Sombras de Redención

Sin escusas

Despierto y veo a Jack tumbado a mi lado. Duerme tan tranquilo que me quedo observando su rostro. Tiene un lunar diminuto detrás de la oreja, y su nariz, tan perfecta, me deja alucinada.
Coloco una mano sobre su pecho y siento su respiración pausada, serena. Deseo quedarme a su lado todo el tiempo posible antes de que despierte; sé que cuando lo haga, la situación no será precisamente sencilla. Me acerco lentamente y me acurruco en su cuerpo, cuidando de no despertarlo.
Nos quedamos así un rato, hasta que lo veo abrir los ojos con pereza. La luz lo ciega un momento antes de enfocarme. Me mira y, sin decir nada, me besa. Es un beso corto, suave. Cuando se aparta, noto preocupación en su mirada y entiendo al instante por qué. Para evitar que empiece a pensar demasiado, le acaricio el mentón con la palma de mi mano, paso mis dedos por su cabello suave y sedoso, y lo beso de nuevo, esta vez como si le hiciera una promesa silenciosa.
Entre risas y caricias, terminamos enredados entre las cobijas. Al rato, me levanto y recojo mi ropa esparcida por la habitación. Me pongo mi ropa interior y la camisa de Jack, solo para molestarlo un poco. Él se ríe y me observa caminar. Es curioso que sin decir una sola palabra podamos entendernos tan bien. Le lanzo su ropa interior a la cara, y él la atrapa con agilidad.
Voy a la sala y empiezo a preparar algo de comer, no sin antes echarle seguro a la puerta para evitar sorpresas. Estoy a mitad de hacer dos sándwiches cuando siento un abrazo firme por detrás. Jack apoya su cabeza sobre la mía; me lleva una buena diferencia de estatura.
—Te ves hermosa hoy —dice con picardía.
—Lo sé. Ahora siéntate si quieres comer.
No me hace caso. En cambio, me da vuelta, y tengo que esquivarle con el cuchillo en la mano para no hacerle daño. Lo nota y sonríe.
—Has cambiado después de todo.
—Nunca bromeé cuando dije que quería redimirme.
Se ríe y me besa de nuevo, acorralándome contra la encimera. Cuando se separa, le acaricio el pecho —tan firme, tan perfecto— antes de darme vuelta y seguir con los sándwiches. Una nalgada traicionera me hace sonreír mientras él se aleja y se sienta a la mesa, observándome con descaro.
Nos sentamos a comer. Él devora su sándwich antes de que yo llegue siquiera a la mitad.
—¿Estabas hambriento? —pregunto.
—Como no tienes idea —bromea.
—Tenemos que hablar de lo que pasó ayer —digo, tratando de poner los pies en la tierra.
—No hace falta. Los dos sabemos qué pasó y por qué.
—No me refiero a eso. Digo que ya no hay motivos para no estar juntos, a menos que tengas alguna restricción que no me hayas contado.
Jack duda un segundo antes de responder.
—En realidad… podríamos tener problemas. No puedo estar con una compañera de trabajo, y mucho menos con una prisionera.
Trago saliva. Tiene razón, aunque me duela escucharlo.
—Tienes razón. ¿Y cuál es tu brillante plan?
—Kaila está de nuestro lado. Tiene más contactos que yo. Puede lograr que dejen de considerarte prisionera y que te cambien de área. No podrás salir libremente, pero ya no estarías bajo custodia.
Por primera vez en mucho tiempo, me siento esperanzada. No solo por la idea de libertad, sino porque tengo algo —alguien— por quien luchar. Puede que no haya pasado mucho tiempo, pero mi instinto nunca se equivoca: Jack es el indicado.
—Bien, probemos eso. Pero si no funciona… ¿qué hacemos?
Él frunce el ceño.
—No lo sé. Habrá que pensar en algo.
Recojo los platos y los llevo a la encimera. No tengo fregadero, así que María suele llevarse los platos y lavarlos. Como son de plástico, no hay peligro de que se rompan.
Entonces escuchamos un ruido: alguien intenta abrir la puerta. Jack se levanta de golpe. Le hago una seña hacia el baño y corre a esconderse. Busco algo de ropa en la habitación para disimular y oigo unas llaves en la cerradura. Corro al baño, cierro el pestillo y le indico a Jack que guarde silencio.
—¿María? ¿Eres tú? —pregunto desde detrás de la puerta.
—Sí, señorita, soy yo —responde con su voz dulce.
—Perfecto. Voy a darme un baño. Como hoy no hay mucho trabajo, aprovecharé para relajarme. Puedes irte cuando termines, por favor.
—Como diga, señorita —responde, aunque su tono me parece extraño.
Abro la llave del agua para disimular. Jack y yo nos quedamos sentados uno frente al otro, en silencio, esperando. Si alguien lo ve aquí, sería un desastre. Prefiero que pierda algunas horas de trabajo a que lo descubran.
Después de una eternidad, María vuelve a hablar:
—Ya me voy, señorita. Espero que ese baño le ayude a recuperar energía después de la misión. Mañana hablaremos sobre eso.
—Gracias, María —respondo con tono alegre.
Cuando oímos la puerta cerrarse, los dos suspiramos aliviados. Ya vestidos y bañados, salimos del baño.
—Mejor espero un rato más, por si todavía anda por ahí —dice Jack.
Asiento y le guiño un ojo. Él niega, sonríe y, en lugar de esperar, me toma de la cintura y me besa apasionadamente.
Al cabo de un rato, se marcha.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.