El dolor es una experiencia universal, ya sea constante o pasajera. A menudo se percibe como algo negativo, pero en algunos casos puede unir a las personas. Compartir el sufrimiento con alguien que realmente entiende, incluso cuando las palabras fallan, puede ser un alivio. Al final, ambos están en el mismo abismo y solo ellos pueden ayudarse a salir. Me gustaría decir que esta reflexión proviene de un libro o de algo que leí en internet, pero en realidad, es una lección que la vida me enseñó.
Él es esa persona: mi ancla en el pozo del dolor y mis alas hacia la felicidad. Aunque parezca contradictorio, así lo siento. Este es Darek.
Darek Sáez era el típico niño rico que se sentía dueño del mundo, creyendo que podía hacer lo que quisiera con quien quisiera. Un gran jugador de fútbol, inteligente y carismático, pero también arrogante y orgulloso, lo que a veces lo llevaba a perder el control.
Lo conozco desde tercer grado de primaria. Siempre llevaba su estúpido peinado y no perdía oportunidad de demostrar lo brillante que era. Nuestra primera interacción ocurrió en su cumpleaños, al que sus padres me invitaron. Sin embargo, no fue hasta la secundaria cuando realmente descubrí cómo era en realidad.