Sombras de Sangre

Capítulo 11 – “El Eco de la Tormenta”

El humo aún se elevaba sobre las ruinas cuando el sonido de las sirenas se volvió ensordecedor. Adrián arrastró a Lucía hacia el bosque detrás de la mansión, el calor de las llamas quemándole la piel. Cada paso era una lucha, cada respiración un recordatorio del infierno que dejaban atrás.
—No te detengas —ordenó con voz ronca.
Lucía apenas podía seguirle el ritmo, los pulmones ardiendo, la garganta llena de polvo y miedo.

Bajaron por un sendero estrecho hasta llegar al río. Adrián se detuvo solo un instante para observar la orilla. A lo lejos se escuchaban helicópteros.
—Nos están cazando —susurró Lucía.
—No “nos” —corrigió él—. A mí. Tú todavía puedes desaparecer.
Ella lo miró con los ojos enrojecidos. —No me pidas que te deje.
—No te lo estoy pidiendo —replicó, tomando su mano—. Te lo estoy ordenando.

Lucía negó con la cabeza. —Entonces tendrás que matarme para que me vaya.
Por un segundo, Adrián la observó con algo entre furia y admiración. Luego soltó una risa amarga. —Eres imposible.
—Y tú estás herido —dijo ella, señalando su hombro ensangrentado—. Si sigues así, no llegarás muy lejos.

Adrián respiró hondo. No tenía fuerzas para discutir. Se internaron río abajo, siguiendo un viejo camino de cazadores. Tras una hora de silencio, encontraron una cabaña abandonada.
Dentro, Adrián cayó de rodillas, agotado. Lucía corrió hacia él, intentando detener la hemorragia.
—Te está afectando más de lo que dices —susurró.
—He tenido peores días —murmuró él con una media sonrisa.
—¿Y cuántos de esos terminan conmigo cosiéndote heridas?
—Uno solo —respondió, mirándola con intensidad.

Lucía bajó la mirada, concentrándose en vendarle el brazo. El roce de sus manos era torpe pero tierno. Afuera, el viento azotaba los árboles. Por un momento, la violencia del mundo pareció lejana.
—¿Qué harás ahora? —preguntó ella.
—Sobrevivir —dijo él.
—Eso no es vivir, Adrián.
Él la miró largo rato. —Cuando termine con Elena, tal vez aprenda la diferencia.

Esa noche no durmieron. Se turnaron para vigilar mientras el fuego del hogar proyectaba sombras en las paredes. En medio del silencio, Lucía habló en voz baja:
—No creo que tu hermana quiera solo poder.
Adrián la miró. —¿Qué insinúas?
—Que lo que siente por ti no es solo odio. Es… una especie de obsesión.
Él frunció el ceño, recordando la mirada fría de Elena. —Siempre quiso controlarlo todo. Hasta lo que amaba.

El amanecer trajo consigo el sonido lejano de motores. Adrián se levantó de golpe.
—Nos encontraron.
Lucía corrió hacia la ventana: tres vehículos subiendo por el sendero.
—No hay salida —dijo con voz temblorosa.
Adrián tomó su arma, cargándola con precisión. —Entonces hacemos la nuestra.

El tiroteo fue rápido y brutal. Las balas destrozaron los vidrios, el eco resonó entre los árboles. Adrián derribó a dos hombres, pero la herida del hombro lo debilitaba. Lucía trató de cubrirlo, lanzando una botella encendida hacia la entrada. Las llamas bloquearon la puerta.
—¡Corre! —gritó él.
—¡No sin ti! —respondió, cubriéndose del humo.

Adrián la tomó por los hombros, su rostro a centímetros del de ella. —Lucía, escucha. Hay un contacto en Marsella. Un hombre llamado Vieri. Te ayudará a cruzar la frontera.
—¿Y tú? —preguntó ella, con lágrimas.
—Yo haré lo que siempre hago. Terminar lo que empecé.

Ella negó desesperada, pero él la empujó hacia una salida lateral.
—Confía en mí —susurró.
—No sé cómo hacerlo —dijo ella, llorando.
—Ya lo haces —respondió, rozando su mejilla antes de dejarla ir.

Lucía corrió entre los árboles mientras el fuego devoraba la cabaña. Detrás, el rugido de una explosión la hizo girar. Por un momento creyó verlo caer entre las llamas… pero no pudo estar segura.
El aire olía a ceniza y muerte.

Tres días después, en la costa sur de Francia, Lucía llegó al puerto de Marsella. Sus manos aún temblaban. Preguntó por Vieri, y un hombre de barba gris la llevó a una habitación oculta detrás de una bodega.
—Él dijo que vendrías —le dijo el hombre.
—¿Él… está vivo? —preguntó ella con esperanza.
El hombre dudó. —No lo sé. Pero si lo está, Elena lo busca con todo su ejército.

Lucía cerró los ojos, conteniendo las lágrimas. En la pared había un mapa, con rutas marcadas entre Italia, España y Marruecos. Era la red Moretti, extendiéndose como una telaraña.
—Entonces la guerra continúa —susurró.
—Y tú estás en medio de ella —dijo Vieri.

Mientras tanto, en algún lugar de las montañas al norte de Génova, Adrián se despertaba entre el humo y los restos de la cabaña. Herido, apenas consciente, con el cuerpo cubierto de ceniza.
Elena había ganado la primera batalla.
Pero él seguía con vida. Y en sus ojos, entre el dolor y la sangre, ardía una sola promesa:

“Voy a traerla de vuelta. Y cuando lo haga, el mundo sabrá lo que es la venganza.”

El viento sopló entre los árboles, arrastrando consigo el olor del fuego apagado.
La guerra de los Moretti apenas comenzaba.
Y entre sus sombras, el amor que los unía se convertiría en su mayor arma… o en su perdición.

El aire en las montañas olía a metal y ceniza. Adrián abrió los ojos con dificultad, su cuerpo inmóvil bajo los restos calcinados de la cabaña. El sonido del viento era lo único que lo mantenía consciente. Había sobrevivido… otra vez. Pero algo en su interior se sentía distinto. No solo el dolor físico: era la sensación de haber perdido su única razón para seguir luchando.
Lucía.

Con esfuerzo, se arrastró fuera de los escombros. Las manos le sangraban, el hombro le ardía, y cada respiración era un recordatorio de su fragilidad. A lo lejos, el humo ascendía todavía, pero las sirenas ya se habían ido.
Había sobrevivido, sí. Pero el precio había sido dejar atrás lo único puro en su vida.



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En el texto hay: suspenso, romance acción mafia, drama crimen

Editado: 27.11.2025

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