Sombras de Redención

Salón de Eventos

El olor del lugar es asqueroso: a hollín y cadáveres pudriéndose. Es increíble que alguien haya creído una palabra de lo que dijo MT. Se notaba que no quería cooperar; si realmente quisiera ayudarnos, nos habría dado la dirección del sitio donde se reúnen más criminales. En cambio, nos envió a este supuesto “salón de eventos”: un galpón con paredes de lata descoloridas, mohosas, arañadas y sucias, a las afueras de la ciudad.
Desde afuera se escuchan gritos, peleas, botellas de vidrio rompiéndose contra el suelo. Nada de eso me da buenas vibras. Probablemente más de uno del escuadrón muera hoy.
Me muevo agachado hasta un punto donde puedo irrumpir con facilidad. Hago señas a mis compañeros, contamos hasta tres y entramos al mismo tiempo. Siento el viento en la cara, las miradas horrorizadas de los presentes, y enseguida comienzan a huir.
Era peor de lo que imaginaba. Hay víctimas vivas en las esquinas, encadenadas o simplemente inconscientes. Me abro paso entre el caos para proteger a los que aún respiran. Golpes, destellos de magia, gritos. Diez minutos después, el lugar queda en silencio: prisioneros de rodillas, tres sobrevivientes, y el resto… muertos.
Ahora viene la parte fea. Llamo con un gesto a uno de los del escuadrón.
—Vuelve con los prisioneros y las víctimas a la base. Yo me quedo despejando el área.
El chico asiente y se marcha con los demás.
Camino por el lugar. Botellas vacías de alcohol barato, sangre seca en el suelo y las paredes. No era un salón de eventos; era un agujero donde cualquiera podía hacer lo que quisiera. Piso un líquido espeso de color blanco que prefiero no identificar, aunque ya sé lo que es. Encuentro un par de billetes sueltos, señal de que huyeron con prisa.
Decido revisar afuera. El lugar está en medio del bosque, y la noche no ayuda. Saco mi linterna, la enciendo, y a lo lejos veo algo que brilla por un instante. Me acerco rápido.
Ahí está: una niña de cabello castaño, con parte del cráneo rapado y heridas por todo el cuerpo. Se cubre con una toalla diminuta. No debe tener más de doce años. Otra víctima más de las atrocidades de estos desgraciados.
Me quito el abrigo de cuero y lo coloco sobre sus hombros. Ella se sobresalta y retrocede.
—Tranquila —le digo—. Soy parte de la defensa del país.
Le muestro el escudo bordado en mi camisa y la placa con mi nombre.
La niña se calma un poco y toma el abrigo. La ayudo a ponerse de pie y la llevo hasta el hangar, donde pido apoyo. Me dicen que enviarán a alguien del escuadrón. Esperamos en silencio, sentados uno al lado del otro.
Cuando llega el mismo tipo al que antes envié, me levanto y ayudo a la niña a hacer lo mismo. Le explico las condiciones en que la encontré. Luego los veo alejarse.
Saco una cinta amarilla con el letrero “ALTO EL PASO – PROPIEDAD RESTRINGIDA” y rodeo todo el perímetro. Me aseguro de que no haya nadie más. Llamo otra vez para informar que el área está lista para una inspección detallada y que yo mismo esperaré a los encargados.
Me siento en el pasto frío, saco una botella de agua y bebo. Estoy sediento después de tanto trabajo.
Pasa una eternidad hasta que finalmente llegan los del equipo de revisión. Recién entonces me marcho del lugar, sabiendo que me espera un reporte enorme sobre todo lo que ocurrió esta noche.




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