Sombras De Obseción

Cadenas En La Niebla

Ethan corría a través de un laberinto de sombras y ecos, un lugar donde el tiempo parecía suspenderse en un suspiro eterno.

Las paredes, hechas de una sustancia viscosa y opaca, se retorcían y cambiaban de forma a su alrededor. Cada paso que daba resonaba como un tambor de guerra en el silencio sepulcral, y su respiración, entrecortada y jadeante, era el único sonido humano en aquel reino de pesadilla.

De repente, el camino se abrió hacia una vasta cámara oscura, iluminada por un resplandor frío y fantasmal. En el centro de la habitación, sobre un pedestal de mármol negro, Ethan lo vio: Lucian, con su figura imponente y su rostro de alabastro, tan hermoso como siempre, pero con una sonrisa que destilaba crueldad. Sus ojos, dos pozos de oscuridad insondable, brillaban con una malevolencia contenida.

Ethan intentó retroceder, pero sus pies se habían clavado en el suelo, como si fueran raíces atrapadas en un terreno maldito. Unas cadenas invisibles se enredaron alrededor de sus muñecas y tobillos, sujetándolo con una fuerza que parecía provenir de las mismas profundidades del infierno. Sintió un tirón, y fue arrastrado hacia el pedestal, sus gritos ahogados en la negrura que lo envolvía.

Lucian se inclinó sobre él, sus manos blancas como huesos de muerto acariciando el rostro de Ethan con una delicadeza perversa.

— Ethan — susurró, su voz resonando como un eco en una cueva sin fin — eres mío. No puedes escapar de mí. No puedes huir de tu destino.

La desesperación se apoderó de Ethan mientras luchaba contra las cadenas, su cuerpo empapado en un sudor frío.

— No — gritó — ¡No te pertenezco!

Pero sus palabras se desvanecieron en el aire, sin fuerza, sin esperanza. El pedestal comenzó a elevarse, y Ethan se encontró flotando en un vacío sin estrellas, las cadenas apretándose más y más hasta cortar su carne.

Sentía cómo su voluntad se desgarraba, cómo la oscuridad lo consumía desde dentro. Lucian, inmóvil y majestuoso, lo observaba con una mezcla de satisfacción y sadismo, un titiritero que disfrutaba de cada espasmo de su marioneta humana.

En el último momento, cuando la oscuridad estaba a punto de engullirlo por completo, Ethan despertó. Su cuerpo se sacudió violentamente, y se encontró de nuevo en su apartamento, su refugio transformado en una prisión de recuerdos tortuosos.

Estaba empapado en sudor, sus manos temblando mientras intentaba calmar su respiración errática. Cada rincón de su habitación parecía estar impregnado de la presencia de Lucian, como si su sombra nunca lo hubiera abandonado.

Ethan se levantó tambaleándose del sillón, su mente atrapada en una niebla de miedo y desolación. Caminó hacia la ventana y miró hacia la ciudad, las luces parpadeantes de los edificios lejanos semejando estrellas en un firmamento artificial.

— ¿Hasta cuándo? — se preguntó en silencio, su voz un susurro quebrado — ¿Hasta cuándo podré soportar esto?

Sus pensamientos eran un torbellino de desesperanza, una maraña de preguntas sin respuesta. Sentía que cada día que pasaba, las cadenas invisibles de Lucian se cerraban más a su alrededor, robándole la libertad, asfixiando su espíritu. Recordó a Javier, el detective cuyo sacrificio había sido en vano, y una ola de culpa lo golpeó con fuerza.

Pero en su corazón, una chispa de resistencia aún ardía, pequeña y frágil, pero real. Sabía que debía seguir luchando, no solo por él, sino por Clara, por Javier, por todos aquellos que habían creído en su inocencia. La verdad tenía que salir a la luz, y aunque la oscuridad parecía invencible, no podía rendirse.

Mientras tanto, Clara seguía con su peligrosa misión. Había decidido infiltrarse en el círculo íntimo de Lucian, utilizando su belleza y carisma como armas en una batalla silenciosa. Se había transformado en una de las tantas conquistas de Lucian, una figura deslumbrante y seductora que podía moverse con facilidad entre sus dominios.

Cada encuentro con Lucian era un juego de máscaras, una danza de mentiras y verdades ocultas. Clara mantenía su fachada impecable, sonriendo y coqueteando, mientras en su interior la determinación ardía como un fuego inextinguible. Sabía que estaba jugando con fuego, que un solo desliz podría costarle la vida, pero la verdad era un precio demasiado alto como para abandonarla.

Una noche, en uno de los lujosos eventos organizados por Lucian, Clara tuvo la oportunidad de explorar su mansión. Aprovechó un momento de distracción para deslizarse por los pasillos adornados con arte y opulencia, buscando cualquier indicio que pudiera ayudarla a desenmascarar al hombre detrás de la fachada.

Llegó a un despacho, una habitación oscura y solemne, donde documentos y fotografías estaban cuidadosamente dispuestos sobre un escritorio de caoba. Con el corazón latiendo con fuerza, Clara comenzó a examinar los papeles, sus ojos moviéndose rápidamente de una página a otra. Encontró correspondencia, registros financieros, y, lo más importante, notas que detallaban los movimientos y relaciones de Lucian.

De repente, un ruido la hizo girar. Lucian estaba allí, en el umbral de la puerta, su mirada fija en ella con una mezcla de curiosidad y sospecha.

— ¿Qué haces aquí, querida? — preguntó, su voz suave como la seda, pero con un filo peligroso.

Clara se recompuso rápidamente, una sonrisa encantadora apareciendo en sus labios.

— Estaba buscando a alguien con quien compartir una copa — dijo, acercándose a él con una elegancia calculada — Me sentí un poco perdida en esta gran mansión.

Lucian la observó por un momento más, sus ojos evaluándola. Luego, su expresión se suavizó, y le ofreció su brazo.

— Ven — dijo — te llevaré a un lugar donde podamos hablar en privado.

Mientras caminaban juntos, Clara sabía que estaba en la cuerda floja. Cada palabra, cada gesto, debía ser perfecto. Pero en su corazón, una esperanza silenciosa crecía. Había obtenido información valiosa, y aunque la oscuridad era densa y asfixiante, la luz de la verdad comenzaba a brillar tenuemente, prometiendo un amanecer en el horizonte.




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