Sombras de Sangre

Capítulo 6 – “Verdades bajo fuego”

La mañana llegó sin sol.

Nápoles amaneció cubierta por una bruma espesa que parecía presagiar desgracia. En la villa Moretti, los hombres revisaban vehículos, limpiaban armas, y la tensión se podía palpar en el aire.

Adrián llevaba horas sin dormir. Había permanecido en su despacho, con los codos apoyados sobre la mesa y el sobre de Russo frente a él. A su lado, una copa de whisky a medio terminar y un cigarro consumido en silencio.

Cuando Marco entró, el olor a humo era tan denso como el peso de las palabras no dichas.

—Todo listo. Localizamos a Elena. Está en la propiedad del sur, la de tu padre.

Adrián levantó la mirada.

—Así que eligió el escenario perfecto.

—¿Vas a verla solo?

—No. —Se puso de pie—. Esta vez no.

Lucía apareció en la puerta.

Había escuchado todo. Llevaba una blusa sencilla, el cabello aún húmedo y ese brillo en los ojos que no lograba esconder el miedo.

—Voy contigo.

Marco suspiró, sabiendo que discutir era inútil.

Adrián no dijo nada durante unos segundos, hasta que al fin habló sin mirarla:

—Está bien. Pero si algo pasa, sigues mis órdenes.

Ella asintió.

No había vuelta atrás.

El camino hasta la vieja casa familiar fue largo y silencioso.

La mansión se alzaba sobre una colina, rodeada de cipreses y de los recuerdos que Adrián juró enterrar años atrás. El portón oxidado crujió al abrirse, y el sonido pareció romper algo dentro de él.

Lucía observó el paisaje con inquietud.

—Aquí creciste, ¿verdad?

Adrián asintió sin emoción.

—Aquí aprendí lo que significa perderlo todo.

Cuando cruzaron el vestíbulo, los pasos resonaron sobre el mármol. El lugar estaba intacto, pero muerto: los cuadros cubiertos, el aire denso, el silencio vigilante.

En la sala principal, una figura los esperaba.

Elena Moretti.

Vestida de negro, elegante, con una copa de vino en la mano y una sonrisa que helaba la sangre.

—Hermano. Qué sorpresa verte aquí tan temprano.

—Sabes por qué estoy aquí.

Ella dejó la copa sobre la mesa con suavidad.

—Supongo que Russo no pudo contener la lengua. Siempre tan indiscreto.

Lucía se tensó. Adrián avanzó hasta quedar frente a ella.

—¿Lo hiciste? ¿Fuiste tú quien envió a esa gente?

Elena lo miró con calma, casi divertida.

—No esperaba menos de ti, Adrián. Siempre directo, sin rodeos.

—Respóndeme.

—Sí.

El silencio cayó como un golpe.

Lucía dio un paso atrás, incrédula. Marco apretó el arma, pero Adrián alzó una mano para detenerlo.

—¿Por qué? —preguntó él, la voz baja, contenida.

Elena sonrió con tristeza.

—Porque tú ya no eres el hombre que nuestro padre quiso que fueras. Abandonaste todo, dejaste el negocio, dejaste el poder. Mientras tú te escondías detrás de tus remordimientos, alguien tenía que mantener con vida el apellido Moretti.

—¿Convirtiéndote en asesina? —replicó él.

—Convirtiéndome en sobreviviente —corrigió ella—.

Sus ojos se cruzaron, idénticos y distintos al mismo tiempo.

Lucía podía sentir la electricidad entre ellos: el peso de la sangre, del pasado, del amor y del odio mezclados.

Adrián avanzó un paso más.

—Intentaste matarme, Elena.

—No. Solo obligarte a recordar quién eres.

El sonido metálico del seguro de una pistola rompió la tensión.

Uno de los hombres de Elena apareció detrás del sofá, apuntando a Adrián. Marco reaccionó en un segundo, desenfundando.

—Baja el arma —ordenó Elena—. Nadie quiere una masacre aquí.

Lucía respiraba con dificultad. Su mente intentaba procesar todo: las mentiras, los secretos, la traición entre hermanos.

Adrián bajó lentamente el arma, pero su mirada seguía fija en Elena.

—Si tocas a Lucía, juro que…

—¿Lucía? —lo interrumpió Elena, arqueando una ceja—. Ah, así que al final encontraste una debilidad. Qué irónico. Papá siempre decía que el amor era el punto ciego de los Moretti.

—Cállate.

—Oh, hermano… —dijo ella, acercándose—. Si supieras lo que esa chica realmente significa para ti.

Lucía la miró, confundida.

—¿Qué quiere decir?

Elena sonrió con crueldad.

—Que tú no apareciste por casualidad, pequeña. Tu padre trabajó para el nuestro. Y cuando las cosas se torcieron, fue mi hermano quien dio la orden que acabó con su vida.

Lucía sintió el mundo girar bajo sus pies.

Adrián la miró, atónito.

—Eso no puede ser cierto.

—Pregúntaselo a tu conciencia —susurró Elena—. Tú firmabas los nombres sin mirar las caras.

Lucía retrocedió, el rostro pálido, los ojos llenos de lágrimas.

—¿Es verdad?

Adrián la buscó con la mirada, desesperado.

—Lucía, yo… no sabía. Si fue así, fue hace muchos años. No sabía quién era él.

Pero ella ya no lo escuchaba.

El ruido del mar, los recuerdos, el dolor… todo se mezcló en un solo silencio insoportable.

Lucía salió corriendo hacia la puerta, empapada de rabia y tristeza.

—¡Lucía! —gritó Adrián, pero Marco lo detuvo.

Elena observó la escena con una sonrisa amarga.

—Al final, siempre destruyes lo que intentas proteger.

Adrián la miró una última vez, con una calma que asustaba.

—Te equivocas. Esta vez, no.

El disparo resonó como un trueno.

Elena no murió, pero el cristal detrás de ella estalló.

—La próxima vez —dijo Adrián con voz baja— no fallaré.

Y se marchó.

Lucía estaba afuera, junto al coche, temblando.

Cuando lo vio acercarse, quiso huir, pero sus piernas no respondieron.

Adrián se detuvo a pocos pasos, empapado bajo la llovizna.

—No quise… —empezó a decir, pero ella lo interrumpió.

—Mi padre murió por tu culpa.

—Lucía, si lo ordené, fue porque no sabía quién era. Tu familia estaba mezclada con gente que nos traicionó, no había elección.

—Siempre hay una elección —susurró ella, y las lágrimas se confundieron con la lluvia.



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En el texto hay: suspenso, romance acción mafia, drama crimen

Editado: 12.11.2025

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