El primer día de Lilianne Ashford en su nueva vida fue un día sin sol, sin risas y, sobre todo, sin esperanza. El brillo de su renacimiento se desvaneció rápidamente con la rutina diaria de la mansión Ashford. No tenía mucho tiempo para adaptarse al mundo de los vivos antes de que sus deberes comenzaran.
La casa, un castillo de piedras frías y muertas, era el reino de su padre, un hombre que nunca había mostrado un atisbo de afecto por ella. Lord Gregory Ashford era un hombre cuya vida giraba en torno al poder, no al cariño. Y Lilianne, a pesar de estar atrapada en este cuerpo débil, tenía claro que sería mucho más que una simple sombra en su casa.
Después del desayuno, donde la frialdad de su padre y la sonrisa venenosa de su madrastra llenaron la habitación, Lilianne se retiró a sus aposentos. Sabía que debía hacer algo con su poder recién descubierto. Sin embargo, la magia que empezaba a despertar dentro de ella no podía ser controlada con la simple instrucción de la academia. No, ella necesitaba algo más oscuro. Necesitaba algo que conectara con su pasado.
El eco de unas botas resonó en el pasillo. La figura, siempre vestida de negro, entró sin pedir permiso. Era Damien Faelan, la única persona que parecía ser capaz de ver lo que realmente era.
—Estás más inquieta de lo que pensaba —dijo, y su voz suave contrastaba con la frialdad del lugar.
Lilianne lo miró, sus ojos violeta centelleando. —¿Qué quieres? —preguntó con desdén.
Damien, por supuesto, no se inmutó. —Sé que tienes poder dentro de ti. Y sé lo que quieres hacer con él. Pero primero, tendrás que aprender a usarlo. Si no me sigues, terminarás siendo solo una sombra más de la nobleza que te despreció.
Lilianne, aunque irritada por sus palabras, sintió algo en su interior: una chispa de reconocimiento. ¿Acaso no era esa la verdad?
El futuro de la nobleza temblaba en sus manos.
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Editado: 03.09.2025