Presentía que los tres mayores estaban mal. ¿Cómo podían perdonarle la vida a alguien que había matado a miles de inocentes? Sobre todo, porque entre esas personas estaba la madre de Ronald, el pelirrojo.
Íbamos por el pasillo: Miranda, cuatro escoltas, dos adelante y dos atrás, y yo. Nos dirigíamos a la oficina de Kaila Embas. Ella era bondadosa, sí, pero su bondad no siempre se destinaba a quienes realmente la merecían.
Mi mandíbula se tensó cuando noté cómo la prisionera dentro de la burbuja flotante me miraba con descaro. Probablemente solo por curiosidad, aunque con ella nunca se sabía. Movía la boca con rapidez, pero la burbuja insonorizada me salvaba de escuchar sus mentiras.
Al notar que nadie la oía, empezó a hacer gestos: me señalaba, dibujaba corazones con las manos. Repugnante. Aceleré el paso. Por suerte, en cuestión de minutos, llegamos al despacho.
Toqué la puerta y entré. Kaila estaba sentada de espaldas, acomodando papeles. Cuando se giró, su sonrisa blanca y perfecta me recibió. Era hermosa. Recordé que años atrás la había invitado a salir y me había rechazado. Desde entonces preferí estar solo… aunque verla todos los días en el trabajo no ayudaba a olvidarla.
—Cariño, qué bien que ya llegaste, te estaba esperando. ¿Qué tienes para mí? —dijo con su tono encantador mientras se levantaba para abrazarme. Se lo correspondí con gusto.
—Vaya, qué hermoso regalito me traes —añadió, mirando hacia la burbuja—. Nadie había hecho tanto por mí. Y se nota que le molesta que me acerque a ti.
Eso último me descolocó. ¿Qué le importaba a esa criminal con quién me relacionara? Era inferior, una asesina.
—Es repugnante el simple hecho de verla —dije con frialdad.
—Libérala. Está conmigo de ahora en adelante —ordenó Kaila sin perder la sonrisa—. Y tú también estarás a mi servicio.
Posó una mano sobre mi cintura y me dio un beso en la mejilla. Siempre habíamos sido cercanos, aunque nunca pasó nada más. Miranda me lanzó una mirada llena de odio, pero no dijo nada cuando desactivé la burbuja. Cayó suavemente al suelo, tambaleándose un poco al incorporarse. Las heridas estaban cerradas, pero aún le dolían.
—Muy bien, cariño —dijo Kaila mientras ambas tomaban asiento, una frente a la otra—. Te voy a explicar cómo va a funcionar todo.
Yo me apoyé en la pared, cruzando los brazos.
—El hombre que ves ahí, supongo que ya sabes cómo se llama, te vigilará en todo momento. Te someterás a pruebas y deberás darnos toda la información que tengas. Si mientes o intentas engañarnos, volverás al lugar de donde viniste… y esta vez no saldrás.
La forma en que decía eso, con una sonrisa impecable, era tan bella como aterradora.
—Así que, en este momento, me vas a decir la verdad. Necesito que me digas tu nombre verdadero, tu edad, de dónde vienes, qué crímenes has cometido y qué esperas conseguir con nosotros.
—Soy Miranda Mai —respondió ella, sin levantar la vista—. Tengo veinte años, vengo de Drano. He matado a miles de personas y torturado a cientos. Solo quiero redimirme a través de ustedes.
—¿Miranda Mai? A mí me dijiste otra cosa —intervine, frunciendo el ceño.
—Ampari es el apellido de mi padre —explicó, aún sin mirarnos—. Nunca tuve contacto con él. Y no quiero que le pase nada a mi madre. Ella cree que estoy estudiando en una universidad lejos de casa. No sabe lo que he hecho.
—Bien, ya sé todo lo que necesito —dijo Kaila, levantándose—. Jack te llevará a tu nueva habitación. No habrá lujos, pero es digna. Encontrarás tu horario de toque de queda pegado detrás de la puerta. Si no lo cumples al pie de la letra, no habrá segundas oportunidades.
Miranda asintió en silencio.
—Tendrás tiempo para recuperarte de tus heridas mientras colaboras en las investigaciones. Cualquier duda, se la harás a Jack. Él tiene la obligación de responderte. Nos vemos después —concluyó Kaila, tendiéndole la mano.
Miranda se levantó despacio, con un gesto de dolor contenido, y le estrechó la mano. Luego se colocó detrás de mí. Yo abrí la puerta y salimos sin decir una palabra.
El pasillo estaba en silencio, salvo por el sonido leve de sus pasos, irregulares.