Sombras del Destino

Capitulo Ocho: Cadenas

Puerto de Blackstone, isla mercante.

La multitud se reúne, predominando los varones, todos atentos a que empiece la subasta semanal donde salen en exhibición las nuevas adquisiciones del dueño, un señor con poca o casi nada de moral, regordete y viejo, con ojos azules y un parche de seguridad, con poco carisma y un enfermizo negocio.

-Damas, caballeros y fieles compradores-, anuncia, dando inicio a la subasta. -Puedo decir que hoy tengo una buena variedad de productos para todos los gustos-, pronuncia mientras camina por la tarima improvisada, señalando las mantas que cubren tres grandes cajas cuadradas detrás de él.

Después de que el viejo negociador termina su pequeño acto, la multitud celebra, algunos riendo y otros insistiendo para que retire las mantas. -No desesperen, señores, que en este momento revelaré la primera-, y destapa la caja más a la derecha, dejando ver que en realidad son jaulas, jaulas con hombres encadenados como perros, de manos, pies y cuello.

Muchos de ellos lloran, algunos desesperados por salir haciendo sonar las pesadas cadenas que los aprisionan, y otros tratando de invocar su magia a pesar de los grilletes y cadenas que se lo impiden. El hombre se muestra orgulloso por tal adquisición, pasando uno por uno describiéndolos y colocándoles un precio denigrante a cada uno. Esto, por más terrible que suene, era algo normal, pues se trataba de brujos, seres que para ellos no tenían el derecho de respirar. A pesar de esto, el negocio que realizaba el viejo continuaba siendo ilegal, pues solo los altos mandos podían poseer a un brujo o bruja para su beneficio. El negocio era ilegal por venderlos a gente de la baja sociedad, pero no por vender personas.

-Bueno, hemos pasado por la parte más aburrida-, pronuncia con una sonrisa que a muchos hace silbar, y prosigue con la venta de la segunda jaula, en la que detrás de sus rejas se encuentran mujeres, en las mismas condiciones que los varones, impidiéndoles hacer más que maldecir en su lengua natal e implorar a sus dioses que las libren de aquel suplicio.

El vendedor hace como si esto fuera lo más normal y las presenta una a una, vendiéndolas entre miradas morbosas y precios más altos que los varones. Mientras tanto, dentro de la tercera jaula y entre sollozos por ser separados de sus padres, se encuentran niños y niñas por igual, todos temblando y llorando.

Y dos hermanas saben que serán separadas. -Tranquila, no llores, Sesil, estoy contigo-, intenta calmar la mayor a su hermanita, que tiene las manos en sus ojos, rojos de tanto llorar. -Recuerda lo que mamá nos cantaba, ¿sí? -, con un nudo en la boca, la castaña comienza a cantar los versos que su madre les cantaba...

-Podré luchar y reír,

porque al prado lograré ir.

Allí la risa y bondad

Me llenaran de felicidad -Poco a poco los sollozos de los niños se fueron menguando, dándole atención a la castaña con su tierna voz

-Dejaré atrás

todo lo que me hace mal:

penas, sufrimientos,

miedos y tormentos. -Algunos se unen a su canto dentro de esa jaula.

-Y lista estaré,

pues al prado llegaré,

y a ningún monstruo yo temeré.

Porque al prado llegaré, llegaré,

al prado dorado yo iré-, Por un momento los niños se sienten bien después de todas esas noches donde fueron perseguidos. Por un momento dejan de llorar por sus madres y cantan, repitiendo esos párrafos, hasta que un estruendo se hace paso en el lugar y por las rajaduras de la tela un pequeño con rizos observa lo que pasa afuera.

A lo lejos, un dragón blanco enorme llega volando y produciendo sonidos que a más de uno pone pálido. Aquel dragón de ojos azules arrasa con las casas de aquella isla, habitada por seres de la baja de la sociedad. Si bien era una isla mercante, todo se basaba en el comercio ilegal, siendo una isla repudiada donde llegaban solo al comercio del mercado negro.

Por parte de los niños, no saben lo que sucede en el exterior y solo pueden escuchar los gritos de todos, hasta que sienten cómo el lugar tiembla. Los niños aterrados vuelven a pedir auxilio desesperados por salir, sin embargo, el pánico se desata afuera y nadie toma en cuenta sus gritos.

Sorprendentemente, los soldados del viejo vendedor y los brujos y brujas que fueron vendidos permanecen en pie, pues como era costumbre en su negocio, el producto no era entregado al comprador hasta el final de la subasta. El viejo, por su parte, no permitirá que tales ganancias se pierdan, pues es por demás un avaricioso. El jinete del dragón, al darse cuenta de que se trata de un negociante de personas, decide bajar.

El niño, al ver que el jinete de tal bestia es en realidad una mujer, no sabe cómo sentirse. Pues la mujer esta vestida con un vestido amoldado a su silueta, una tela negra cubre sus piernas, dándole la facilidad de moverlas a su voluntad. Tiene tela en la parte de atrás de la cintura, simulando una falda que es sujetada a la parte superior de color rojo oscuro, que enmarca su pecho con un escote simple que deja descubierta su clavícula y hombros, con mangas largas y negras que al llegar a las manos se pueden ver muñequeras de plata.

Además, su cara está cubierta por una máscara negra que impide ver su rostro, y pelea sin inmutarse con los subordinados del negociante. Los que están encadenados están tensos ante la presencia de la mujer. Después de unos minutos, ningún carcelero está de pie o respirando, es entonces cuando ella se acerca al vendedor, que durante la pelea se escondió detrás de los prisioneros. -No me mates, te lo imploro-, Dice el viejo contrabandista: -Tengo dinero, mu mucho dinero. Te puedo pagar todo lo que quieras". Antes de que continuara lloriqueando, la mujer deshizo las cadenas de los brujos con un movimiento de manos y entregó una daga al que estaba más cerca de ella. Sin decir nada, se retiró del lugar escuchando los suplicios del viejo.




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