Sombras de Sangre

Capítulo 5 – “Reunión con el enemigo”

La noche seguía húmeda, cargada del olor a pólvora y a tormenta.

En la mansión Moretti reinaba un silencio extraño, como si cada rincón esperara algo que aún no había sucedido. Marco caminaba de un lado a otro del salón principal, hablando por teléfono con los hombres de seguridad. Adrián, mientras tanto, permanecía en el mismo lugar desde que Russo envió su mensaje.

Lucía lo observaba desde el umbral.

Había algo diferente en él esa noche: una calma fría, peligrosa, que parecía anticipar el caos. Llevaba una chaqueta oscura, el arma oculta bajo el costado y esa mirada que no necesitaba palabras para decir que estaba a punto de enfrentarse con el pasado.

—¿Vas a ir a verlo, verdad? —preguntó ella, rompiendo el silencio.

Adrián levantó la vista lentamente.

—Sí.

—Entonces voy contigo.

Su voz fue firme, sin temblores.

Marco se giró con incredulidad.

—Ni hablar, señorita. Esto no es un juego.

—No lo es —replicó ella, dando un paso adelante—. Pero si ese hombre sabe algo sobre mí o por qué me atacaron, merezco escucharlo.

Adrián la miró largo rato. En sus ojos había un conflicto que no se resolvía fácilmente. Quería decirle que no, que era demasiado peligroso, que su mundo no estaba hecho para ella… pero la determinación en su rostro lo detuvo.

Lucía Ferraro no era tan frágil como parecía.

—De acuerdo —dijo al fin, con voz grave—. Pero no te apartes de mí ni un segundo.

Marco negó con la cabeza, resignado.

—Esto va a salir mal.

—Probablemente —respondió Adrián, ajustándose la chaqueta—. Pero ya no tenemos elección.

El encuentro fue en el puerto viejo, donde el mar golpeaba contra los muelles abandonados y las luces de los barcos parecían ojos vigilantes entre la niebla. El aire olía a sal y gasolina.

Dos autos negros esperaban bajo la lluvia. Los hombres de Russo, silenciosos, armados, los observaron mientras Adrián y Lucía bajaban del vehículo.

Adrián caminó adelante, con paso firme, su sombra reflejada en los charcos. Lucía lo siguió de cerca, sintiendo cómo cada latido de su corazón resonaba como un disparo en el pecho.

El hombre que esperaba frente al depósito era alto, con una sonrisa torcida y una cicatriz que cruzaba su mejilla izquierda.

Gianni Russo.

—Moretti —dijo, abriendo los brazos—. Pensé que estabas muerto o escondido. Pero aquí estás… el fantasma que Nápoles nunca olvidó.

Adrián no respondió. Su mirada era pura amenaza.

—Dijiste que sabías quién la envió —señaló a Lucía sin mirarla—. Habla.

Russo soltó una carcajada seca.

—¿Tan directo, como siempre? —Se acercó un paso más—. Pero me temo que no te va a gustar la respuesta.

—Prueba —dijo Adrián, y su voz sonó como el clic de un arma.

Russo miró a Lucía, y su sonrisa cambió de tono.

—Esa chica… no apareció por casualidad. Alguien dentro de tu propia gente la usó para llegar a ti.

Lucía lo miró, confundida.

—¿Qué está diciendo?

Russo siguió hablando, sin apartar los ojos de Adrián.

—Tu hermana, Elena. Es ella quien mueve las piezas ahora. Ella quiere el poder, Moretti. Y tú… eres el obstáculo.

Por un segundo, el mundo pareció detenerse. La lluvia, los truenos, el sonido del mar… todo desapareció.

Adrián bajó la cabeza lentamente, como si necesitara procesar las palabras antes de aceptarlas.

—Mientes.

—¿De verdad crees que no lo haría? —Russo sacó de su bolsillo un sobre, idéntico al que Lucía había entregado días atrás—. Reconoces su sello, ¿verdad?

Lucía lo vio y sintió un escalofrío. El mismo sobre, el mismo símbolo grabado en cera roja.

El mismo mensaje que cambió su vida.

Adrián dio un paso adelante, pero Marco lo detuvo con una mano firme.

—No, jefe. No aquí.

Russo sonrió con satisfacción.

—No te preocupes, Moretti. Pronto tendrás la oportunidad de comprobarlo tú mismo. Dile a tu querida hermana que el juego acaba de empezar.

Y antes de que Adrián pudiera responder, un disparo rompió la noche.

Todo fue confusión.

Marco empujó a Lucía al suelo, los hombres de Russo dispararon, y el eco rebotó entre los muelles como truenos de metal. Adrián respondió con precisión letal, cada bala un mensaje silencioso.

El olor a pólvora llenó el aire.

Lucía se cubría detrás de una caja, temblando, pero sus ojos no se apartaban de él. De cómo se movía, de cómo su rostro no mostraba miedo, solo rabia contenida y control absoluto.

—¡Lucía! —gritó Adrián mientras recargaba el arma—. ¡Quédate agachada!

Ella obedeció, aunque la sangre le latía en los oídos. Todo terminó en segundos. Russo y los suyos desaparecieron entre la niebla, dejando tras de sí casquillos humeantes y un silencio mortal.

Adrián respiraba con dificultad. Marco estaba herido en el hombro, pero estable.

Lucía se levantó despacio y se acercó a él.

—¿Estás bien?

—Sí —dijo Adrián, sin apartar la vista del muelle vacío—. Pero esto cambia todo.

Ella lo miró, confundida.

—¿Por qué?

—Porque ahora sé que no fue coincidencia que te cruzaras conmigo, Lucía —susurró, con una mezcla de culpa y tristeza—. Te usaron.

El viento sopló fuerte, arrastrando el olor a mar y a hierro oxidado.

Lucía sintió un nudo en el estómago.

—Entonces… ¿yo fui solo una trampa?

Adrián la miró por fin. Sus ojos estaban llenos de conflicto.

—No lo sé —respondió, con voz baja—. Pero no pienso dejar que nadie más te toque.

Lucía tragó saliva. Se acercó a él, ignorando el miedo.

—¿Por qué te importa tanto? —susurró.

Adrián la miró con una intensidad que quemaba.

—Porque no sé cuándo pasó… pero empezaste a importarme demasiado.

El silencio entre ellos fue más fuerte que los disparos.

Lucía lo miró, los ojos brillando por la mezcla de miedo, rabia y algo que no quería nombrar.

Adrián alzó una mano, le apartó el cabello del rostro. Ella no se apartó.



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En el texto hay: suspenso, romance acción mafia, drama crimen

Editado: 12.11.2025

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