Sombras Del Destino

Capítulo 06—Refugio entre Sombras

Capítulo 6 – Refugio entre Sombras.

La noche se había cerrado completamente sobre Moscú, y la tormenta que caía sin descanso transformaba las calles en ríos oscuros.

Nikolai e Irina llegaron empapados a un antiguo almacén abandonado, escondido en los márgenes del distrito industrial, lejos de cualquier patrullaje policial o mirada curiosa.

Las ventanas rotas y los escombros en el suelo dejaban en claro que nadie había pisado ese lugar en años, al menos no vivo.

El sonido de sus pasos sobre los charcos formados dentro del edificio resonaba como tambores apagados.

El aire era denso, húmedo, con el olor a metal oxidado y madera podrida impregnandolo todo. Las sombras, deformadas por la tenue luz que se filtraba por los cristales rotos, se movían como si tuviesen vida propia.

Nikolai cerró la puerta con fuerza tras ellos y revisó su arma con precisión.

Irina se apartó de él inmediatamente, su cuerpo tenso como un resorte. Dejaba entre ellos un espacio marcado por el odio, la furia contenida y una tensión que ya no era sólo física, sino emocional.

Algo más profundo que la rabia los separaba… y los ataba.

No creas que esto cambia algo —espetó Irina, su voz afilada como una navaja.

Su cabello chorreaba sobre su rostro y la sangre seca aún manchaba su mejilla.

¿Y qué crees tú? —respondió Nikolai con frialdad—. ¿Que estoy aquí por elección? Tú me arrastraste a esto.

Irina se giró hacia él, los ojos brillando con rabia y algo más que no quería nombrar.

—¡¿Yo te arrastré?! ¡Tú me tocaste! ¡Tú causaste esto! —gritó, dando un paso hacia él—. ¿Sabes lo que significa esto para mí? ¡Para mi familia! ¡Para mi reputación! ¡Para todo lo que he construido con sangre!

Nikolai no se movió, pero su mandíbula se tensó.

¿Y qué? ¿Crees que me importa lo que piense tu cartel?.

Tú no eres más que una herramienta para ellos. Una sombra con un arma.

¿Crees que les importa lo que sientas o quién te marque la piel?

Lo único que les interesa es que sigas obedeciendo... sin pensar.

—¡Tú no sabes nada! —le gritó Irina, y antes de que pudiera contenerse, le lanzó un puñetazo directo al rostro.

Nikolai apenas lo desvió, pero el impacto lo hizo retroceder un paso.

Ella no se detuvo.

Le golpeó el hombro, el pecho, lo empujó con fuerza.

Él respondió sujetándola por las muñecas y empujándola contra la pared con un golpe seco, sus rostros a centímetros, sus respiraciones entrelazadas.

¡Suéltame, maldito! —escupió Irina, forcejeando.

¡Entonces deja de comportarte como una niña con rabieta! —rugió él.

El silencio cayó de pronto. Sólo se oía la lluvia golpeando el techo, el goteo constante de agua desde una viga rota.

Irina respiraba agitadamente, con la mirada fija en sus ojos.

La tensión era brutal, insoportable, cargada de un calor que no tenía nada que ver con deseo y todo que ver con rabia reprimida.

Sin decir una palabra más, Irina lo empujó con violencia y se soltó.

Recogió su chaqueta mojada del suelo y caminó hacia la salida con pasos duros, decididos.

—No necesito tu ayuda. No te necesito a ti. Y menos ahora

La puerta metálica se cerró de golpe tras ella, sacudiendo el marco oxidado. El eco resonó largo y pesado, como una sentencia.

El frío de la noche la golpeó de inmediato, pero Irina lo ignoró. Caminó por el callejón estrecho con la mente ardiendo.

La lluvia golpeaba su rostro como agujas, pero era apenas una distracción.

Hasta que lo sintió.

Un cambio en el aire.

Un paso que no era suyo.

Una presencia que no pertenecía a la calle vacía.

—¿Creyeron que me tomarían por sorpresa? —susurró, girando levemente el rostro.

Tres hombres surgieron de la penumbra, como espectros.

Iban armados, vestidos de negro, rostros cubiertos.

Su silencio era más amenazante que un grito.

Estaban preparados.

Calculados.

Pero no lo suficiente.

El primero levantó su pistola.

Irina ya se había lanzado hacia la derecha, rodando por el suelo mojado. Disparó en movimiento, el silenciador apenas opacando el estruendo. El hombre cayó con un agujero humeante en la frente.

El segundo intentó rodearla.

Ella lanzó un cuchillo con precisión quirúrgica, directo al cuello. Cayó sin emitir más que un gorgoteo húmedo.

El tercero corrió.

Quizá esperando que el miedo lo salvara. Irina no lo dejó avanzar. Lo persiguió entre los charcos, lo alcanzó, y con una brutal llave, le quebró el cuello con un crujido seco.

Su cuerpo cayó como un saco vacío sobre los adoquines.

El silencio volvió, pesado, absoluto.

La lluvia seguía cayendo, ahora mezclándose con la sangre que corría por el suelo. Irina respiraba con fuerza, los ojos encendidos como brasas.

Desde las sombras del almacén, Nikolai la observaba. Había salido tras ella por instinto… o quizás por algo más.

Y ahora, viendo los cuerpos a su alrededor, supo con certeza una cosa:

Irina Romanova no era sólo peligrosa. Era una fuerza imparable.

Y esa noche, más que nunca, estaba dispuesta a matar a cualquiera… incluso a él, si se interponía en su camino.




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