Vaser abre una puerta frente a mí y me hace una seña para entrar. Desde el umbral, veo unas paredes grises y sosas, una mesa metálica pequeña y dos sillas del mismo material. Al avanzar, noto una encimera vacía y dos puertas más. Supongo que una lleva al baño y la otra a una habitación.
Abro la primera, junto a la encimera: paredes de baldosa blanca, un inodoro, un lavamanos y una cortina que imagino cubre la ducha. Cierro y voy hacia la otra puerta: una cama sencilla, un escritorio con una silla que parece una tortura y, al girar, un armario de madera vieja con varios rasguños.
Hago un gesto de asco. Ni cuando estaba en búsqueda y captura dormí en un lugar tan miserable. Me doy vuelta y veo al estoico Vaser mirándome desde la entrada.
—No tienes permiso de salir hoy. Mañana llegará alguien con ropa y lo que necesites. Por ahora, duerme; tus piernas deben recuperarse —dice con ese tono seco que le encanta.
Casi olvido las heridas, y con picardía le suelto:
—Dormiré solo si tú estás conmigo.
Su cara de repugnancia me da vida. Me lanza unas llaves sin decir nada más y sale, estampando la puerta.
Me dejo caer en una de las frías sillas metálicas y repaso todo lo que ha pasado, cómo terminé aquí. Pienso en mamá, en lo decepcionada que debe estar. La oigo gritándome que no sirvo para nada. Se me escapan unas lágrimas, pero las seco rápido. Sé que valgo más que esto.
Empiezo a trazar un plan. Quiero redimirme, sí, pero… ¿qué me asegura que me perdonarán? Nadie cuerdo confiaría en los tres despiadados del consejo. Aun así, necesito tiempo, y eso es justo lo que me dieron. Si debo sacrificar algo de información, lo haré. Vale la pena por mi libertad.
Intento levantarme, pero apenas doy un paso, el dolor en mi pierna derecha me hace caer de cabeza. La herida arde y vuelve a sangrar. Me siento en el suelo, sabiendo que estaré ahí un buen rato. El maldito de Anthony sabía lo que hacía.
Cuando el sangrado por fin se detiene, me arrastro hasta la cama. Cada movimiento es una tortura, pero logro recostarme sobre el colchón áspero. Cierro los ojos y, después de lo que parecen horas, al fin me duermo.
Despierto dando golpes al aire. Tuve una pesadilla, pero no recuerdo de qué. Me siento en la cama y veo una mancha roja en el colchón, alrededor de mis piernas. Suspiro y niego con la cabeza. Me recuesto contra la pared, sin pensar en nada, hasta que escucho unas llaves girando en la puerta.
Una mujer entra con paso firme. Tiene el cabello castaño con algunas canas, y carga más bolsas de las que yo podría levantar.
—Qué dicha que ya está despierta. Hoy tiene una reunión con la señorita Embas a las dos. Le traje ropa, comida, artículos de aseo y su medicina. Le recomiendo darse un baño mientras arreglo este desastre —dice con una sonrisa amable.
Asiento e intento ponerme de pie, aunque el dolor me lo pone difícil. La mujer se acerca para sostenerme y me guía al baño.
—Soy María, un gusto conocerla —dice haciendo una leve reverencia antes de salir.
Minutos después regresa con mi ropa nueva y se marcha, cerrando la puerta. Me desvisto con cuidado y entro a la tina. Abro la llave. El agua me cubre y, por un momento, todo el ruido dentro de mi cabeza se apaga.