La noche en Génova parecía respirar peligro.
Las sirenas aún aullaban a lo lejos, como un lamento metálico que atravesaba las calles húmedas. Adrián corría con Lucía tomada de la mano, los pasos resonando sobre el empedrado mientras el eco de los disparos se mezclaba con el rugido del mar. El aire olía a pólvora, a lluvia y a miedo.
—¡Por aquí! —gritó él, empujando una puerta oxidada al final del callejón.
Lucía apenas alcanzó a entrar antes de que Adrián cerrara con fuerza, asegurando el cerrojo. Ambos quedaron en penumbra, respirando agitados.
El silencio duró solo unos segundos. Desde el otro lado, se escucharon pasos, órdenes en italiano y el sonido metálico de un arma al ser cargada. Adrián se giró hacia ella, sus ojos brillando en la oscuridad.
—No hagas ruido —murmuró—. Si nos encuentran, dispara primero y pregunta después.
Lucía asintió, aunque sus manos temblaban. Él notó su miedo y, sin pensarlo, la acercó a su pecho, intentando calmar su respiración.
Por un instante, el caos desapareció. Solo quedaron los latidos de ambos, entrelazados, desafiando la noche.
Un ruido los obligó a separarse. Adrián sacó su arma y apuntó hacia la escalera al fondo del pasillo.
—Baja —ordenó en voz baja—. Hay un túnel antiguo aquí abajo. Los contrabandistas lo usaban hace años.
Lucía tragó saliva, bajando los peldaños resbaladizos. El olor a humedad se volvió más fuerte, y el sonido del agua goteando marcaba un ritmo hipnótico.
Al llegar al final, la penumbra se abrió en un pasillo subterráneo inmenso, cubierto de piedras, con canales por donde corría el agua de la lluvia.
—¿Qué es este lugar? —preguntó ella, impresionada.
—La parte olvidada de la ciudad —respondió Adrián, encendiendo una linterna—. Aquí es donde se esconden los fantasmas.
Avanzaron en silencio. El túnel serpenteaba bajo el corazón de Génova, y cada sombra parecía moverse a su alrededor.
Lucía caminaba detrás de él, observando la forma en que su cuerpo se movía con precisión, como si cada paso estuviera calculado. Aun herido, Adrián irradiaba control. Era un hombre acostumbrado al peligro… y sin embargo, cuando giraba hacia ella, su mirada se suavizaba.
—No debiste seguirme —dijo él, rompiendo el silencio.
—No podía dejarte morir —respondió ella.
Adrián soltó una risa seca. —No sabes lo que eso significa en mi mundo. Cuando alguien intenta salvarte, normalmente termina muerto.
Lucía levantó la mirada. —Entonces tendremos que romper esa regla.
Sus ojos se encontraron, y por primera vez, Adrián no supo qué decir.
Había algo en esa chica que desafiaba todo lo que creía entender sobre la vida y la lealtad.
El eco de voces los interrumpió. Se acercaban.
Adrián apagó la linterna y la tomó de la mano.
—Por aquí —susurró, tirando de ella hacia un pasadizo lateral. Se ocultaron tras una compuerta oxidada mientras dos hombres armados pasaban con linternas.
Lucía podía sentir el corazón de Adrián latiendo contra su espalda. Su respiración era lenta, controlada. El suyo, en cambio, era puro temblor.
Cuando los pasos se alejaron, él soltó un suspiro.
—Nos quedaremos aquí hasta que amanezca —dijo, bajando la voz—. Si salimos ahora, nos matan.
—¿Y si no salen mañana? —preguntó ella.
Él sonrió con ironía. —Entonces habrá que hacer que el infierno nos deba una.
Se acomodaron contra la pared de piedra. Adrián se quitó la chaqueta empapada y la cubrió con ella.
Lucía lo miró, sorprendida. —No tienes que hacerlo.
—Sí, tengo —respondió—. Eres la única persona que no me ha mentido desde que esto empezó.
La sinceridad en su voz la desarmó.
En ese silencio cargado de tensión, las palabras sobraban.
Lucía lo observó, la luz tenue delineando sus rasgos endurecidos, las cicatrices que contaban historias que nadie más conocía.
Y en su mente, una idea la golpeó con fuerza: ¿cómo alguien tan roto podía hacerla sentir tan a salvo?
El cansancio los venció poco a poco.
Adrián se quedó dormido primero, con el arma sobre su pecho. Lucía lo miró en silencio, intentando comprender por qué su corazón latía tan rápido.
Afuera, la ciudad dormía. Abajo, entre sombras y ecos de agua, dos almas fugitivas encontraban un respiro en medio de la guerra.
Y aunque ninguno lo sabía aún, esa noche cambiaría el curso de ambos para siempre.