Sombras de Sangre

Capítulo 15: La Marca del Vínculo

La noche avanzaba con una pesadez extraña, como si el aire mismo esperara el momento exacto para quebrarse. Afuera, el viento recorría los árboles con un murmullo inquietante, y dentro de la cabaña el ambiente estaba cargado de una energía nueva: una mezcla de miedo, revelación… y algo más profundo que ni Adrián ni Lucía podían definir todavía.

Salvador se había retirado a la habitación del fondo, agotado y con la voz quebrada por lo que acababa de revelar. Pero aunque descansara, su presencia no traía paz. Más bien dejaba una sombra suspendida en el aire, un presagio de que los siguientes pasos serían decisivos.

Lucía permanecía junto a la ventana, mirando la oscuridad. Desde que Salvador mencionó el ritual, su mente no había dejado de repetirse la misma pregunta: ¿Qué soy realmente?
No era solo una chica común. No desde hacía tiempo. Pero escuchar que Elena la consideraba una “pieza faltante”… había sido como recibir un golpe frío directo al alma.

Adrián se acercó despacio, observándola con ese tipo de atención que no se aprende en ninguna guerra ni en ninguna mafia; una atención nacida del miedo de perder a alguien que se ha convertido en indispensable. Su presencia llenaba el espacio sin necesidad de palabras.

—No te encierres en tu cabeza —dijo con voz baja.

Lucía suspiró, sin apartar la mirada de la oscuridad.
—No es tan fácil. Todo lo que creía saber de mí… ahora está puesto en duda.

Adrián se apoyó a su lado contra la ventana, cruzando los brazos.
—Lo que eres… ya lo vi esta noche. Y no es algo que debas temer.

—Pero tú lo viste como un arma —replicó ella—. Yo también lo sentí así.

Él negó suavemente.
—No. Lo vi como una fuerza que te estaba matando mientras me salvaba. Eso no es un arma. Es… —la miró fijamente— algo que no debería cargar sola.

Lucía cerró los ojos por un instante. Él siempre encontraba una forma de atravesar sus defensas.

—Salvador dijo que Elena me quiere viva —susurró ella—. Eso es peor que querer matarme.

—Y eso es exactamente lo que me preocupa —dijo Adrián, con un tono más oscuro—. Porque yo prefiero enfrentarme a un ejército que a una mujer dispuesta a arrancarte del mundo.

Lucía lo miró, sorprendida por la crudeza en sus palabras.
Adrián se volvió hacia ella, tan cerca que su respiración rozó su piel.

—Escúchame bien. —Su voz se volvió un susurro grave—. Lo que sea que Elena quiera, no lo va a obtener. No mientras yo esté vivo.

Lucía sintió un nudo en el pecho, tan intenso que casi dolía.
Él levantó una mano y rozó su mejilla con los dedos, como si temiera que ella pudiera romperse. Ese gesto tierno, en medio de tanta oscuridad, la desarmó por completo.

—Tengo miedo, Adrián —confesó ella, temblando un poco—. No de Elena… sino de mí.

—Yo no —respondió él—. Y mientras esté a tu lado… no tienes por qué tenerlo.

Se quedaron así, tan cerca que el aire entre ellos parecía vibrar. La tensión no era violenta ni urgente. Era íntima, silenciosa, cargada de algo que los dos habían sentido desde hacía tiempo, aunque ninguno lo hubiese dicho.
Lucía apoyó la frente en su pecho, buscando estabilidad.
Adrián envolvió sus brazos alrededor de ella, sosteniéndola como si el mundo pudiera derrumbarse y él siguiera ahí, protegiéndola del impacto.

El momento se rompió cuando Salvador apareció nuevamente, apoyado en el marco de la puerta.

—No hay tiempo para suavidades —dijo, con una dureza que no dejaba lugar a dudas—. Elena ya sabe dónde estamos.

Adrián soltó a Lucía solo lo suficiente para girarse hacia él.
—¿Cómo lo sabes?

Salvador sostuvo algo en su mano. Un colgante oscuro, quebrado en dos, que parecía latir con una débil luz rojiza.

—Porque esto acaba de reaccionar. Es un fragmento del sello que usamos para el ritual hace años. Y si volvió a brillar, es porque Elena está llamando a la otra mitad.

Lucía sintió un escalofrío.
—¿La otra mitad la tiene ella?

—Sí —respondió Salvador—. Y cuando las dos partes se activen juntas… el vínculo entre ustedes será irreversible.

Adrián frunció el ceño.
—¿Entre quiénes?

Salvador lo miró directamente.
—Entre Elena… y Lucía.

El silencio que siguió fue pesado, cruel.
Lucía sintió ganas de gritar, de romper algo, de correr lejos.
Adrián dio un paso adelante, su voz oscura como la noche.

—No. No va a ocurrir.

Salvador suspiró, cansado.
—Entonces prepárense. Esta noche no terminará en calma. Y lo que viene… será peor que lo que enfrentaron antes. Elena está formando algo más que criaturas. Está despertando a los que le son leales del otro lado.

Adrián llevó una mano a su arma.
—Déjala venir.

Pero Salvador negó lentamente.
—No viene sola.
Pausa.
—Viene con algo creado para destruirte a ti, Adrián. Y para reclamar a Lucía sin dejar rastro.

Lucía sintió que el aire se congelaba en sus pulmones.
Adrián apretó los dientes, sin retroceder ni un centímetro.

Y entonces, como si el universo quisiera confirmar cada palabra, un sonido profundo resonó afuera. No era un aullido, ni un crujido de ramas.

Era un golpe.
Un impacto pesado.
Como si algo gigantesco hubiera caído frente a la cabaña.

Lucía se volvió hacia la puerta con los ojos muy abiertos.
Adrián desenvainó el arma sin dudar.
Salvador levantó el colgante roto, que comenzó a vibrar con fuerza.

—Ya está aquí —susurró.

Un segundo golpe hizo temblar las paredes.
Luego otro.
Y otro.

Hasta que la puerta principal, reforzada y sólida, empezó a deformarse… como si algo enorme la estuviera empujando desde afuera.

Lucía sintió la energía despertarse en su interior.
Adrián se colocó frente a ella, como un escudo humano.
Salvador murmuró palabras antiguas.

El golpe final hizo que la madera crujiera.



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En el texto hay: suspenso, romance acción mafia, drama crimen

Editado: 27.11.2025

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