La noche había caído sobre Nápoles como un manto espeso de humo y silencio.
La lluvia golpeaba los techos oxidados, lavando la sangre que corría entre los adoquines del puerto viejo. Los faroles titilaban, testigos de algo que estaba a punto de cambiarlo todo.
Un hombre corría por el muelle. Su respiración era un rugido. La pistola en su mano brillaba bajo la lluvia.
—¡Dante, no lo hagas! —gritó una voz a lo lejos.
Pero Dante Rinaldi ya había cruzado la línea hace mucho tiempo.
El traje negro pegado al cuerpo, las manos temblando entre furia y adrenalina, los ojos grises encendidos por el odio.
Frente a él, un enemigo arrodillado imploraba piedad.
—Te lo advertí —murmuró Dante, con la voz ronca—. En esta ciudad, quien toca a mi familia… no respira otra noche.
El disparo resonó como un trueno.
El cuerpo cayó al agua y desapareció en el oscuro reflejo del puerto.
Solo quedó el eco del crimen.
Dante bajó el arma lentamente, mirando el horizonte.
La lluvia seguía cayendo, mezclándose con las lágrimas que él jamás admitiría haber derramado.
A pocos kilómetros de allí, una mujer revisaba un expediente médico mientras bebía café frío.
Valentina Moretti, 27 años, médica residente en el Hospital San Michele.
Su turno nocturno había terminado, pero se negaba a irse. No soportaba volver a su apartamento vacío.
La ciudad dormía, pero ella sentía el peso de algo que no podía nombrar.
El miedo. La sospecha. O tal vez la sensación de que su destino estaba a punto de entrelazarse con el de un hombre al que nunca debería conocer.
De repente, las puertas del hospital se abrieron de golpe.
Dos hombres entraron cargando a un herido envuelto en una chaqueta ensangrentada.
—¡Necesitamos ayuda! ¡Le dispararon! —gritó uno.
Valentina corrió hacia ellos.
—Sala de urgencias, ahora. ¡Preparen el quirófano! —ordenó con voz firme.
Mientras colocaban al herido en la camilla, sus ojos se cruzaron con los del hombre que lo acompañaba.
Era alto, de mirada gélida y presencia peligrosa.
La luz del hospital no ocultaba las gotas de lluvia que corrían por su rostro.
—¿Qué pasó? —preguntó Valentina, sin saber con quién hablaba.
—Un ajuste de cuentas —respondió el hombre, seco, sin apartar la vista del herido—. Solo sálvalo.
—Necesito su nombre.
El hombre la miró.
Un segundo bastó para que el aire se volviera denso, como si el tiempo se hubiera detenido.
—Dante Rinaldi.
El apellido cayó como una piedra.
Todos en Nápoles conocían a los Rinaldi. El clan más temido de la costa.
Valentina tragó saliva, pero no retrocedió.
—Aquí dentro todos son iguales, señor Rinaldi. Si quiere que viva, déjeme trabajar.
Él la observó por unos segundos, como si no entendiera cómo alguien podía desafiarlo así.
Y por primera vez en años, sintió algo que no era rabia ni venganza. Era respeto… o tal vez curiosidad.
Horas después, el hospital volvió al silencio.
El paciente estaba estable.
Valentina se quitó los guantes y salió al pasillo, agotada.
Dante seguía allí, apoyado contra la pared, fumando un cigarro.
—¿Sobrevivirá? —preguntó él sin levantar la vista.
—Sí. Pero si no desaparecen pronto, la policía no tardará en venir —dijo ella, secándose el sudor con la manga.
Él asintió lentamente.
—No dirá nada de esto, ¿verdad?
—Soy médica, no policía. Pero no vuelva a traerme muertos —respondió ella, caminando hacia la salida.
—¿Cómo se llama? —preguntó él antes de que se fuera.
Ella se detuvo, sin mirarlo.
—Valentina. Valentina Moretti.
Dante repitió el nombre en voz baja, como si lo guardara.
Cuando ella salió, él la siguió con la mirada, y por primera vez en mucho tiempo, no pensó en la venganza.
Pensó en sus ojos.
En las sombras del estacionamiento, un auto negro esperaba.
Un hombre en el asiento trasero habló sin girarse.
—¿Todo salió bien?
Dante subió, cerrando la puerta.
—No. Pero el problema ya no respira.
El hombre encendió un cigarro.
—Tu padre no aprobaría tanto caos, Dante.
—Mi padre ya no manda —respondió él, mirando la ventana empañada—. Ahora mando yo.
El motor rugió y el auto desapareció en la lluvia.
En algún lugar, un corazón que no sabía de violencia latía más fuerte, presintiendo que esa noche cambiaría su destino.
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Editado: 23.10.2025