Sombras de Medianoche: El Despertar de Aerin

Capítulo 2

La posada “El Cuervo Plateado” apenas ofrecía resguardo contra el clima inclemente.
Las ventanas temblaban bajo el embate del viento, y un fuego débil chisporroteaba en la chimenea, más por costumbre que por eficacia.
Aerin empujó la puerta con cautela, dejando que la calidez tímida del interior acariciara su piel helada.
Los parroquianos, envueltos en capas gastadas, apenas levantaron la mirada. Nadie hacía preguntas en “El Cuervo Plateado”. Era el refugio de los que cargaban secretos demasiado pesados para ser compartidos.
Eligió una mesa en el rincón más oscuro, donde la sombra era su aliada.
Mientras se sentaba, sintió una punzada en el brazo, justo donde había aparecido el misterioso símbolo. Apretó la tela contra la piel, como si pudiera borrar aquella marca con la fuerza de su voluntad.
—¿Qué vas a tomar? —preguntó una voz ronca.
El posadero, un hombre de espaldas anchas y cejas pobladas, la observaba sin disimulo.
Aerin dudó un segundo antes de responder.
—Cerveza negra. Y algo de pan, si queda.
El hombre gruñó una respuesta y se alejó.
Aerin dejó que su mirada vagara por el salón. Un grupo de mercenarios jugaba a los dados en una esquina; dos comerciantes discutían en voz baja, sus rostros tensos. Nadie parecía interesarse en ella, y eso la tranquilizaba.
Pero la tranquilidad era un lujo que Aerin no podía permitirse.
Desde el rincón más apartado, sintió una presencia fija en ella: una sombra entre las sombras, ojos que la seguían con la precisión de un cazador paciente.
Algo —o alguien— sabía quién era.
Y lo que era peor: sabía lo que había comenzado a despertar en su interior.




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