No estaba segura de si estaba lista, pero habían pasado dos días y Kaila me había ordenado ir a una misión con Jack. Lo que me aterraba era que las voces no dejaban de rugir en mi cabeza. Por suerte, ayer le había pedido a María unas pastillas para el dolor de cabeza; estuvo de acuerdo en dármelas, pero solo dos, para evitar que me intoxicara. Acepté, pensando que al menos ayudarían un poco.
Me metí al baño y, cuando salí, miré detenidamente el uniforme del escuadrón que tendría que ponerme. No me gustaba representarlo, prefería emborracharme hasta quedar inútil en el piso antes de vestirme así, pero no había opción. Tomé las prendas y me las puse; se veían un poco raras, pero no me quedaban mal.
Al salir, María me esperaba con las pastillas y un vaso de agua en la mano.
—Es un placer verla vestida de uniforme, señorita. Espero que tengan éxito en la misión —dijo mientras yo me tomaba las pastillas, deseando que empezaran a hacer efecto pronto.
—Gracias, María. Nos vemos al rato —respondí y abrí la puerta. Desde la entrada la vi a lo lejos: Jack apenas avanzaba hacia la habitación como si fuera a recogerme. Le hice señas, y él se detuvo en seco, esperándome pacientemente para no tener que caminar más.
Cuando llegué a su altura y comenzamos a caminar, fui yo la primera en hablar:
—¿Y qué tenemos el día de hoy? —pregunté, ansiosa.
—Debemos intervenir en un transporte de armamento ilegal —respondió.
Asentí y noté una pequeña sonrisa dibujada en su rostro. Él estaba… lindo.
—Estás muy guapo hoy —le dije sinceramente.
Se detuvo un momento y me miró con algo de duda, pero no parecía enojado. Tras un breve instante que me pareció eterno, continuamos caminando en silencio.
Cuando salimos de la base era de noche. La ausencia de luz solar no me cegó; llevaba tanto tiempo sin ver el sol que probablemente seguiría así por un buen rato.
Nos reunimos con el resto del escuadrón, que lucía bastante normal. Probablemente no sabían quién era yo, al menos no del todo. Todos llevaban bordado el escudo de la organización, un indicio de que habían formado un escuadrón de alto nivel solo por mi presencia, por desconfianza hacia mí.
Jack explicó los detalles y especificó que, si las cosas se complicaban, debíamos atacar a matar. Tragué saliva al escuchar eso último.
Comenzamos a correr hacia la dirección indicada, moviéndonos con sigilo. Después de aproximadamente una hora, llegamos al objetivo.
Jack nos acomodó y me ordenó ir al frente, lista para intervenir si alguno intentaba huir cuando surgieramos de las sombras.
Apenas habían pasado un par de minutos cuando el escuadrón emergió de las sombras. Un hombre intentó huir directamente hacia mí. No quería matarlo, así que contuve mi poder lo más que pude y lancé un ataque lo más suave posible… pero aún así lo escuché gritar.
El hombre cayó muerto.
Las voces regresaron con fuerza. Me agarré la cabeza con ambas manos y me retorcí; sin duda, era de los momentos en que más sufría con esas voces. Sentía cómo me empujaban, acusándome por haberlos matado. Lo único que podía hacer era acostarme en el suelo y acunarme a mí misma. Las lágrimas brotaban mientras todo se volvía oscuro y los gritos me rodeaban.
De repente, sentí una bofetada en la mejilla que me sacó parcialmente del trance. Era Jack, sacudiendo mi cuerpo con expresión de alarma. Poco a poco, las voces comenzaron a calmarse, y volví a mi realidad.
—Miranda, Miranda, reacciona —me llamaba Jack.
—¿Estás bien? —me seguía sacudiendo, y yo, instintivamente, le di un abrazo. Él lo correspondió, y solo un momento después me tomó de las piernas y empezó a cargarme.
Antes de salir corriendo, gritó algo al escuadrón, pero yo no lo escuché; seguía en trance. Mientras corría con él en brazos, poco a poco las voces desaparecieron, aunque mis lágrimas aún fluían.
Finalmente, Jack disminuyó la velocidad y me posó en el suelo. Me aferré a él:
—¡Hey! Todo está bien, estoy contigo —me aseguró, mientras empezaba a soltarme.
Apenas podía verlo entre lágrimas.
—Ellas… ellas… ellas no hacen silencio… me están torturando por lo que les hice —dije entre gimoteos.
—Tranquila, respira. Todo va a salir bien, no pienses en eso.
Con el tiempo, mis lágrimas cesaron.
—Gracias —susurré.
—No pasa nada —dijo, sentándose a mi lado y tomándome entre sus brazos—. Si quieres quedarte un rato más aquí, está bien; diré que hubo contratiempos. Podemos volver a la base cuando quieras.
—Quiero quedarme así para siempre contigo —dije, extraño, mientras recordaba que las voces no se callaron hasta que estuve con él.
—¿Puedo preguntar qué voces? —preguntó con cautela, temeroso de mi reacción.
—Desde que maté a la primera persona, sus gritos quedaron grabados en mi mente. Esos gritos me atormentan todo el tiempo. Y cuando comencé a matar a más gente, podía escucharlos a todos; cada vez que alguien más moría, los gritos de los demás se hacían presentes. Eso pasó hace un momento… estás viendo el resultado de hacer sufrir a tantas personas.
—Entiendo, gracias por contarme —dijo. Tomé su mejilla y acerqué su rostro al mío. Podía sentir su respiración. Sin darme cuenta, por inercia, le di un beso, suave, cálido y gentil. Él detuvo el momento y se pasó la mano por la cara, levantándose de un tirón.
Era incorrecto, lo sabía, pero ya había pasado y no había vuelta atrás.
Me quedé sentada mientras él caminaba de un lado a otro sin decir nada.
—Mejor volvamos a la base —dijo finalmente. Me levanté rápido y lo seguí, manteniendo algo de distancia y en silencio.