Sombras de Redención

Unas copas

Jack

En cuanto dejé a Miranda en su habitación, salí huyendo con prisa, intentando no parecer tan alterado… pero lo estaba.
No podía creer lo que había pasado, ni lo que había hecho. Me había dejado hechizar, y lo peor no era eso: lo terrible era que me había gustado. Había química entre nosotros, y eso me aterraba más que cualquier misión.
No tenía muchos lugares a dónde ir, así que le marqué a Kaila y le pedí que me esperara con lo más fuerte que tuviera en casa.
Cuando llegué y toqué la puerta, ella salió vistiendo un pijama que normalmente habría desatado sentimientos en mí, pero esta vez no provocó nada. ¿Será por Miranda?
Basta. No podía seguir pensando en ella.
Kaila me invitó a pasar, y lo hice. Conocía bien el lugar; había pasado en su casa más tiempo del que me gustaría admitir. Me senté en uno de los taburetes frente a la isla de su cocina.
—¿Qué pasó ahora? —preguntó, suspirando mientras servía un shot de algo que preferí no identificar.
Antes de responder, lo bebí de un trago. Me ardió la garganta, pero necesitaba más.
—Pasó algo durante la misión… algo que no debía pasar.
Ella asintió y me sirvió otro. También me lo tomé sin pensarlo.
—Yo… —no lograba pronunciarlo. Así que le quité la botella de las manos y bebí directo de ella. Cuando por fin terminé, solté—: Me besé con Miranda.
La cara de Kaila fue un poema. Los ojos casi se le salen de las órbitas. Yo solo aparté la mirada, sintiendo el calor subir a mis mejillas (y no precisamente por el alcohol).
Nos quedamos en silencio. Yo intentaba ordenar mis pensamientos, y ella seguramente procesaba lo que acababa de escuchar.
—¿Y te gustó? —preguntó con picardía, apoyándose sobre la encimera con una sonrisa maliciosa.
—Yo… —bebí otro trago—. Sí.
Las cejas de la rubia se alzaron y su sonrisa se amplió, divertida.
—Sabes que eso no está permitido, ¿no? Y menos con ella. Es una prisionera, y ahora, además, una compañera. Solo espero que no te enamores de ella —dijo, jugando con un rizo de su cabello. La conozco; sé que se traía algo entre manos.
—Conozco las reglas. No hace falta que me las repitas.
—Solo te las recordaba —replicó.
Entonces subió un poco más sobre la encimera y, sin querer, mi vista se desvió hacia su pecho. Avergonzado, me obligué a mirar a otro lado y bebí otro largo trago. Sentí unos dedos rozar los míos: los suyos.
Bajé la botella. Ella estaba casi completamente subida sobre la isla, con los ojos más oscuros de lo normal.
—No bebas tanto —dijo. El olor a alcohol impregnaba cada palabra. Estaba muy borracha.
—Kaila… —le hablé con cautela—. ¿Tomaste algo antes de que llegara?
—¿Y qué si sí? —balbuceó, justo antes de que se le resbalaran los brazos. Alcancé a sostenerla antes de que se golpeara.
—Estás muy borracha. Es mejor que vayas a la cama —dije, sujetándola de los hombros.
Un brillo extraño apareció en su mirada.
—Sí… a la cama tú y yo, sin ropa —bromeó, alzando la mano mientras yo la rodeaba por la cintura para ayudarla a caminar.
—No, sin ropa no. Solo tú en la cama, y vas a dormir —respondí.
Ella frunció el ceño y tiró de su pijama.
—Pero yo quiero sin ropa.
La ignoré y la llevé a su habitación, a la izquierda de la entrada. Abrí la puerta y la recosté en la cama, pero tiró de mis pantalones con más fuerza de la que imaginé.
—Quítatelos —susurró.
Me negué y me aparté como pude. Salí de la habitación antes de que la situación se saliera de control. Si me quedaba, probablemente ella hubiera terminado aprovechándose de mí.
Cerré la puerta principal tras de mí y me marché.
Al llegar a mi casa, me sentí vacío. Aquella conversación con Kaila no había servido de nada… salvo para entender que tenía que hablar con Miranda.
El problema era que, si esperaba hasta mañana, sería demasiado tarde.
Así que decidí ir a su habitación esa misma noche.
Lo sentía si estaba dormida, pero esto… era importante.




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