Sombras De Deseo

Ecos En El Olvido

Ethan despertaba cada mañana con un susurro de esperanza en el corazón, pero también con el peso aplastante de la realidad que lo envolvía. Miraba a Elena mientras dormía, deseando que al abrir los ojos pudiera verlo con el amor que antes brillaba en su mirada, esa luz que alguna vez había sido su hogar.

Sin embargo, cuando sus ojos claros se abrían, solo veía en ellos el reflejo de una desconocida. Para Elena, Ethan no era más que un extraño que insistía en llamarla con palabras tiernas y miradas llenas de recuerdos que ella no podía alcanzar.

Cada momento que pasaban juntos era un duelo silencioso para Ethan. Había perdido a Elena en un sentido más cruel de lo que jamás imaginó, porque ella estaba allí, en cuerpo y alma, pero el hilo invisible de los recuerdos compartidos, de los momentos de risa y los abrazos en las noches oscuras, se había desvanecido, roto como un cristal caído al suelo. Era como si ambos vivieran en dos mundos distintos, separados por el muro invisible del olvido.

Para Elena, su mundo era ahora un mosaico fragmentado de voces desconocidas y rostros que no podía ubicar. Su mente, antes un lienzo lleno de colores y memorias, era ahora un vasto desierto, un espacio vacío que la aterraba.

En su pecho sentía un eco de emociones perdidas, como si las sombras de antiguas alegrías y dolores intentaran alcanzarla desde algún rincón olvidado de su ser. Miraba a Ethan y sentía la calidez de su mirada, pero el amor que él decía que existía entre ellos era como un mito, una historia ajena que su corazón no podía recordar.

A veces, Ethan tomaba su mano, sus dedos acariciando su piel con una suavidad que la hacía estremecerse. Esos gestos la conmovían, pero también la llenaban de angustia.

¿Quién era él realmente? ¿Qué había significado para ella? Se sentía atrapada en una encrucijada entre el pasado que no recordaba y el presente que no podía comprender. Ethan era, para ella, como un poema antiguo cuya belleza intuía pero cuyo significado se le escapaba.

Para Ethan, cada pequeño intento de acercarse a Elena era una batalla entre la esperanza y el dolor. Sabía que debía darle espacio, que debía ser paciente, pero cada vez que ella lo miraba con esa expresión de extrañeza, algo dentro de él se rompía.

Recordaba las noches en las que se habían prometido amor eterno, las veces que se habían aferrado el uno al otro como si fueran el único ancla en un mar de incertidumbre. Ahora, sus promesas parecían hechas de humo, algo que se desvanecía en el aire sin dejar rastro.

A veces, al verla trabajar en su taller, Ethan sentía una chispa de esperanza. Aunque Elena no recordaba su arte, sus manos parecían recordar. Se movían con precisión sobre el cristal, creando formas que eran reflejos de su alma, aunque ahora esa alma estuviera cubierta de una niebla densa e impenetrable. Era como si sus dedos supieran algo que su mente había olvidado, como si en cada escultura intentara recuperar una parte de sí misma, trozo por trozo.

Pero incluso en esos momentos de creación, la confusión y el dolor de Elena eran evidentes. Cada fragmento de cristal que tallaba era una pregunta sin respuesta, un esfuerzo por llenar el vacío de su memoria.

Se preguntaba cómo había llegado allí, cómo era posible que alguien a quien debía conocer tan bien le resultara tan extraño. Miraba el rostro de Ethan, buscaba en él algún rastro que encendiera la chispa del recuerdo, pero solo encontraba el dolor en su mirada y la desolación en sus propios pensamientos.

Para Ethan, la vida se había vuelto una mezcla de ternura y tortura. La abrazaba, le hablaba de los momentos que habían compartido, esperando que algún destello de reconocimiento cruzara su rostro. Pero cada intento era como una ola que chocaba contra una pared.

A veces, ella le pedía que se alejara, sintiéndose sofocada por la cercanía de alguien que no podía comprender. Y Ethan, aunque el dolor lo carcomía, respetaba sus deseos, retrocedía y la dejaba respirar, aunque en su interior sintiera que cada paso atrás era una pérdida más.

A pesar de todo, Ethan nunca se rendía. Por las noches, mientras Elena dormía, él se sentaba a su lado, observándola con una devoción inquebrantable.

Recordaba cada momento, cada detalle de su vida juntos, como si quisiera transmitirle esos recuerdos solo con su presencia. Sabía que era una lucha descomunal, que quizás nunca podría recuperar a la Elena que había conocido, pero se prometió a sí mismo que estaría allí para ella, sin importar cuántas veces tuviera que empezar de nuevo.

Elena, en sus momentos de soledad, sentía una mezcla de culpa y desesperanza. Sabía que este hombre, tan paciente y lleno de amor, había sido alguien crucial en su vida, pero no podía conectar esos sentimientos con ninguna memoria.

Era como si su corazón y su mente estuvieran en constante conflicto. En el fondo, sentía que había perdido algo invaluable, algo que quizás jamás podría recuperar. Y en esa pérdida, experimentaba un dolor sordo, una tristeza profunda que no sabía cómo expresar.

El tiempo pasaba, y cada día era un intento fallido de encontrar en el otro las respuestas que tanto buscaban. Pero algo en el amor de Ethan, en su paciencia y en su determinación, empezaba a tocar las fibras de Elena. Poco a poco, comenzó a sentir una especie de calidez en su presencia, una sensación de seguridad que la envolvía cuando él estaba cerca.

Aunque no podía recordar los momentos que habían compartido, su alma comenzaba a responder a su amor, a esa devoción que Ethan le ofrecía incondicionalmente.

Un día, mientras Ethan sostenía su mano y le relataba una historia de su pasado juntos, Elena sintió una punzada en el corazón, una sensación extraña que era más que un recuerdo. No era una imagen, ni una escena, sino un eco de emoción.

Era como si, por un breve instante, su corazón reconociera la profundidad del amor que compartían. Miró a Ethan, y por primera vez, en sus ojos se asomó una chispa de algo más, una comprensión incipiente que ni ella misma podía explicar.




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