Los días siguientes fueron un torbellino de emociones para Axel. Cada vez que veía a Yoon, algo dentro de él se fortalecía. Era como si aquel cariño del pasado, guardado durante años, le devolviera la capacidad de reír sin miedo, aunque fueran momentos fugaces. Axel lo escuchaba hablar con esa energía inocente que aún conservaba, lo veía emocionarse al recordar cómo jugaban en la infancia, y por instantes lograba olvidar todo el dolor que cargaba.
Pero la realidad siempre regresaba. Cuando la noche caía y se quedaba solo en casa, Ian aparecía. Su voz se colaba como veneno en su mente:
—Te estás dejando ablandar, Axel. No lo entiendes, ¿verdad? Él no pertenece a tu mundo. Si se queda, lo romperé. Lo haré pedazos frente a ti.
Axel temblaba, rogándole en silencio que lo dejara en paz. Pero Ian no se detenía. Lo odiaba porque Yoon lo debilitaba, porque cada recuerdo compartido lo arrastraba de nuevo a la superficie.
Mientras tanto, Alois observaba desde las sombras. Su instinto no lo engañaba: ese muchacho con cara amable no era normal. No podía precisar qué, pero cada gesto, cada silencio extraño, le generaba un escalofrío. Había visto hombres así antes, envueltos en dobleces, y no iba a permitir que Yoon cayera en las manos equivocadas.
—Yoon, tienes que abrir los ojos —le dijo una tarde, mientras guardaban los últimos objetos de la mudanza—. Ese chico no es quien recuerdas. Lo veo en su mirada… algo anda mal.
Yoon bajó la vista, molesto.
—Alois, ¿por qué no puedes dejarme ser feliz un momento? Axel es… Axel. Tal vez sufrió, cambió, pero sigue siendo él.
—¿Y qué si no? —replicó Alois con dureza—. ¿Y si lo que ves es solo una máscara? Tú no conoces lo que oculta.
—No quiero escucharte —cortó Yoon, girando sobre sus pasos.
Para Yoon, estar cerca de Axel era como recuperar un pedazo perdido de su vida. Y aunque las dudas rondaban, prefería aferrarse a la calidez que encontraba en él. Porque cada vez que Axel lo miraba, podía jurar que había sinceridad en esos ojos cansados.
Pero Ian estaba al acecho. Esa noche, cuando Yoon y Axel caminaron por la vieja plaza donde jugaban de niños, Ian decidió probar algo. Axel comenzó a sentir un zumbido en su cabeza, un mareo, como si alguien intentara arrancarle el control del cuerpo.
“Déjame salir”, rugió Ian desde dentro.
“No… no frente a él”, resistió Axel con lágrimas en los ojos.
Yoon lo notó. Axel palideció, llevándose una mano a la sien.
—¿Axel? ¿Estás bien?
—S-sí, solo un poco de cansancio —mintió, forzando una sonrisa.
Ian rió desde lo profundo. No iba a atacar todavía. Prefería esperar, tejer su venganza con calma. Quería que Yoon confiara, que bajara la guardia… y entonces golpear.
Alois, desde lejos, los observaba. Apretó los puños. Sabía que ese chico escondía algo. Y si Yoon no quería escuchar, él mismo se encargaría de descubrir la verdad, aunque tuviera que enfrentar a Axel de frente.
Mientras tanto, Axel se debatía en silencio: quería ser feliz al lado de Yoon, pero temía que Ian cumpliera su amenaza. Porque lo conocía demasiado bien… y sabía que, cuando llegara el momento, Ian no tendría piedad con ninguno de los dos.
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Editado: 11.09.2025