Jack
Estaba atado a la misma silla que daba a una sala de torturas idéntica a donde yo había interrogado a Miranda cuando la capturé.
Kaila se mantenía a mi lado, sin dignarse a mirarme, hasta que la puerta se abrió y entró una mujer de cabellera negra que reconocería en cualquier parte: Miranda.
Sentí la mano de Kaila tomarme del mentón, hundiendo las uñas para forzarme a mirarla. El desprecio le escurría por la cara.
—Ahora vas a ver las consecuencias de tus actos —soltó, y me dejó libre.
Los dos quedamos observando lo que ocurría al otro lado del cristal.
Era consciente de que me obligaría a presenciarlo todo, sin poder intervenir. Como ella dijo, iba a enfrentar las consecuencias de mis decisiones. Y, aun así, lo único de lo que me arrepentía era de haberle contado aquello a Kaila.
Se había enfadado porque hablamos de algo privado frente a la prisionera. Me llamó idiota, dijo que ya había hecho demasiado y que no entendía por qué insistía. Y yo entendía su molestia, pero supongo que vio mi desesperación y empezó a presionar para obtener más información. No planeaba mentir, pero tampoco quería que ella lo arrancara de golpe.
No soporté ver cuando Anthony tomó a Miranda del cabello y le clavó algo en los brazos. Giré el rostro, pero Kaila me agarró de la cabeza y me obligó a mirar. Antes habría soportado todo esto sin problema. Incluso, quizá, me habría parecido justo.
Pero ahora era distinto.
Cada grito de Miranda rasgaba algo dentro de mí. Me iba quebrando por dentro, centímetro a centímetro.
Observé, durante lo que parecieron horas, cómo destrozaban cada parte de la mujer que terminé arrastrando a toda esta mierda. Las lágrimas me corrían por la cara, hirviendo, tan calientes que sentía como si quemaran la piel.
En un momento, Kaila me soltó. Tocó dos botones: uno activaba un micrófono y el otro hacía que el vidrio fuera visible por ambos lados. Cuando se acercó al micrófono, Miranda levantó la cabeza.
En toda la tortura no había derramado una sola lágrima… hasta que me vio.
Mi realidad se desmoronó en un segundo. Mi pecho se apretó tanto que casi no pude respirar. Y verla llorar por mi culpa… eso me destruyó más que cualquier golpe.
—Saluda a tu querido noviecito, perra. No te preocupes, él también va a pasar por lo mismo. Así tendrán tema de conversación cuando se cojan el uno al otro —escupió Kaila con veneno.
Pero ninguno de los dos apartó la mirada.
Y entonces lo vi: el ceño de Miranda se fue frunciendo, segundo a segundo, hasta que dirigió la vista hacia Kaila con una furia que jamás le había visto.
Después de una eternidad, la habitación donde estaba Miranda se volvió blanca. Todo pareció ir en cámara lenta cuando escuché el vidrio estallar. La onda blanca salió disparada y Kaila fue lanzada hacia atrás con una fuerza brutal.
A mí, en cambio, no me tocó. Solo alcancé a notar cómo algo oscuro cubría mi cuerpo… y luego perdí el conocimiento.