La sala de la Conclave era vasta, con techos altos que parecían tocar las estrellas y columnas de mármol que se alzaban como guardianes de secretos antiguos. La multitud de magos, brujas y nobles se aglomeraba en círculos, sus conversaciones susurradas mezclándose con la vibrante energía que impregnaba el aire. El suelo brillaba con runas mágicas, antiguas y poderosas, que parecían estar vivas, pulsando con la misma magia que recorría cada rincón del lugar.
Lilianne se mantenía erguida, su postura orgullosa, como si el mundo entero le perteneciera. La magia oscura la envolvía, invisible pero palpable, como una capa que la separaba de los demás. Cada paso que daba, las conversaciones se apagaban por un instante, y todos los ojos, ya sea con interés, sospecha o admiración, se volvían hacia ella. Nadie podía ignorar la presencia de la hija de Lord Gregory Ashford, pero en ese momento, Lilianne no era solo la hija de un noble. Ella era la maga oscura renacida, y su poder hablaba por sí mismo.
Un grupo de magos de la Casa Vellmont, encabezado por el arrogante Lorian Vellmont, se acercó, sus rostros marcados por la competencia. Lorian, con su cabello rubio y ojos azules, vestía una túnica decorada con runas doradas que indicaban su estatus y poder. Su mirada hacia Lilianne era de desafío, como si estuviera midiendo si ella realmente era digna de la reputación que se había hecho.
—Ah, Lilianne Ashford. La niña que ha logrado llamar la atención de todos con su poder recién descubierto —dijo Lorian, su voz cargada de sarcasmo. —¿Te atreves a presentarte en la Conclave? Debes saber que aquí no basta con ser un nombre prominente. Los magos son juzgados por sus habilidades, no por sus títulos.
Lilianne lo miró, sus ojos violeta brillando con un destello peligroso. En su interior, la oscuridad hervía, esperando ser liberada. Sin embargo, mantuvo la calma. No iba a responder a las provocaciones de alguien tan insignificante.
—No estoy aquí para competir, Lorian —dijo, su voz suave pero implacable. —Estoy aquí para gobernar. Y si tú, o cualquiera aquí presente, se atreve a desafiarme, será el último error que cometan.
El silencio siguió a sus palabras, y aunque algunos intentaron reírse, el peso de su amenaza se hizo evidente. Lorian frunció el ceño, molesto, pero sus ojos no podían ocultar la preocupación que comenzaba a crecer en su interior.
Lilianne lo dejó con su orgullo herido y caminó más adentro de la sala. Mientras avanzaba, se encontró con Arwen Drakmoor, una mujer alta de cabello negro azabache y ojos dorados, una mago de la Casa Drakmoor, conocida por su dominio de la magia elemental. Ella observaba a Lilianne con una mezcla de cautela y admiración.
—Eres… intrigante, Lilianne. ¿Vienes a competir con los grandes? —preguntó Arwen, su voz suave pero con una tensión subyacente.
Lilianne sonrió, un gesto frío que no llegó a tocar sus ojos. —No compito, conquisto.
Arwen asintió, comprendiendo la diferencia en las palabras. —No te subestimes. El camino para conquistar aquí no es fácil. Muchos de los magos más poderosos tienen años de experiencia, y algunos no dudarán en mostrarte que el poder en la Conclave no se otorga sin más. No es suficiente ser fuerte, hay que demostrarlo.
—Lo haré —respondió Lilianne, sus palabras cargadas de determinación. —Esta noche, todos sabrán qué soy capaz de hacer.
Justo en ese momento, la Gran Sala se oscureció, y una figura alta y elegante apareció en el centro, Maestro Ravel, el líder de la Conclave de Magos. Su presencia era magnética, su voz profunda y autoritaria.
—¡Bienvenidos, magos y brujas de todo el reino! —exclamó Ravel, su tono firme y resonante. —Hoy comenzamos una nueva era en la magia. Y como siempre, aquellos que demuestren su fuerza y su habilidad serán reconocidos. Quien no pueda hacer lo mismo, será descartado.
Las palabras de Ravel flotaron en el aire como una advertencia. Esta no era una simple reunión de intercambio de conocimientos, sino una batalla por el poder.
Lilianne se adelantó, sintiendo cómo las miradas de todos se volvían hacia ella. La tensión en el aire era palpable, como si la propia sala estuviera esperando el momento en que alguien haría el primer movimiento. Sabía que este era el momento.
Con un movimiento sutil, levantó su varita, y un círculo de magia oscura comenzó a formarse a su alrededor. Las luces de la sala parpadearon, y una vibración oscura recorrió las paredes. La magia en su interior explotó, oscura y poderosa, dejando a todos los presentes boquiabiertos.
—Este es mi poder. —La voz de Lilianne resonó, cargada de una energía tan intensa que la sala tembló levemente.
Los murmullos comenzaron, algunos de asombro, otros de temor. Nadie se atrevió a hablar, y la figura de Lilianne se erguía imponente, como si estuviera reclamando el lugar que le pertenecía por derecho.
Maestro Ravel la observó en silencio, sus ojos ocultando una mezcla de sorpresa y una profunda comprensión. Sabía que lo que acababa de presenciar era algo más que una demostración. Era el comienzo de algo grande.
—Bienvenida, Lilianne Ashford. —Dijo Ravel finalmente, su voz grave. —Parece que tenemos mucho de qué hablar.
Fin del Capítulo 8.
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Editado: 05.08.2025