Sombras de Sangre

CAPÍTULO 20 — Donde la noche finalmente descansa

La madrugada caía sobre la ciudad como un manto denso, todavía cargada de la tensión por todo lo que Adrián, Lucía y los demás habían vivido. Aún quedaban restos del caos, murmullos de lo ocurrido y una inquietud difícil de ignorar… pero en medio de todo eso, por primera vez en mucho tiempo, había también una sensación de alivio. Un suspiro colectivo que, sin ser pronunciado, se podía sentir en el aire. Un cierre. Una grieta por donde la luz empezaba a entrar.

Lucía observaba el horizonte desde la ventana del hospital, con los dedos apoyados suavemente en el vidrio frío. Había pasado horas sin dormir, sin moverse casi. Todo su cuerpo parecía suspendido en un estado entre alerta y calma. Mientras veía las luces de la ciudad parpadear a lo lejos, una pregunta latente en su pecho se hacía cada vez más fuerte: ¿Y ahora qué?
A su espalda, Adrián respiraba lentamente. Por primera vez desde el inicio de todo, dormía en paz.

Cuando él despertó, lo hizo despacio. Primero movió los dedos, luego respiró hondo, y finalmente abrió los ojos como si regresara de un lugar del que dudó poder salir. —¿Lu…? —murmuró.

Ella se volteó de inmediato, sus ojos brillando con alivio y miedo acumulado. —Estoy aquí —susurró, acercándose y tomando su mano.

Adrián tragó, dejando que el peso de los últimos eventos recayera sobre su cuerpo. —Creí que no lo contaba.

Lucía negó despacio. —No, Adrián. Tenías que volver. No podía permitir que te quedaras allí… con ellos… con lo que planeaban.

Él la observó, estudiando cada gesto, cada sombra bajo sus ojos, cada pequeña herida que ella llevaba consigo. —Pagaste un precio muy alto por salvarme.

—Lo habría pagado mil veces más —respondió ella sin un segundo de duda.

La puerta se abrió y entró Gabriel, con el cabello desordenado y una expresión mezcla de agotamiento y alivio. —Bueno, el dormilón despertó —dijo con una sonrisa cansada, pasando una mano por su rostro. —Ya todos están fuera de peligro. Lo que queda es… reconstruir.

Lucía bajó la mirada. Reconstruir. La palabra tenía un peso particular, casi abrumador.

Adrián intentó incorporarse un poco, y Gabriel lo ayudó. —Lucía —dijo él, mirándola con una profundidad nueva—. De todo lo que pasó… tú fuiste la única constante. La única razón por la que estoy vivo.

Ella abrió los labios para responder, pero Gabriel carraspeó. —Bueno, bueno… antes de que se pongan demasiado intensos, quiero recordarles que aún quedan entrevistas, papeles, informes, y una larga lista de cosas que resolver. Pero eso puede esperar hasta mañana. Hoy… descansen.

Cuando Gabriel salió, la habitación quedó envuelta en un silencio cálido.

—Lucía —dijo Adrián,— necesito preguntarte algo.

Ella se acercó otra vez. —Dime.

—Después de todo… después de enfrentar lo que enfrentamos… ¿quieres seguir aquí? ¿Conmigo?

La pregunta se clavó en su pecho. Lucía sintió una presión que mezclaba esperanza y temor. —Quiero —respondió con una suavidad firme—. Pero también sé que ambos necesitamos sanar. Que no podemos pretender que… que no pasamos por algo que nos marcó.

Adrián asintió, entrelazando sus dedos con los de ella. —Lo sé. Pero no quiero sanar lejos de ti.

Ella cerró los ojos un momento, absorbiendo esa frase. Cuando los abrió, había lágrimas contenidas brillando con una ternura serena. —Entonces lo haremos juntos.

Los días siguientes se movieron entre declaraciones oficiales, cierres de investigación, y un constante ir y venir de personas que querían detalles o respuestas. Elena enfrentarla justicia. La red que ella y sus aliados habían construido se había desmoronado, pero sus huellas aún quedaban en la ciudad, como heridas abiertas que tardarían en cerrar.

Lucía tuvo que declarar varias veces. Muchas preguntas. Muchos datos. Demasiados recuerdos que ella hacía todo lo posible por mantener ordenados… y por no dejar que le consumieran el alma.
Adrián, con un vendaje en el costado y moretones de diferentes tonalidades, también tuvo que pasar por lo mismo. Pero cada vez que uno de ellos salía de una sala de interrogatorio, el otro estaba allí, esperando.

Una tarde, semanas después, mientras el sol caía con una calidez suave sobre la ciudad, Adrián la invitó a caminar. No a un sitio especial, no a un lugar simbólico. Solo… a caminar. Como si quisiera enseñarle que la vida seguía, que los pasos podían ser más ligeros.

—¿Sabes qué es lo que más me sorprende? —dijo él después de un rato, mirándola de reojo.

—¿Qué?

—Que después de todo, todavía quieras mirarme como lo haces.

Lucía sonrió suavemente. —Y tú todavía no entiendes que nunca fue por obligación. Fue por elección. Y sigo eligiéndote.

Adrián se detuvo. Ella también.
El viento movió el cabello de Lucía, levantando mechones que él acomodó con un gesto lento, casi reverente.

—Lucía… —susurró él—, te debo más de lo que puedo decirte.

—No me debes nada —respondió ella, acercándose—. Me basta con que estés aquí.

Él apoyó la frente contra la de ella, cerrando los ojos. —Y pienso estarlo por mucho tiempo.

El desenlace no llegó como una explosión ni como un anuncio grandioso. Llegó poco a poco, como una brisa que empieza a calmar un incendio.
Adrián comenzó a retomar su vida, esta vez sin la sombra constante de quienes querían usarlo o dañarlo.
Lucía regresó a su rutina, pero no era la misma. Había algo en ella que había despertado. Una fuerza silenciosa, un filo nuevo mezclado con una ternura más profunda.

Con el pasar de los meses, se mudaron juntos. No como un intento desesperado de escapar del pasado, sino como una forma de crear un presente compartido. Una vida donde las noches eran tranquilas y las mañanas tenían café, música suave y conversaciones que curaban.

Y aunque los recuerdos oscuros no desaparecerían nunca por completo, dejaron de ser cadenas para convertirse en marcas de una batalla superada.



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En el texto hay: suspenso, romance acción mafia, drama crimen

Editado: 27.11.2025

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