Sombras del Corazon

Capítulo 2: La doctora del barrio prohibido

El amanecer llegó con un cielo gris y el murmullo lejano de sirenas.
Nápoles despertaba, pero para algunos, el día solo era una extensión de la noche.

Valentina Moretti caminaba rápido por la avenida Spaccanapoli, con la cabeza cubierta por la capucha de su abrigo.
Había pasado toda la noche en el hospital y solo quería llegar a su pequeño apartamento antes de que comenzara el caos del tráfico.

La ciudad olía a café, gasolina y peligro.
Los muros grafiteados del barrio hablaban de clanes, de promesas de muerte y lealtades rotas.
Y sin embargo, era su hogar.

Al llegar a su edificio, una vecina la detuvo.

—Valentina, ¿otra noche sin dormir? Vas a enfermarte, niña.

—Estoy bien, signora Rosa —sonrió débilmente—. Solo necesito una ducha y café.

Pero mientras subía las escaleras, sintió una punzada en el pecho.
El apellido que había escuchado la noche anterior no dejaba de sonar en su cabeza: Rinaldi.

Había visto ese nombre en los periódicos, asociado con tráfico de armas, muertes, juicios y corrupción.
¿Y ahora ella había salvado a uno de ellos?

Se detuvo frente a su puerta.
No sabía si sentirse orgullosa… o aterrada.

Horas después, en una mansión a las afueras de la ciudad, Dante Rinaldi miraba por la ventana de su despacho.
El humo de su cigarro dibujaba sombras en el aire.
Sobre su escritorio, una carpeta abierta mostraba fotografías, nombres, rutas de dinero.

Entró su mano derecha, Luca Ferraro, con expresión preocupada.

—Dante, los de la familia Costello se están moviendo. Dicen que el chico al que mataste era su mensajero.
—Entonces que manden otro —respondió Dante sin mirar.
—No es tan simple. Los Costello quieren guerra.
—Que la tengan.

Luca lo observó en silencio.
Conocía a Dante desde que eran niños, y sabía que tras esa calma fría se escondía un volcán.

—¿Y el médico que ayudó anoche? —preguntó Luca—. La policía podría rastrear el ingreso del herido.

Dante aplastó el cigarro en el cenicero.
—No dirá nada. No es de las que hablan.

—¿Y cómo puedes estar tan seguro?

Dante se giró hacia él, con una media sonrisa.
—Porque vi sus ojos. No eran de miedo… eran de alguien que ya ha visto demasiadas cosas.

Ese mismo día, en el hospital, Valentina revisaba informes cuando su jefa la llamó a la oficina.

—Doctora Moretti, ayer atendió un caso… irregular —dijo la directora, con tono diplomático.

—Era una emergencia. No podía dejar que muriera en la puerta.

—Entiendo. Pero ese tipo de casos pueden traer problemas. Y me temo que ya los tenemos.

Valentina sintió un nudo en el estómago.
—¿La policía?

—No. Peor —respondió la directora, mirando por la ventana.

Valentina se giró y vio a dos hombres vestidos de negro esperándola en el pasillo.

—Quieren hablar con usted.

Los hombres se acercaron.
—Señorita Moretti, el señor Rinaldi desea agradecerle personalmente —dijo uno, con una leve inclinación de cabeza.

Ella tragó saliva.
—Dígale al señor Rinaldi que no fue un favor. Fue mi trabajo.

—Insiste en verla. Tiene… una forma especial de mostrar gratitud.

Valentina suspiró.
No tenía opción.

El auto negro la llevó por calles que nunca había recorrido, hasta un distrito donde los muros estaban vigilados por hombres armados.
La mansión Rinaldi se alzaba imponente, rodeada de cipreses y cámaras.

Cuando bajó del auto, un aire helado le erizó la piel.
No era miedo, exactamente. Era esa sensación de estar entrando a un mundo que no le pertenecía.

La puerta se abrió y Dante apareció.
Camisa blanca, sin corbata, mangas remangadas y una herida fresca en el pómulo.
Parecía peligro y elegancia en una misma figura.

—Doctora Moretti —dijo él, con voz grave—. No esperaba volver a verla tan pronto.

—Yo tampoco, señor Rinaldi —respondió ella, intentando mantener la compostura.

—Dante. Llámame Dante.

Ella dudó un segundo, pero asintió.
—Está bien, Dante. ¿Por qué estoy aquí?

Él la observó con una mezcla de curiosidad y respeto.
—Porque anoche me demostraste algo. Que todavía hay gente que no le teme a este mundo.

—No soy valiente —dijo ella suavemente—. Solo hago lo correcto.

Él sonrió, y por un instante, el peligro en su mirada se suavizó.

—Eso te hace diferente, Valentina. Y en este mundo… lo diferente suele morir pronto.

—¿Es eso una amenaza?

—No. Es un aviso.

Ella lo miró, firme, sin bajar la cabeza.
—Entonces espero que tu aviso no se cumpla. Tengo pacientes que me esperan.

—Y yo tengo enemigos que no descansan —respondió Dante, acercándose—. Quizás podamos ayudarnos mutuamente.

—¿Ayudarnos?

—Tú sabes curar cuerpos. Yo… sé destruirlos. A veces ambas cosas son necesarias para sobrevivir.

Ella lo miró con un brillo desafiante.
—No sé en qué tipo de mundo vives, Dante, pero el mío no necesita balas.

—Entonces deja que te muestre el mío.

Por un instante, el silencio los envolvió.
Solo se oía el sonido del viento moviendo las hojas.
Y aunque ninguno lo admitiría, ambos sintieron lo mismo: una atracción peligrosa, casi eléctrica.

Valentina dio un paso atrás.
—Gracias por… tu agradecimiento. Pero no vuelvas a buscarme.

Dante la observó marcharse, con las manos en los bolsillos.
Sabía que no la olvidaría.
Y aunque no lo entendía aún, esa mujer acababa de poner en jaque el imperio que había construido.




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