Sombras de Sangre

Capítulo 7 – “El eco de la huida”

La carretera hacia Roma se extendía como una cinta de asfalto bajo la lluvia. Las luces de la madrugada apenas se filtraban entre las nubes, y el rugido del motor era el único sonido que llenaba el silencio entre ellos. Adrián conducía sin descanso desde hacía horas, con la mirada fija en el horizonte. En el asiento del copiloto, Lucía intentaba mantenerse despierta, pero el cansancio y la adrenalina la tenían en un estado de tensión constante. Cada vez que el auto pasaba junto a otro vehículo, su corazón se aceleraba. En ese mundo, el peligro podía venir de cualquier dirección.

Adrián se mantuvo concentrado, con una calma aparente que escondía un cálculo constante. Había aprendido a vivir así: observando los retrovisores, analizando rutas, midiendo distancias. Pero esa noche algo lo desequilibraba. No era la amenaza de Russo ni la traición de Elena. Era la presencia de Lucía. Su respiración tranquila cuando por fin lograba cerrar los ojos, la forma en que el cabello se le pegaba al rostro, la vulnerabilidad que despertaba en él cosas que creía muertas. Por primera vez en mucho tiempo, temía perder algo que no podía reemplazar.

El silencio se rompió cuando ella habló, con voz suave pero firme.
—¿A dónde vamos exactamente?
—A un lugar seguro —respondió sin mirarla.
—¿Y existe eso para ti? —preguntó Lucía, con una mezcla de sarcasmo y tristeza.
Adrián apretó el volante, sin responder al instante.
—No, pero para ti quiero encontrarlo.
Sus palabras quedaron flotando entre ellos. Lucía apartó la mirada hacia la ventana, donde las gotas de lluvia caían como lágrimas silenciosas. No sabía si podía creerle, pero quería hacerlo.

Las montañas de Lacio se alzaron frente a ellos cuando el amanecer comenzó a teñir el cielo de gris y violeta. Adrián giró por un camino de tierra que serpenteaba entre los árboles y se detuvo frente a una casa aislada, oculta entre pinares. Era una vieja propiedad de los Moretti, abandonada hacía años. Bajaron del coche, y el aire fresco de la mañana los envolvió. Lucía estiró los brazos, respirando profundamente. Por primera vez en días, no se oía ni un disparo. Pero la calma era engañosa. Adrián lo sabía.

Dentro de la casa, la humedad impregnaba las paredes. Adrián revisó cada habitación antes de encender la chimenea. Lucía lo observaba en silencio, notando cómo sus movimientos eran precisos, controlados, casi rituales. Cuando al fin se quitó la chaqueta, ella vio la herida de su brazo abierta de nuevo.
—Déjame ayudarte —dijo, acercándose.
—No hace falta.
—Sí hace falta —insistió.
Él cedió, sentándose en una silla. Lucía limpió la herida con cuidado, sus dedos rozando su piel con una delicadeza que lo desarmó más que cualquier bala.
—No entiendo cómo puedes soportar tanto dolor sin decir nada —susurró.
—Porque ya no siento nada.
—No digas eso.
—Es la verdad. Hasta que llegaste tú.

Lucía detuvo el movimiento. Por un instante, sus miradas se cruzaron y el mundo pareció detenerse. No había palabras suficientes para todo lo que vibraba entre ellos: culpa, deseo, miedo, necesidad. Adrián levantó una mano, y con el dorso de los dedos le apartó un mechón del rostro.
—No sabes cuánto quise olvidar —dijo en voz baja—. Pero tú haces que recuerde quién era antes de todo esto.
Lucía sintió el corazón latir con fuerza. No sabía si era por él, o por el abismo al que se acercaban sin darse cuenta.

Pasaron las horas. Afuera, el viento arrastraba hojas secas, y dentro, el fuego proyectaba sombras que danzaban en las paredes. Lucía se había quedado dormida sobre el sofá, envuelta en una manta. Adrián la observaba desde el otro lado de la habitación, con la pistola en el regazo. En su mundo, confiar era un lujo, pero había algo en ella que lo desarmaba completamente. Pensó en su padre, en Elena, en las guerras que nunca terminaban. Y se prometió algo que nunca antes había hecho: si tenía que morir, que fuera protegiendo a esa mujer.

El ruido de un mensaje en su teléfono lo devolvió al presente. Lo leyó con el ceño fruncido. Era de Marco:
"Russo se movió. Elena está en Roma. Están buscando a la chica."
Adrián cerró el puño. La guerra ya había comenzado. Miró a Lucía dormir, y supo que no podían quedarse más tiempo.
Cuando ella despertó, él ya tenía todo preparado.
—¿Otra vez vamos a huir? —preguntó, cansada.
—No —respondió él, cargando el arma—. Esta vez vamos a luchar.

Salieron antes del amanecer. Roma se extendía en la distancia, majestuosa y peligrosa, una ciudad que escondía tanto poder como secretos. El plan de Adrián era simple: encontrar a Elena antes que Russo lo hiciera. Lucía, sin embargo, no podía dejar de pensar en lo que aquello implicaba. No solo una confrontación, sino un enfrentamiento entre hermanos, entre el pasado y el presente.
—¿Qué harás si la encuentras? —preguntó ella mientras avanzaban por la autopista.
—Depende de lo que ella haya hecho.
—¿Y si tiene razón?
—Entonces yo estoy perdido.

A medida que se acercaban a la ciudad, los recuerdos la envolvían. Roma no era un refugio; era un campo minado de alianzas, traiciones y sombras. Lucía lo entendía cada vez mejor: el mundo de Adrián no tenía fronteras, solo heridas. Pero también comprendía que, por alguna razón inexplicable, su destino ahora estaba unido al suyo. Y aunque le aterraba, no podía negar que una parte de ella ya no quería escapar.

Cuando el sol se alzó sobre las cúpulas de la ciudad, ambos sabían que nada volvería a ser igual. La guerra entre los Moretti, Russo y los fantasmas del pasado apenas comenzaba. Pero en medio de ese caos, entre las luces doradas de Roma y el peso del peligro, Lucía sintió algo inesperado: esperanza.
Tal vez, entre las sombras, todavía había lugar para el amor.

Roma los recibió con un amanecer gris y un aire denso que olía a lluvia y a hierro. Las calles todavía estaban medio vacías cuando el coche negro se detuvo frente a un edificio antiguo, cerca del Trastevere. Adrián bajó primero, analizando el entorno con la mirada fría de quien nunca deja de calcular riesgos. Lucía lo siguió, envuelta en un abrigo oscuro que le quedaba grande. Caminó detrás de él, intentando no parecer fuera de lugar, aunque cada paso resonaba como si la ciudad entera los estuviera observando. Roma tenía ese poder: hacía que uno sintiera el peso de los secretos.



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En el texto hay: suspenso, romance acción mafia, drama crimen

Editado: 12.11.2025

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