Capítulo 2 – El Lobo Acecha
Punto de vista: Nikolai Volkov
La lluvia tamborileaba contra el parabrisas del coche estacionado.
Nikolai observaba el callejón con los ojos entrecerrados, desde la comodidad relativa del asiento trasero. Una colilla de cigarro ardía en sus dedos, y el humo danzaba perezosamente dentro del vehículo.
El brillo rojizo del tabaco contrastaba con la oscuridad de la noche.
—¿Está seguro de que vendrá? —preguntó Igor, su segundo al mando, desde el asiento delantero. Tenía las manos en el volante, los nudillos blancos por la tensión.
—Ella siempre cumple. Es lo único que la define —respondió Nikolai con voz baja, casi como un susurro.
Irina Romanova. La sombra de los Krov. La mujer que aparecía en las pesadillas de muchos hombres duros del bajo mundo.
Había oído rumores, pero también había visto de primera mano los cuerpos que dejaba atrás. Siempre limpia. Siempre precisa. Una máquina letal envuelta en misterio.
Pero esta noche sería distinta. Esta noche, la vería sin máscara.
La silueta encapuchada apareció finalmente, moviéndose con la gracia de un espectro entre la lluvia.
Nikolai dejó el cigarro, se ajustó el abrigo y salió del coche sin hacer ruido. Cada paso que daba lo acercaba a una de las figuras más peligrosas de Moscú, y sin embargo, sentía curiosidad más que miedo.
Ella se detuvo frente a la puerta oxidada, sacando una pistola con silenciador.
En ese instante, Nikolai supo que si se demoraba un segundo más, perdería la oportunidad. Aceleró el paso, la alcanzó y posó su mano sobre su hombro.
El contacto fue breve, casi un roce. Pero lo suficiente.
Una descarga recorrió su brazo como un rayo contenido. El calor lo hizo retroceder un paso.
Irina giró sobre sí misma con una velocidad sobrehumana, apuntándole directo al rostro. Pero sus ojos ámbar se abrieron con sorpresa. Ambos se quedaron congelados.
En sus brazos, las letras comenzaron a formarse. Oscuras, profundas.
"Nikolai Volkov" en la piel de Irina.
"Irina Romanova" en la piel de Nikolai.
El mundo se volvió silencioso.
Ni la lluvia, ni los ruidos del callejón parecían existir. Solo estaban ellos, y la revelación que los destrozaba desde dentro.
—Esto no puede estar pasando —murmuró Irina, y su voz tembló. Era casi imperceptible, pero estaba ahí. Un estremecimiento real.
Nikolai no pudo evitar sonreír, una sonrisa seca, cargada de sarcasmo.
—Parece que el destino tiene un retorcido sentido del humor.
—Lo dice la maldita escoria de los Volchya... —gruñó Irina, con el rostro deformado por el asco—. Un maldito bastardo despreciable.
—Tú tampoco eres inocente —replicó él, dejando caer su tono a una gravedad peligrosa—
¿Quién no conoce a la perra loca de los Krov? Una huérfana entrenada solo para obedecer órdenes.
Un arma disfrazada de mujer.
Irina levantó el arma, esta vez con la intención de disparar. Pero las sirenas rompieron la tensión. Se escuchaban a lo lejos, pero acercándose con rapidez.
—Mierda —susurró Nikolai.
Su instinto de supervivencia se activó—. Tenemos que irnos.
—¿Tenemos? —replicó ella, con la pistola aún levantada.
—Nos guste o no, ahora estamos vinculados. Y si la policía nos atrapa juntos, no vivirás lo suficiente para lamentarlo.
Ella dudó. Y en ese segundo de duda, supo que él tenía razón.
—¡Muévete! —gruñó, empujándolo por el pecho mientras tomaba la delantera.
Corrieron por los pasajes estrechos, pisando charcos, esquivando cajas metálicas y sombras anónimas.
Una pareja se asomó desde un callejón y se escondió de nuevo al ver sus armas.
Al llegar a un muro sin salida, Nikolai sacó una palanca de hierro oculta entre los ladrillos y activó una puerta oculta.
El viejo garaje del que solo él sabía. Empujó a Irina dentro y cerró tras ellos.
El silencio los envolvió. Solo el eco de sus respiraciones pesadas y el latido furioso en sus oídos.
—¿Qué demonios fue eso? —escupió Irina.
—El destino... —repitió Nikolai, esta vez sin sonrisa.
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Editado: 24.05.2025