Sombras de Sangre

Capítulo 16: Lo Que Despierta en la Oscuridad

El último golpe resonó como un trueno que partió el mundo. La puerta se arqueó hacia adentro, astillándose en los bordes, como si una fuerza descomunal la estuviera moldeando a voluntad. Pero no fue la puerta lo primero que cedió… sino el silencio. Ese silencio tenso, vivo, que parecía contener la respiración del universo justo antes de romperse.

Adrián dio un paso adelante, arma en mano, protegiendo a Lucía con su cuerpo.
Salvador apretó entre sus dedos el colgante partido, cuyo brillo rojo palpitaba como un corazón moribundo.

Y entonces, desde el otro lado de la puerta, la voz volvió a escucharse:

—Lucía… abre. No quiero herirte.

El tono era suave. Casi maternal. Una mentira perfecta.

Lucía sintió un escalofrío subirle por la columna, encendiendo aquella energía que ardía bajo su piel. Era como si la luz dentro de ella reaccionara al llamado de la oscuridad que estaba afuera.

—No le respondas —murmuró Adrián sin girarse.

Pero Lucía ya estaba respirando más rápido, porque esa voz no solo la llamaba…
La conocía.

Salvador levantó la mano.

—Ya viene —advirtió, retrocediendo un paso.

La puerta se partió en dos con un estruendo brutal. Las astillas volaron por la habitación, y Adrián empujó a Lucía hacia atrás justo antes de que un pedazo de madera cruzara el aire donde había estado su cabeza.

Del otro lado, envuelta en un aura casi líquida, apareció Elena.

Su silueta era perfecta, elegante, imponente: piel pálida, ojos que brillaban con una intensidad carmesí, y un vestido negro que parecía moverse con la oscuridad misma.
Lucía sintió que el aire se volvía más denso, más pesado… como si la presencia de esa mujer absorbiera la luz.

—Al fin —susurró Elena, acercándose un paso—. Te ves hermosa, Lucía. Esa luz dentro de ti… está despierta. Lo sentí cuando liberaste tu poder.

Adrián levantó el arma.
—Un paso más y disparo.

Elena ni siquiera lo miró.
—Si disparas, perderás más de lo que crees.

Entonces, algo se movió detrás de ella. Un sonido espeso, húmedo, como carne arrastrándose. Y desde la oscuridad del exterior, emergió lo que ella había traído consigo.

Lucía dio un paso atrás, instintivamente, porque lo que salió de las sombras no era humano. Ni siquiera era comparable a la criatura de luz que ella había destruido antes.

Era una bestia hecha de huesos retorcidos, piel grisácea tensada sobre músculos deformes, y ojos completamente negros, como pozos sin fondo. Caminaba encorvada, pero medía casi dos metros y medio. Sus garras eran largas… y parecían hechas para desgarrar.

Salvador palideció.

—No… —susurró—. Los Devoradores… creía que estaban extintos.

Elena sonrió.
—Los extinguí… para quedarme con uno. Este es especial. Fue creado para un propósito.

Los ojos de la criatura se clavaron en Adrián.
Lucía sintió el corazón helársele.

—No —dijo ella en voz baja, retrocediendo—. No. No, Adrián…

Elena inclinó la cabeza ligeramente.

—Sí, mi niña.
Este Devastador fue moldeado para lo que más te destruiría a ti:
arrancarte aquello que amas.

Adrián tensó el arma, apuntando al monstruo.
—Haz tu jugada, bruja.

La sonrisa de Elena se ensanchó.

—Con gusto.

La criatura avanzó con una velocidad imposible para su tamaño. La casa tembló bajo sus pasos. Adrián disparó tres veces, pero las balas se hundieron en su piel gruesa sin detenerlo. El monstruo embistió la mesa, lanzándola por los aires.

Lucía gritó.
Adrián la apartó justo antes de que el Devastador cayera sobre ellos.
La criatura golpeó a Adrián con una fuerza brutal, lanzándolo contra la pared. El impacto resonó en toda la cabaña.
Lucía sintió como si le arrancaran el aire.

—¡ADRIÁN! —corrió hacia él.

Pero el monstruo ya se estaba dando vuelta hacia ella.

Un aura oscura comenzó a formarse alrededor de sus garras.

Salvador se interpuso, lanzando un sello antiguo, pero la criatura lo rompió con una sola mano, estrellándolo contra una estantería.

Lucía quedó sola.

Elena dio un paso más dentro de la cabaña.
Sus ojos brillaban con un deseo casi enfermizo.

—No huyas de lo que eres —susurró—. Mira lo que tu luz puede hacer… si no la temes.

La criatura rugió, un sonido hueco y profundo que hizo vibrar el suelo.

Lucía sintió cómo la energía comenzaba a elevarse dentro de ella.
Era un calor que quemaba y a la vez protegía.
Un contraste perfecto con la oscuridad que buscaba atraparla.

—¡Lucía, no! —gritó Salvador desde el suelo—. ¡Si liberas demasiado, Elena puede tomar control!

Elena sonrió, encantada.

—Exacto.

Lucía cerró los puños.
La luz dentro de ella empezó a concentrarse en el pecho, subiendo por los brazos, hasta que un brillo dorado se encendió en su piel.

—Si ese monstruo lo toca —dijo con voz temblorosa pero firme—, te juro que te destruyo, Elena.

La mujer abrió los brazos con una gracia inquietante.

—Entonces intenta salvarlo.

La criatura se lanzó hacia Adrián, que apenas se estaba incorporando, aturdido por el golpe.
El tiempo pareció ralentizarse.

Lucía gritó su nombre.

Algo dentro de ella estalló.

Una onda de luz blanca dorada brotó desde su cuerpo, tan intensa que los cristales de la casa se fracturaron de inmediato. El Devastador fue empujado contra la pared, gruñendo de dolor, su piel humeando.

Adrián, cegado por un segundo, sintió la energía cruzarle el rostro como un viento cálido.
Lucía cayó de rodillas, temblando, la luz ardiendo sin control.

Elena abrió los ojos con adoración retorcida.

—Esa es…
La luz que anhelé durante años.

Lucía levantó la vista, jadeando, la piel marcada por un resplandor que no dejaba de crecer.



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En el texto hay: suspenso, romance acción mafia, drama crimen

Editado: 27.11.2025

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