Capítulo 1
La lluvia caía con insistencia sobre los tejados gastados de la ciudad.
Aerin caminaba bajo el cielo encapotado, el peso de sus recuerdos apretándole el pecho. Cada paso resonaba en los adoquines húmedos, como si el suelo mismo quisiera absorber su tristeza.
El viento helado soplaba entre las calles estrechas, arrastrando hojas marchitas que danzaban alrededor de sus botas.
Aerin apretó el borde de su capa hasta blanquear sus nudillos, replegándose contra el mundo. No buscaba refugio en ninguna mirada; su alma se había acostumbrado a la soledad como a una vieja cicatriz.
Cerró los ojos unos instantes, dejando que el frío penetrara hasta sus huesos.
Recordó a su madre —la calidez de su voz, la dulzura de sus manos—, imágenes que el tiempo erosionaba como piedras bajo el río. Un suspiro tembloroso escapó de sus labios partidos.
De repente, un destello bajo su muñeca llamó su atención.
Apartó la manga empapada y vio el símbolo: un intrincado diseño que parecía vibrar con vida propia, dibujado con líneas de plata líquida. No recordaba haberlo visto antes, pero algo en su interior, algo ancestral, despertaba ante su presencia.
Aerin retrocedió, golpeando sin querer una puerta que crujió en protesta. El mundo pareció enmudecer.
No entendía el significado de aquella marca, pero supo, con certeza helada, que su vida jamás volvería a ser la misma.
La tormenta rugió sobre su cabeza, como un presagio.