La lluvia había regresado a Nápoles.
Parecía que el cielo lloraba los pecados de la ciudad, uno por uno.
Entre los callejones del barrio español, los murmullos crecían: una explosión en el puerto, dos familias en guerra, un nuevo cadáver sin nombre.
La policía estaba en alerta.
Y en medio de ese caos, Valentina Moretti no podía dormir.
Sentada frente a su ventana, miraba las luces naranjas reflejarse sobre el pavimento mojado.
Tenía la bata médica puesta, pero no estaba en el hospital.
Su mente seguía repitiendo una escena: los ojos grises de Dante mirándola desde el suelo, herido, desafiante, vivo.
Sabía que había cometido un error al ayudarlo otra vez.
Sabía que los Rinaldi eran veneno.
Y sin embargo… algo dentro de ella se negaba a arrepentirse.
El timbre del teléfono la sacó de sus pensamientos.
Era su amiga y compañera del hospital, Clara.
—Vale, ¿viste las noticias? —preguntó ella, sin saludar.
—No. ¿Qué pasó ahora?
—Encontraron tres cuerpos en el puerto. Dicen que fue una guerra entre clanes. La policía está interrogando a todo el personal médico que atendió heridos anoche.
Valentina se quedó helada.
—¿A todo el personal?
—Sí, incluso a ti. Van al hospital en la mañana. Ten cuidado con lo que dices.
El corazón de Valentina se aceleró.
Sabía que, si mencionaba a Dante, estaría firmando su sentencia.
Y lo peor… era que no sabía por qué no quería hacerlo.
Al amanecer, el hospital San Michele estaba lleno de policías.
Dos agentes vestidos de civil se acercaron a Valentina.
—Doctora Moretti, necesitamos hacerle algunas preguntas sobre los heridos que ingresaron anoche.
Ella asintió, intentando mantener la calma.
—Claro. Los registros están completos.
—Uno de los hombres que trató no aparece en los archivos. Según los testigos, llegó con una herida de bala. ¿Sabe algo de eso?
Valentina tragó saliva.
Recordó las manos de Dante, el olor a sangre y humo, el peso de su mirada.
—No —respondió con voz firme—. Anoche ingresaron varios heridos por la explosión. Pero nadie con ese perfil.
El policía la observó fijamente.
—Está segura, doctora. Cualquier información podría ayudar.
Ella sostuvo su mirada.
—Lo siento, agente. No puedo inventar lo que no vi.
Los agentes se miraron entre sí, luego asintieron.
—Si recuerda algo, comuníquese con nosotros.
Cuando se fueron, Valentina respiró por primera vez en varios minutos.
Sabía que acababa de mentir… y que lo había hecho por un criminal.
En otro lugar de la ciudad, Dante Rinaldi observaba desde el asiento trasero de su auto mientras su hombre de confianza, Luca, conducía por las calles empapadas.
—¿Estás seguro de que la doctora no habló? —preguntó Dante.
—Sí. La policía fue al hospital esta mañana. Ella negó todo.
Dante encendió un cigarro y exhaló lentamente.
—Esa mujer tiene más valor que muchos de mis hombres.
—O más miedo —respondió Luca.
Dante sonrió.
—No. Ella no teme por sí misma… teme por los demás. Eso la hace peligrosa.
—¿Y qué piensas hacer con ella?
—Protegerla.
Luca arqueó una ceja.
—¿Desde cuándo te preocupas por alguien fuera del clan?
—Desde que me salvó la vida dos veces —replicó Dante con tono seco—. Y porque sé que, si los Costello descubren su nombre, la usarán contra mí.
Luca no insistió.
Sabía que Dante rara vez cambiaba de opinión… y que cuando una mujer se metía en su cabeza, nada bueno salía de eso.
Esa noche, Valentina regresó tarde a casa.
Apenas cerró la puerta, escuchó un ruido en la ventana.
Su pulso se aceleró. Tomó un bisturí de su maletín —era lo único que tenía a mano— y se acercó lentamente.
La cortina se movió.
—Tranquila —dijo una voz masculina.
Ella lo reconoció de inmediato.
—¡Dante! —exclamó, entre miedo y furia—. ¿Qué haces aquí? ¿Estás loco?
—Posiblemente —respondió él, entrando sin permiso—. Pero necesitaba asegurarme de que estabas bien.
—¿Y para eso tenías que irrumpir en mi casa?
—La policía te interroga, los Costello te buscan, y tus vecinos hablan demasiado. Sí, tenía que hacerlo.
Valentina cruzó los brazos, intentando no mirarlo.
—No debiste venir. Si alguien te ve aquí, me destruyes la vida.
Dante se acercó un paso.
—Ya lo hice, ¿no? Desde que aparecí en tu hospital.
Ella quiso responder, pero el tono en su voz la desarmó.
No era arrogante. Era sincero.
Cansado. Humano.
—Solo vine a darte esto —dijo Dante, sacando una pequeña caja metálica de su chaqueta.
—¿Qué es?
—Un teléfono seguro. Si algo pasa, me llamas.
—No necesito esto.
—Sí lo necesitas. No por mí, por ti.
Valentina lo miró con mezcla de ira y confusión.
—¿Por qué te importa tanto lo que me pase?
Dante bajó la mirada.
—Porque eres la única persona en esta ciudad que me ha visto sangrar y no se ha ido corriendo.
El silencio llenó la habitación.
Ella dio un paso atrás, pero no pudo apartar la vista de él.
Había una verdad dolorosa en sus palabras… y también una promesa.
—No sé si estás intentando protegerme o arrastrarme contigo al infierno —dijo ella, con voz temblorosa.
—Quizás las dos cosas —respondió él.
Ella suspiró y le tendió la mano.
—Está bien. Pero prométeme algo, Dante.
—Lo que quieras.
—No vuelvas a matarme a nadie frente a mí.
Él sonrió, apenas.
—Eso no puedo prometerlo. Pero intentaré que no tengas que verlo.
—Entonces será un pacto de silencio —murmuró ella.
—Sí. Entre tú y yo.
Sus miradas se cruzaron una última vez.
No dijeron nada más.
Pero en esa noche silenciosa, entre el peligro y la atracción, nació algo más fuerte que el miedo: una lealtad imposible.
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Editado: 23.10.2025