Sofía había estado investigando durante semanas, recorriendo los rincones más oscuros de la ciudad, buscando pistas, hablando con viejos informantes y revisando cada documento en su poder. No sabía si lo que encontraba tenía sentido o si, simplemente, estaba siendo arrastrada por una corriente imparable de caos. Pero algo había cambiado en ella. La urgencia ya no era solo por obtener respuestas; era por encontrar una razón, una justificación para todo lo que había ocurrido. ¿Qué había sido real y qué no? La línea entre la verdad y la mentira se desdibujaba cada vez más.
Una tarde, mientras revisaba algunos papeles antiguos en su apartamento, encontró una carta sin remitente. El sobre estaba envejecido, con las esquinas dobladas y la tinta ligeramente desvanecida. La carta, sin embargo, estaba escrita con una caligrafía impecable, como si alguien estuviera intentando ocultar su identidad pero, a la vez, dejando una huella perfecta. La abrió con cautela, su corazón acelerándose a medida que leía las palabras escritas:
"Sofía, sé que has estado buscando respuestas. Sé que has estado buscando a las personas responsables, buscando a quienes te arrebataron todo. Pero lo que aún no sabes es que no todo está como parece. El rostro que buscas, la verdad que deseas, no está fuera de tu alcance. Está mucho más cerca de lo que crees. Si de verdad quieres saber, ven esta noche a las afueras de la ciudad, al antiguo almacén en la calle St. Clair. No vengas sola."
El papel cayó de sus manos. Sus pensamientos giraban a mil por hora. ¿Quién había enviado eso? ¿Y por qué la invitaban a un lugar tan específico? No había tiempo para dudar. Sofía no estaba acostumbrada a tener miedo, pero esa carta la inquietaba de una manera que no podía explicar. Sin embargo, lo que más le perturbaba era la mención de "el rostro que buscas". ¿A qué se referían? ¿A alguien que ella conocía?
Cuando la oscuridad de la noche cubrió la ciudad, Sofía se preparó para ir. Algo en su interior le decía que esta vez no sería como las anteriores. No se trataba solo de un encuentro más, una pieza del rompecabezas que pudiera encajar. No, esta vez algo importante sucedería.
El almacén en la calle St. Clair estaba al final de un callejón oscuro, aislado y cubierto de maleza. El aire estaba pesado, como si el mundo a su alrededor se hubiera detenido por un momento. Sofía observó el edificio desde la distancia, buscando alguna señal de actividad, pero todo parecía estar en silencio. Su instinto le decía que algo no estaba bien, pero la curiosidad la empujó a avanzar.
Al acercarse, una figura apareció en la puerta del almacén. Era alta, con una capa oscura que cubría gran parte de su rostro. Sofía se detuvo a unos metros, midiendo la distancia, evaluando sus opciones. La figura no se movió ni un centímetro, como si estuviera esperándola.
—¿Quién eres? —preguntó Sofía, su voz firme, pero cargada de tensión. No podía dar ni un paso más sin saber con quién estaba tratando.
La figura no respondió. En su lugar, levantó una mano, indicándole que se acercara. Sofía no lo pensó más y se acercó, aunque su pulso se aceleraba con cada paso. Llegó hasta la puerta, que se abrió sin hacer ruido. La figura la guió dentro, donde la oscuridad era casi total.
Solo cuando cruzaron el umbral, la figura dejó caer su capa, revelando su rostro. Sofía se quedó paralizada. Era alguien que había conocido años atrás. Alguien a quien había perdido en una tragedia. La mujer frente a ella no era otra que su madre, desaparecida muchos años atrás, quien supuestamente había muerto en un accidente, pero aquí estaba, viva, frente a ella.
—No… no puede ser… —Sofía murmuró, sus piernas temblando bajo el peso de la revelación.
Su madre la miró fijamente, como si fuera la cosa más natural del mundo, y respondió:
—Lo sé, Sofía. Lo sé. Pero ahora debes entender que todo lo que has creído hasta ahora, todo lo que te han dicho… es una mentira.
El choque emocional fue devastador. Sofía había estado buscando respuestas sobre su vida, sobre su pasado, y lo que acababa de encontrar desmoronaba todo lo que creía saber. Pero su madre no era la única pieza en este rompecabezas. Las palabras de la carta volvieron a su mente: "El rostro que buscas está mucho más cerca de lo que crees".
—¿Por qué? ¿Por qué fingiste tu muerte? —preguntó Sofía, su voz entrecortada por la confusión y la rabia.
La mujer respiró profundamente, como si hubiera estado esperando esa pregunta durante años.
—Porque había algo mucho más grande en juego, Sofía. Algo que no podías entender. Y ahora, más que nunca, necesitas saber la verdad, incluso si eso significa arriesgarlo todo.
El silencio que siguió estuvo lleno de tensión, como si ambas supieran que lo que se diría a continuación cambiaría sus vidas para siempre.
—Tu vida, tu destino… todo ha sido diseñado desde el principio. Y ahora es tu turno de elegir en qué lado vas a estar.
Sofía miró a su madre, su corazón latiendo con fuerza. ¿Qué opción quedaba? ¿Seguir buscando la justicia y la venganza? ¿O unirse a una causa más oscura, cuyo rostro había estado oculto todo este tiempo? Los hilos de su destino estaban a punto de entrelazarse de maneras que ni ella misma podía prever.
La verdad ya no era algo que pudiera escapar. Ahora, Sofía se encontraba ante una elección que podría cambiar el rumbo de su vida para siempre.