Sombras de Redención

Rompecabezas

Jack
Entro a la sala negro carbón. La luz es mínima y aun así distingo la figura desplomada de Miranda. Está atada a una silla, pero podría soltarse cuando quiera. No lo hace. Tiene la mirada clavada en el suelo, vacía, sin ánimos… sin ella.
Activo el micrófono de la pantalla junto al vidrio. Le doy un par de toques al cristal para llamar su atención. Ni se mueve. Trago saliva.
—Miranda… soy Jack. Necesito que hablemos.
Nada. Ni un parpadeo.
Después de un rato empiezo a notar que mueve los labios, muy lento, como si estuviera aprendiendo a hablar de nuevo. No sale sonido. Me acerco un poco, tratando de leerle la boca.
“Matar.”
La palabra me recorre la espalda entera. Sigue repitiéndola una, dos, cinco veces… hasta que levanta la cabeza. Y ahí lo veo.
No está.
Miranda no está.
Sus ojos están vacíos, muertos, como si alguien hubiera apagado todo lo que era.
—Matar a Jack —dice ahora con voz clara.
Instintivamente doy un paso atrás.
Las ataduras se deshacen como si fueran papel mojado. Ella se levanta y empieza a caminar hacia el vidrio. Cada paso que da hacia adelante yo doy uno hacia atrás. Esa no es la Miranda que conocí. Ni siquiera es una versión rota de ella. Es… otra cosa.
Se detiene justo frente al cristal. Su cuerpo empieza a largar humo, sus ojos se encienden con un brillo que me aprieta la garganta como si me estuvieran estrangulando.
—La mataste, Jack —dice con una calma que me enferma—. Y te lo agradezco, porque ahora… ella es mía.
Su risa retuerce todo en mí.
No espero más. Me voy.
De lo que queda de Miranda… no queda nada.

*****************************
Miranda
Siento calor en el pecho. Calor que aprieta, que arde. Mi cuerpo flota en la nada, liviano, como si no fuera mío. ¿Estoy soñando? Puede ser.
Doy vueltas en ese vacío y lo último que recuerdo es una sala borrosa, oscura. Pero no sé cuánto tiempo pasó.
El calor se expande. Se derrama por todo mi cuerpo. Y entonces vuelvo.
Estoy de pie frente a un cristal. Mi piel arde. Estoy sola. Hay una silla en el centro de la sala. Camino hacia ella. Me siento. Me pesa todo. Parpadeo una vez y ya estoy tirada en el suelo, mirando el techo.
La vista se me nubla. El estómago me duele. No he comido desde… aquello. Ni sé cuánto fue “aquello”. Intento levantar una mano y el cuerpo no reacciona. Nada responde. Solo puedo quedarme ahí, con el frío del piso apagando un poco el fuego que tengo dentro.
Dejo de pensar. Todo se apaga. Me duermo rápido, hundida otra vez en ese mismo sueño extraño.
Y vuelvo a flotar.
Y vuelve la presión en el pecho.
Fuerte.
Asfixiante.
La nada vuelve a cerrarse sobre mí. Y yo no tengo fuerzas para resistirla.




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