La mansión Ashford estaba llena de ecos: de los pasos de sirvientes, de los murmullos de cortesanos que se arrastraban por los pasillos, de las discusiones susurradas en habitaciones cerradas. Pero Lilianne, en sus aposentos, solo escuchaba el sonido de su respiración. Estaba sola, pero su mente estaba lejos, en otro lugar. En su vida pasada, Elyra Morwen, la maga oscura, había conocido todos los secretos del mundo. Y ahora, ella, Lilianne, estaba comenzando a recordar.
La conexión con el poder era innegable. Sentía su presencia, como si todo su ser vibrara con una fuerza antigua y casi salvaje. Sus dedos, antes temblorosos e inexpertos, comenzaban a moverse con una precisión mortal. Cerró los ojos, buscando el recuerdo de la magia oscura que alguna vez fue suya.
Las puertas de su habitación se abrieron sin previo aviso, y Damien Faelan apareció en el umbral, su figura tan oscura como la sombra misma.
—¿Ya has comenzado? —preguntó, sus ojos dorados brillando con la intensidad de un predador que había estado esperando pacientemente.
Lilianne no lo miró. Sus ojos seguían cerrados, su mente viajando a través de la red de recuerdos que lentamente se hilaban en su conciencia. La magia estaba despertando, y con ella, su voluntad.
—No es suficiente —dijo finalmente, su voz apenas un susurro, pero con una firmeza que sorprendió a Damien.
Él sonrió levemente, como si todo fuera parte de un juego que estaba dispuesto a ganar. —El poder no se concede. Se toma. —Se acercó lentamente, sus pasos silenciosos. —Te he traído algo. Un regalo. O más bien, una lección.
Damien extendió su mano, y un pequeño objeto brilló entre sus dedos. Era una piedra oscura, con marcas rojas que recorrían su superficie como venas. La piedra pulsaba con un poder que parecía familiar a Lilianne, como un eco de lo que alguna vez había sido su esencia.
—Este es un fragmento de la Piedra de las Sombras, un artefacto antiguo que puede ayudarte a desbloquear lo que llevas dentro. Solo tienes que concentrarte. La oscuridad en ti reconocerá el llamado.
Lilianne lo miró, su expresión imperturbable. —¿Por qué me ayudas? —preguntó, desconfiada, como siempre.
Damien se quedó en silencio por un momento, sus ojos dorados fijos en ella. —No lo hago por ti. Lo hago por mí. El caos que traerás será… interesante. Y porque, en este reino de sombras, las alianzas son tan volátiles como el aire.
Con una agilidad sorprendente, Damien dejó la piedra sobre la mesa cerca de Lilianne. La joven noble se acercó, con cautela, y tocó la piedra. En el mismo instante, una oleada de energía oscura invadió su cuerpo, como un torrente de agua fría que recorría sus venas. Fue una sensación de dolor y poder, un recordatorio de lo que alguna vez había sido y de lo que podía llegar a ser.
Pero, al igual que todo poder, ese también tenía un precio.
Lilianne sintió una punzada en su mente, como si una sombra pesada comenzara a tomar forma en su conciencia. De repente, las visiones comenzaron: la guerra en su vida pasada, la destrucción que había causado con cada hechizo, los rostros de aquellos que había destruido y aquellos que la habían traicionado.
—Esto es solo el principio —dijo Damien, observando el dolor en el rostro de Lilianne. —No eres solo una noble débil. Eres una fuerza de la naturaleza. Y te haré recordar todo lo que alguna vez fuiste.
Lilianne levantó la cabeza, sus ojos brillando con un nuevo propósito. El pasado estaba tomando forma, y con él, un nuevo futuro. Un futuro lleno de poder y venganza.
—El reino caerá. Y yo seré su reina —murmuró, apenas audible, pero con una determinación inquebrantable.
Fin del Capítulo 3.
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Editado: 10.06.2025