Lucian estaba allí, sonriendo con una crueldad silenciosa. Esa sonrisa burlona parecía taladrarle el alma, recordándole el control que había tenido sobre ella y sus pesadillas.
Una oleada de pánico se apoderó de su cuerpo, y antes de que Ethan pudiera sostenerla o calmarla, Elena dio un paso hacia atrás, luego otro, como si necesitara escapar de ese recuerdo encarnado.
—¡Elena! —exclamó Ethan, extendiendo sus brazos hacia ella, pero su esposa estaba atrapada en el pánico.
Desesperada, sin escuchar las palabras de Ethan, soltó su mano y echó a correr, dejándose llevar por un impulso de huida que la cegaba, sin pensar en lo que la rodeaba, sin importarle las calles o el tráfico que se interponía en su camino.
Con los latidos de su corazón resonando en sus oídos, Elena cruzó una calle sin ver. Solo sintió el choque y el grito de sorpresa de las personas a su alrededor. Un auto, demasiado rápido para frenar a tiempo, la golpeó, lanzándola varios metros al suelo. Los gritos y el sonido del impacto llenaron el aire, y Elena quedó tendida en el pavimento, inmóvil.
Ethan lanzó un grito desgarrador al verla caer, su mundo desmoronándose en un segundo. Corrió hacia ella, su mente negándose a aceptar lo que sus ojos acababan de presenciar.
Se arrodilló junto a Elena, tomándola en sus brazos, su voz quebrándose mientras la llamaba, tratando de devolverla a la conciencia con palabras llenas de desesperación. A su alrededor, la gente observaba en silencio, pero para él, solo existía ella, su rostro inmóvil, su respiración casi imperceptible.
Desde las sombras, Lucian observaba la escena con una satisfacción fría. En su rostro, una sonrisa de triunfo se dibujaba mientras veía el resultado de su obra maestra de manipulación. Como un espectro oscuro, se desvaneció en la noche, satisfecho, dejando a Ethan y Elena atrapados en el dolor que había provocado.
La ambulancia llegó, y Ethan se mantuvo junto a Elena todo el camino hacia el hospital, sosteniendo su mano mientras murmuraba palabras de amor y esperanza.
El brillo de las luces, el ruido de los monitores y el murmullo de las enfermeras se volvían un telón de fondo distante en la mente de Ethan, enfocado solo en su deseo de verla despertar, de saber que ella seguiría a su lado.
Las horas en el hospital fueron eternas. Ethan caminaba de un lado a otro en la sala de espera, su mente atormentada por la incertidumbre. Recordaba cada momento junto a Elena, cada risa, cada promesa, y se aferraba a esos recuerdos como si fueran su única esperanza. La idea de perderla era insoportable, un dolor que su mente no podía ni quería procesar.
Finalmente, un doctor salió de la sala de operaciones, su rostro cansado pero sereno.
—Señor, su esposa ha superado la cirugía y está fuera de peligro — anunció, y Ethan sintió un alivio indescriptible, como si una carga gigantesca se desprendiera de su pecho.
—¿Puedo verla? —preguntó, su voz temblorosa de emoción.
El doctor asintió, pero lo miró con un matiz de compasión.
—Sin embargo, hay algo que debe saber. Su esposa sufrió un trauma cerebral severo en el accidente. Aunque físicamente está estable, sufre una pérdida de memoria significativa. No recuerda nada de su vida pasada.
Las palabras del doctor cayeron sobre Ethan como una sentencia. La esperanza que había sentido un instante antes se transformó en una sensación de pérdida profunda y desorientadora.
Su amor, su vida juntos, todos sus recuerdos y promesas compartidas, eran ahora desconocidos para ella, como si una barrera invisible se interpusiera entre ellos.
A paso lento y con el corazón apesadumbrado, Ethan entró en la habitación donde Elena descansaba. Al verla, sintió una mezcla de alivio y tristeza. Su rostro estaba pálido, pero la respiración tranquila y su pulso regular le daban un indicio de esperanza. Se acercó a ella, tomando su mano suavemente, y se inclinó para susurrarle con ternura.
—Elena, soy yo, Ethan —dijo, su voz temblando mientras esperaba algún signo de reconocimiento en su mirada.
Elena abrió los ojos, sus pupilas buscando un sentido en el rostro que tenía delante, pero la expresión en sus ojos era vacía, desconocida. Miró a Ethan como a un extraño, y la confusión en su semblante le rompió el corazón.
—¿Quién… eres tú? —susurró, su voz débil y cargada de incertidumbre.
Ethan sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies, su amor convertido en una memoria de la que ahora solo él era consciente.
Cada palabra que le había dicho, cada caricia, cada recuerdo compartido, se desvanecía en el olvido que ahora llenaba la mente de Elena. Se esforzó por contener las lágrimas, por no dejarse llevar por la desesperación, y respondió con suavidad:
—Soy alguien que te ama, Elena. Soy alguien que ha esperado toda la vida por ti.
Los días siguientes se convirtieron en un nuevo desafío para Ethan. Estaba determinado a permanecer a su lado, a cuidar de ella y tratar de reconstruir los recuerdos que el accidente le había arrebatado. Con paciencia y ternura, intentó reavivar en ella las emociones y los momentos que habían compartido, pero cada conversación, cada mirada, era como comenzar desde cero.
Elena, por su parte, lo observaba con cautela, sintiendo una mezcla de agradecimiento y desconcierto. Sabía que Ethan era alguien importante, podía sentir el amor y la dedicación en cada uno de sus gestos, pero los recuerdos no volvían, y su corazón parecía haber quedado atrapado en una niebla impenetrable.