Sombras de Redención

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Termino de vestirme y salgo del baño. María está colocando unas cosas sobre la encimera; cuando me ve, sonríe y dice:
—Ya son las diez. Tiene tiempo para relajarse, comer algo y tomar sus medicinas. Ya cambié su cama y limpié el charco de sangre que iba del dormitorio a la sala. Que descanse.
—Gracias, María —respondo simplemente. Ella asiente, sonríe y sale por la puerta principal.
Camino hasta la mesa. Hay unas pastillas junto a un vaso de agua; me las tomo sin pensarlo. En la encimera hay huevos revueltos con pan tostado y jalea. Doy el primer mordisco al pan, y se siente como una victoria: llevaba rato sin comer. Devoro todo sin dejar rastro.
Cuando levanto la vista, noto un reloj en la pared, sobre la mesa: las diez y media. Aún tengo tiempo de sobra. Voy a ver qué hizo María con la habitación: el clóset, antes vacío, ahora está lleno; la cama, limpia y blanca… tan blanca como el alma pura que yo no tengo.
Dejo que las horas pasen. A la una escucho golpes en la puerta principal. Camino como puedo hasta la entrada y abro: es Vaser.
—Tienes una reunión importante. Debemos irnos ya si no queremos llegar tarde.
—Claro, mi vida. Solo déjame tomar las llaves y nos vamos de paseo —le vacilo, parpadeando exageradamente. Él solo pone los ojos en blanco.
Tomo las llaves y salgo. Jack camina delante, guiándome hacia un lugar desconocido. Tras un buen rato, se detiene ante una puerta roja chillona, la abre y me empuja dentro.
—¡Miranda, cariño! Qué alegría que llegaras temprano —dice Kaila, corriendo hacia mí para abrazarme. Luego se gira y abraza también a Jack. Bajo la cabeza, observándolos con recelo. No me agrada tanta efusividad.
Ella se aleja con sus tacones resonando y se sienta al otro lado de una enorme mesa.
—Toma asiento, cariño. Esto va a tardar, y no estás en condiciones de estar de pie.
Obedezco. Jack, como siempre, se apoya contra la pared junto a la puerta.
—Bien, empecemos. Tenemos muchas dudas. Para empezar, ¿por qué decidiste que ahora era un buen momento para rendirte y ayudarnos, después de todo lo que hiciste?
Buena pregunta. Ni yo lo sé. Supongo que porque no tuve opción, aunque no voy a decir eso.
—Supongo que por eso mismo —respondo—. Porque ya hice demasiado. No me considero apta para seguir haciéndolo.
Kaila sonríe apenas, como si no terminara de creerme.
—¿Por qué empezó todo esto? ¿Qué te llevó a matar a tanta gente?
Hacer memoria nunca ha sido mi punto fuerte. Recuerdo cuando tenía diecisiete: todos me despreciaban, nadie me aceptaba. Mi reputación me cerró las puertas de la universidad de magia avanzada. Le mentí a mi madre, me fui de casa… y en un arrebato de ira, mi magia se descontroló. Maté a una familia que solo pasaba por ahí. Nunca me perdoné. Y para olvidar, maté más.
—Creo que fue la presión de la gente —digo bajando la mirada—. Y los accidentes con la magia.
—¿Presión de la gente? Cuéntame un poco más.
—Nunca fui muy querida. Ni por mi familia ni por nadie. Y para colmo, nunca fui buena con la magia. Apenas pasaba los cursos. Nadie quería ser mi amigo. Mi padre nos abandonó, y a mi madre no le gustaban mis calificaciones.
Kaila asiente. No pregunta más sobre mí, pero empieza a interrogar sobre lugares donde se reúnen los buscados: bares, tiendas, escondites. No puedo darle el centro principal, pero menciono algunos sitios menores: una tienda de objetos ilegales, un salón de eventos, y un bar del que me echaron solo por ser mujer.
Cuando terminamos, Kaila se despide con otro abrazo. Vaser me escolta de regreso a mi habitación… para que me sienta miserable




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