Sombras del Corazon

Capítulo 5 – Un trato bajo la lluvia

El cielo se había vuelto un espejo de plomo las nubes pesaban como la culpa, y el sonido distante de los truenos marcaba el compás de una guerra silenciosa.

Valentina estaba de pie frente a la ventana del pequeño apartamento donde Dante la había llevado. No era un lugar de lujo paredes descascaradas, un sofá viejo, y un olor constante a cigarro y lluvia.
Sin embargo, desde allí podía ver la ciudad entera. Las luces titilaban como si la noche misma respirara.

Dante apareció detrás de ella, recién salido de la ducha, con el cabello oscuro aún húmedo y una venda limpia en el hombro.

—Tenemos que irnos —dijo con voz firme.
—¿A dónde?
—A ver a Salvatore Russo.
—¿Estás loco? —preguntó ella, girándose—. Ese hombre intentó matarte.
—Y lo seguirá intentando mientras no le demos una razón para detenerse.
—¿Y cuál sería esa “razón”?
Dante sonrió apenas.
—Tú.

Valentina lo miró, incrédula.
—No pienso ser parte de tus juegos, Dante.
—Esto no es un juego —respondió él, acercándose—. Si no te presento como alguien de mi lado, te usarán contra mí. Pero si creen que estamos aliados…
—¿Aliados?
—Sí —dijo, bajando la voz—. O más que eso.

Ella entendió lo que insinuaba.
—¿Quieres que finja que…?
—Que eres mía —completó él, sin apartar la mirada.

Por un instante, ninguno habló.
El silencio fue más peligroso que cualquier bala.

Horas después, la lluvia volvió con fuerza.
El punto de encuentro era un restaurante antiguo en el barrio viejo, donde la familia Russo tenía ojos en cada esquina. Dante llegó con Valentina del brazo, ambos vestidos de negro.
Ella llevaba un abrigo que apenas ocultaba su nerviosismo. Él, en cambio, caminaba con la calma del que sabe que la muerte podría estar esperándolo… y aun así sonríe.

—Recuerda lo que te dije —murmuró Dante al entrar—. Pase lo que pase, no muestres miedo.
—¿Y si disimulo mal?
—Entonces no disimules. Solo mírame. —Le rozó la mano con un gesto sutil—. Mientras me mires, nada puede tocarte.

El salón estaba lleno de humo, vino caro y hombres armados.
En la mesa del fondo, Salvatore Russo —traje gris, barba cuidada, sonrisa venenosa— los esperaba.

—Vaya, vaya… —dijo al verlos llegar—. Dante Rinaldi, el fantasma que se niega a morir.
Dante sonrió con frialdad.
—Y tú, Salvatore, el hombre que dispara desde las sombras. Pensé que te habías olvidado de mí.
—Nunca me olvido de las deudas. —Su mirada se deslizó hacia Valentina—. ¿Y quién es la bella compañía?
—Mi mujer —respondió Dante sin dudar.
Valentina apenas logró ocultar el temblor de sus dedos.

Salvatore la recorrió con la mirada.
—Bonita… demasiado bonita para alguien como tú, Dante.
—La belleza también puede ser un arma —replicó él—. Y tú deberías saberlo.

El ambiente se volvió denso. Uno de los hombres de Russo apoyó la mano sobre su pistola, pero Dante ni se movió.
Valentina sintió el corazón martillarle el pecho.

—¿Y a qué debo el honor? —preguntó Salvatore al fin.
—Vine a hablar de paz. —Dante dejó caer una carpeta sobre la mesa. Dentro, varios documentos falsificados: rutas, contactos, nombres.
—¿Paz? —se burló el otro—. No existe eso entre nosotros.
—No mientras no te convenga —dijo Dante, encendiendo un cigarro—. Pero esto puede convenirte.
Salvatore hojeó los papeles, frunciendo el ceño.
—¿Qué quieres a cambio?
—Tiempo.
—¿Y ella? —Salvatore señaló a Valentina—. ¿Qué papel juega?
Dante sonrió con un aire casi desafiante.
—El más peligroso de todos. Me hace creer que todavía tengo algo que perder.

El silencio que siguió fue mortal.
Luego, Salvatore soltó una carcajada ronca.
—Tienes agallas, Rinaldi. Te daré una semana. Pero si me mientes…
—No miento. —Dante se levantó, tomándola de la mano—. Y no negocio dos veces con el mismo demonio.

Salieron bajo la lluvia.
Valentina respiró hondo al cruzar la puerta; el agua fría le cayó sobre el rostro, y recién entonces se dio cuenta de que estaba temblando.

—Casi nos matan ahí dentro —susurró.
—Por eso me gusta hablar en persona —dijo él, encendiendo otro cigarro—. Las balas duelen menos cuando ves venir las sonrisas.

Ella lo miró, empapada, los labios temblando entre miedo y algo más.
—No vuelvas a usarme así.
—Te protegí —replicó él.
—No me escondiste detrás de una mentira.
—Tal vez —dijo Dante, acercándose—. Pero dime, ¿qué te duele más la mentira o lo que sentiste cuando la dijimos?

Ella se quedó muda el agua resbalaba por su rostro, y él estaba tan cerca que podía sentir su respiración.
Por un instante, el mundo se detuvo.

Y sin pensarlo, Dante la besó.
Un beso breve, violento, inevitable.
Como un disparo en medio de la tormenta.

Valentina lo apartó, con los ojos brillantes.
—No vuelvas a hacerlo.
—Entonces no vuelvas a mirarme así. —Y sonrió, encendiendo otro cigarro mientras la lluvia seguía cayendo.

Detrás de ellos, la ciudad dormía pero los clanes se preparaban para la guerra.




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