Por primera vez en mucho tiempo, dormía sin pesadillas.
¿Será que lo que pasó con Jack logró silenciar esas voces?
Antes de acostarme había decidido no pensar más en eso, pero ahora estaba sentada en la cama, despierta, viendo cómo el hombre que me había besado hacía apenas unas horas —y que luego huyó— estaba frente a mí.
Me miraba fijo, con esa mezcla de rabia y confusión que no sabía descifrar. Abrí la boca para hablar, pero él fue más rápido.
—Ven a la sala. Tenemos que hablar —dijo con voz seca, y salió con pasos firmes.
Solo entonces noté que no llevaba ni camisa ni sostén. Probablemente me había visto así, pero fue un caballero: no desvió la mirada de mis ojos ni un segundo.
Me cubrí con lo primero que encontré y lo seguí. Cuando llegué, él estaba sentado con las manos entrelazadas, la mirada clavada en el suelo. Al verme, se levantó y me indicó que tomara asiento.
—¿Por qué me despiertas a las… —miré el reloj sobre mí cabeza— …3:45 de la mañana?
—Tenemos que hablar sobre lo que pasó en la misión.
El aire se volvió pesado. Todo mi cuerpo se tensó. Yo había decidido no tocar el tema hasta que fuera estrictamente necesario, pero al parecer él no pensaba igual.
—No tengo nada que decir —mentí a medias—. Pasó lo que tenía que pasar… y no me arrepiento.
Él alzó la vista, clavando sus ojos en los míos.
—No me refiero a que el beso fuera un error —dijo despacio—. El problema real es que… ninguno de los dos quiso detenerlo.
Mi corazón dio un salto.
Así que no había sido solo cosa mía.
—Entonces, ¿qué propones? —pregunté con una sonrisa leve—. Ya no podemos deshacerlo. Solo queda… parar, o continuar.
No respondió, pero su silencio decía más que cualquier palabra.
Me levanté y fui por dos vasos de agua, intentando ordenar mis pensamientos. Cuando pasé a su lado, noté cómo su respiración se aceleró. Llené los vasos, regresé y coloqué uno frente a él. Se veía indeciso, así que me incliné un poco, quedando a su altura.
Cuando nuestros ojos se encontraron, no pude resistirlo. Lo besé.
Tenía un ligero sabor a alcohol, pero no me importó. Él no me rechazó; en cambio, me sostuvo de la cintura y me atrajo hacia sí. El beso fue profundo, urgente, lleno de todo lo que ninguno de los dos se había atrevido a decir.
Por un instante, el mundo se detuvo.
Solo estábamos él y yo, y el peso de lo prohibido.
Cuando me separé, los dos estábamos sin aliento.
—Jack… —susurré.
Él me miró con algo que parecía dolor.
—Esto va a destruirnos —dijo, casi sin voz.
Pero no se movió.
Y yo tampoco.