Sofía no sabía cuántas horas habían pasado desde que la tomaron. No sabía si era de noche o de día. El tiempo parecía haberse detenido en ese oscuro lugar donde el frío calaba hasta los huesos. Estaba en una habitación pequeña, sin ventanas, sin salida. Solo las paredes sucias y el incesante sonido de un ventilador que giraba lentamente, como si todo fuera parte de un plan meticulosamente orquestado.
El dolor era constante. No solo físico, sino emocional. Cada vez que intentaba recordar algo, cada vez que intentaba aferrarse a una verdad, a una respuesta, una sensación opresiva la envolvía, dificultando el pensamiento. No había manera de que su mente pudiera procesar lo que estaba sucediendo.
En ese momento, el ruido de la puerta abriéndose la hizo estremecerse. Tres hombres entraron en la habitación. Uno de ellos llevaba una máscara, los otros simplemente la observaban con una calma inquietante. No la miraban como un prisionero, sino como una pieza que debía ser manipulada hasta que diera lo que querían. Sofía se estremeció al ver la forma en que la observaban, como si ya supieran todo lo que había hecho, todo lo que había vivido, y ahora solo esperaban que su voluntad cediera.
Uno de los hombres se acercó con una jeringa en la mano. Sofía intentó resistirse, pero el dolor la había debilitado. Sintió el pinchazo en su brazo y el veneno fluir a través de sus venas. Sus ojos se cerraron brevemente, y cuando los abrió de nuevo, estaba más alerta, pero algo en su mente se había desvanecido.
El hombre con la máscara se acercó lentamente, observando su reacción. Los otros se mantuvieron en silencio, sin intervenir.
—Sabes lo que tienes que hacer, Sofía —dijo el hombre en un tono bajo y penetrante. No era una pregunta, sino una afirmación. Sabía que ella ya estaba al tanto de todo. No podía escapar.
Sofía trató de hablar, pero su boca estaba seca, y el esfuerzo parecía inútil. Lo único que podía hacer era mirar al hombre que se acercaba, la incertidumbre quemándola por dentro. Estaba atrapada, pero no lo suficiente como para no entender lo que estaba en juego. Su vida, su futuro, todo lo que había conocido... todo estaba por desmoronarse.
Fue entonces cuando, como si se hubiera rendido ante la inevitabilidad, las palabras comenzaron a salir de su boca, casi sin quererlo. El proceso de la tortura física había comenzado, pero las palabras que surgieron no eran simples gritos de dolor. Eran palabras de revelación. Revelaciones que su madre había mantenido en secreto, que Alexei le había ocultado, que la verdad misma había desviado de su camino.
—Quiero saberlo todo. Dime lo que sucedió... —dijo Sofía, con una voz quebrada pero llena de determinación. Las palabras resonaron en el aire, como un eco al que ya no podía escapar.
El hombre con la máscara se inclinó hacia ella, su respiración fría en su oído.
—¿Todo? —preguntó, dejando la palabra en el aire, como si fuera una cuestión mucho más grande que lo que había experimentado hasta ahora.
Sofía asintió, con dificultad, pero con una certeza que la sorprendió a sí misma. Ella quería la verdad. Necesitaba la verdad.
El hombre dio un paso atrás y, por un instante, Sofía pensó que la dejarían en paz, pero no fue así. Uno de los otros hombres sacó una fotografía de su bolsillo y la dejó sobre la mesa frente a ella. Era una fotografía antigua, desgastada por el tiempo. Sofía la miró con horror, y su corazón se detuvo por un segundo.
Era una foto de ella, mucho más joven. Pero no estaba sola. Junto a ella, un hombre con el rostro oculto, pero que Sofía reconoció al instante: su padre. La imagen parecía sacada de un sueño, uno que Sofía había querido olvidar.
—Tu padre no era quien pensabas que era —dijo el hombre en la máscara. —Y tú no eres quien crees que eres, Sofía.
Sofía tragó saliva, y la confusión la envolvió. El veneno en su cuerpo comenzaba a hacer efecto, pero sus sentidos estaban más agudizados que nunca. La verdad la estaba golpeando como un martillo, y ella no sabía si podía soportarla.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, su voz temblando.
El hombre señaló la foto.
—Ese hombre... no era tu padre biológico. Pero te crió como tal. La persona que te dio la vida... está aquí. Siempre lo ha estado. —La mirada del hombre se endureció, y Sofía sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies.
—No... no es posible... —murmuró, el pánico empezando a tomar control de su cuerpo.
Pero la respuesta llegó antes de que pudiera terminar de formular la pregunta.
—Tu madre no te ha contado toda la verdad. Tu verdadero padre es alguien más... alguien muy poderoso. Y él siempre te ha observado. Todo lo que has hecho... todo lo que has vivido, Sofía, ha sido parte de su plan. Tu vida ha sido una mentira desde el principio.
Sofía sentía el peso de esas palabras presionando sobre ella como una carga insoportable. La idea de que su vida, la historia que conocía, todo lo que había sido, era una construcción que otros habían orquestado con precisión, la devastaba.
El hombre con la máscara sonrió, y Sofía sintió como si una puerta se abriera ante ella, revelando una oscuridad infinita.
—Y ahora, Sofía, es tu turno. El precio de conocer la verdad es alto, pero ya no hay marcha atrás. Ya no eres solo una víctima. Eres parte del juego. Y tu elección te llevará a donde debes estar.