Sombras de un nuevo imperio

Capítulo 11: "El laberinto de sombras"

Sofía se encontraba de pie, mirando al vacío. Su respiración era irregular, como si su cuerpo no pudiera procesar la tormenta de pensamientos que la asaltaban. El reloj seguía marcando el paso de los minutos, pero el tiempo parecía haberse detenido en ese instante, suspendido en la angustia de lo que estaba por venir.

La carta que había dejado caer al suelo seguía allí, una simple hoja de papel que ahora simbolizaba todo lo que había perdido: su confianza, su humanidad, su alma. Había sido arrastrada hasta un borde del abismo, pero no podía dar marcha atrás. Algo dentro de ella la empujaba a seguir adelante, a desvelar la verdad sin importar las consecuencias.

Pero no sabía si estaba lista para enfrentarse a la figura que había estado moviendo los hilos todo este tiempo.

Las calles estaban desiertas esa noche, como si el mundo entero hubiera desaparecido para dejarla sola en su propio caos. Sin embargo, la sensación de que no estaba sola nunca la abandonó. La sombra de alguien estaba siempre allí, acechando.

Un teléfono sonó, interrumpiendo el silencio.

Sofía miró la pantalla. El nombre que apareció era desconocido, pero algo en ella le decía que esta llamada no era como las demás. Su mano temblaba al sujetar el teléfono, y un escalofrío recorrió su cuerpo.

—Sofía… —una voz grave y conocida resonó al otro lado de la línea, cortando el aire como un cuchillo afilado.

Era la voz que había estado evitando escuchar durante tanto tiempo. La voz que había sido la fuente de todas sus pesadillas, la que la había arrastrado a este camino oscuro sin salida.

—Te estaba esperando —dijo la voz, fría, calculadora. A pesar de la calma, Sofía pudo escuchar la maldad oculta detrás de cada palabra. No había duda, estaba frente a la fuente de todo. El enemigo.

En ese momento, Sofía comprendió que no había escapatoria. Lo que pensaba que podía ser su última confrontación ahora se sentía como el inicio de algo mucho más grande y aterrador.

—¿Qué quieres de mí? —la pregunta salió de su boca como un susurro, pero su mente era un torbellino de emociones. La rabia y el miedo se mezclaban, formando una explosión de furia contenida.

La voz en el teléfono se rió con frialdad, como si la respuesta fuera obvia, como si ya supiera que Sofía iba a hacer la pregunta. Se sentía distante, completamente fuera de su alcance, y eso la aterraba aún más.

—Lo que quiero de ti, Sofía, es que termines lo que comenzaste. Que sigas el camino que tu madre trazó para ti. Y si no lo haces, serás la causa de tu propia destrucción. Pero no te preocupes, nadie va a salir ileso de esto.

Sofía sintió un nudo en el estómago. El miedo no era lo que la invadía en ese momento, sino una sensación mucho más aterradora: la completa ausencia de control. Estaba siendo empujada por alguien más, por algo que no podía entender, y ese algo la estaba consumiendo desde adentro.

—No voy a hacer lo que tú quieras. —Sus palabras salieron más firmes de lo que se sentía en ese momento. Había algo en su voz que sonaba desafiante, pero en su interior, el caos se apoderaba de ella.

Hubo un largo silencio, seguido de una suave carcajada del otro lado de la línea. Era una risa cargada de desdén.

—Lo harás, Sofía. Tienes más en común conmigo de lo que te imaginas. No hay salida, y tú lo sabes. Estás atrapada en tu propio laberinto de mentiras. La verdad te va a devorar, y cuando lo haga, nada quedará de ti. Ni tu madre, ni tus sueños. Solo una sombra. La misma que yo soy.

El teléfono se cortó.

Sofía miró la pantalla, sin comprender bien lo que acababa de escuchar. El laberinto al que hacía referencia su enemigo ahora parecía más real que nunca. Las paredes se cerraban lentamente a su alrededor, y todo lo que creía saber sobre sí misma comenzaba a desmoronarse.

El sonido del teléfono colgado aún retumbaba en sus oídos, pero no podía hacer nada para detener lo que ya se había desatado. La sensación de estar atrapada en una pesadilla, de estar dando vueltas en un círculo del que no podía escapar, la inundaba por completo.

De repente, la puerta de su apartamento se abrió. Sofía no se giró, pues sabía que no era una coincidencia. Su cuerpo tenso y rígido lo sabía. Alguien la estaba observando.

—Sofía —dijo una voz suave pero firme. La mujer que entró en la habitación era alta, elegante, con un aire de autoridad que Sofía conocía bien. Era su madre. Marina.

Al verla, una oleada de ira la recorrió. Lo que había temido desde el principio, lo que había estado buscando, lo tenía frente a ella. Pero no había lugar para dudas. Sofía estaba lista para enfrentarse a lo que fuera, incluso a su propia madre.

—Lo que has hecho no tiene perdón —dijo Sofía, las palabras saliendo con furia contenida.

Marina la miró con una mezcla de amor y desdén. Una sonrisa se dibujó en su rostro, pero no era una sonrisa de consuelo. Era una sonrisa que ocultaba la verdad. La verdad que Sofía había estado buscando durante tanto tiempo, la verdad que nunca quiso escuchar.

—Has llegado hasta aquí, pero ¿realmente crees que entiendes todo lo que está en juego, Sofía? —preguntó Marina, su voz ahora implacable. —Estás en el centro del caos que yo misma he creado, pero créeme, este es solo el comienzo.




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