Había sido un día de mierda. Estaba cansada de lo mismo, la desesperación me estaba comiendo viva, y no le veía otra solución a mi malestar que el alcohol.
Estaba lejos de mi bar favorito, pero tampoco podía exigir mucho; después de todo, era una mierda de persona y conocía un bar barato cerca que me habían recomendado.
Como cualquier otro bar, apestaba a orines y drogas, pero había algo acogedor en ese lugar. Me senté en la mesa más alejada de la entrada y pedí lo más fuerte que tuvieran; necesitaba calmar mi cabeza cuanto antes.
Esas malditas voces no me dejarían vivir tranquila, y el trago ya no era tan efectivo. Ahora, más que nunca, necesitaba silencio en mi interior. No sé cuánto tomé, pero pudo haber sido media botella de esa mierda.
Menos mal que esa porquería era fuerte, porque en un abrir y cerrar de ojos ya estaba lo suficientemente borracha. No como para mandar todo a la mierda otra vez, pero sí para calmar mi interior.
Odiaba estar conmigo misma.
Lo presentía: se venía algo terrible. Lo sabía. Pero no le hice caso y seguí tomando.