Siempre me he considerado un hombre paciente. La paciencia es un arma subestimada, una herramienta que no solo desarma a tus enemigos, sino que les da tiempo para cavar sus propias tumbas. Y Sofía... ella había cavado la suya con precisión, sin siquiera darse cuenta.
La vi entrar al almacén, la cabeza en alto, los ojos buscando en la oscuridad. Ahí estaba, tan desafiante como siempre, con esa mezcla de miedo y determinación que la hacía única. A pesar de los años, seguía siendo la misma. Solo que ahora, estaba rota en formas que aún no comprendía del todo.
Di un paso adelante, dejando que la penumbra jugara conmigo, que alimentara su incertidumbre.
—Bienvenida, Sofía.
El sonido de mi voz la golpeó como un cuchillo. La vi detenerse, tensarse, y luego buscarme con los ojos. Me deleité en ese momento. Era un placer oscuro, lo admito, pero un placer al fin.
—No puede ser... —murmuró, casi para sí misma.
Sonreí mientras daba otro paso hacia la luz.
—Oh, pero lo es. ¿De verdad pensaste que podías desaparecer y dejarlo todo atrás?
Sus manos temblaban ligeramente, pero no era el temblor de una mujer débil. Sofía era un torbellino contenido, y siempre había admirado eso en ella. Por eso había sido mi mejor protegida... hasta que decidió traicionarme.
—¿Qué quieres? —preguntó, su voz firme a pesar del miedo.
Me acerqué lentamente, dejando que cada paso resonara en el espacio vacío. La figura enmascarada a mi lado permaneció inmóvil, como un vigilante silencioso, su presencia tan imponente como la mía.
—Quiero muchas cosas, Sofía. Pero en este momento, lo que más quiero es entender. —La señalé con un dedo, como si fuera una pieza de arte que estuviera evaluando—. Quiero saber cómo alguien como tú pudo pensar que era más inteligente que yo.
Ella apretó los labios, sin responder. Lo esperaba. Sofía siempre había sido buena para ocultar sus pensamientos, pero yo sabía cómo romper esa fachada.
—Fuiste mi mejor aliada. Mi aprendiz. Te di un propósito cuando nadie más lo hizo. Y así es como me lo pagas: robando información, desapareciendo como una rata, dejándome en medio de una tormenta.
—No te debía nada —dijo, finalmente, su voz teñida de rabia.
Reí, un sonido bajo y lleno de burla.
—Oh, querida, me lo debías todo. Pero no estoy aquí para recriminaciones. No, Sofía. Estoy aquí porque necesitamos hablar de lo que has hecho... y de lo que estás a punto de hacer.
Vi la duda cruzar por su rostro, pero no cedió. Sabía que no sería fácil quebrarla, y eso era parte del juego.
Caminé hasta un escritorio cercano, donde había colocado un sobre idéntico al que le envié antes. Lo tomé y lo arrojé sobre la mesa frente a ella.
—Ábrelo.
Vaciló un momento antes de tomar el sobre. Cuando lo abrió, su rostro se transformó. Lo que vio ahí la desarmó más que cualquier palabra que pudiera decir.
—Esto es imposible... —susurró, sus dedos apretando las fotografías que contenía.
—Oh, pero es muy real. Tú destruiste mi organización, Sofía, pero al hacerlo, despertaste algo mucho más grande. —Me incliné hacia ella, dejando que mi tono se volviera más oscuro—. Hay fuerzas en juego que ni siquiera tú puedes comprender.
Ella levantó la mirada, sus ojos ardiendo con preguntas que sabía que no estaba lista para formular.
—¿Por qué me muestras esto ahora? —preguntó finalmente, su voz apenas un susurro.
Me encogí de hombros, manteniendo mi sonrisa fría.
—Porque quiero que entiendas que esta vez no tienes escapatoria. No estoy aquí para matarte, Sofía. Eso sería demasiado fácil. Estoy aquí para devolverte al lugar al que perteneces.
Me giré hacia la figura enmascarada, que permanecía inmóvil, observando en silencio.
—Él será tu guardián por ahora. Asegúrate de que no haga nada estúpido.
Sofía me miró, sus labios temblando con palabras que no podía pronunciar. Sabía que estaba al borde de un abismo, y yo estaba ahí para empujarla.
—Nos vemos pronto, Sofía. —Di media vuelta y salí del almacén, dejando que la oscuridad y mis aliados terminaran lo que había comenzado.
Mientras caminaba por las calles desiertas, sentí una satisfacción fría en mi pecho. Sofía no lo sabía todavía, pero este era el principio del fin para ella. Y yo... yo sería el arquitecto de su caída.