Sombras Del Destino

Capítulo 08— La Sombra Vuelve a Casa

Capítulo 8 – La Sombra vuelve a casa.

Las puertas del antiguo edificio de ladrillo negro crujieron al abrirse de golpe.

Irina irrumpió en el vestíbulo con pasos pesados, el eco de sus botas mojadas resonando como disparos en el mármol agrietado.

El agua goteaba de su capucha empapada, formando un pequeño charco a sus pies, pero ella no parecía notarlo.

Sus ojos ámbar ardían con furia, y su mandíbula estaba tan tensa como los puños cerrados a los costados.

El refugio de los Krov estaba en penumbra, iluminado apenas por algunas lámparas industriales colgando del techo.

Todo olía a pólvora, sudor y secretos antiguos.

Pero no era el ambiente lo que la alteraba: era el caos en su pecho, el enojo, la traición latente, el vínculo maldito que ardía en su piel.

—¡Maldición! —gruñó, arrojando la chaqueta mojada al suelo.

Caminó como una sombra, atravesando los pasillos hasta llegar a la vieja oficina al fondo del pasaje sur.

La puerta estaba entreabierta, y dentro, una figura de espaldas observaba unos planos extendidos sobre una mesa.

El hombre alzó la vista cuando la escuchó.

—Irina —dijo con voz profunda, grave, teñida de un tono seco

—Arkadi

No era un mentor

Nunca lo fue.

Solo era el hombre que la había arrancado de la calle cuando era niña, el que la moldeó como un arma, el que decidió que su vida no valdría nada fuera de una guerra que ella no pidió.

Lo respetaba. Porque respetar a Arkadi era lo único que garantizaba seguir con vida.

Pero esta vez, sus ojos reflejaban algo distinto:

Una furia fría, peligrosa, tan afilada como un cuchillo.

—¿Dónde demonios estabas? —soltó sin rodeos.

—Nos emboscaron —dijo ella con voz firme—. Eran profesionales. Bien entrenados. Eso no fue casual.

Arkadi entrecerró los ojos, avanzando hacia ella con una expresión oscura.

Y entonces lo vio.

La marca

—¿Qué mierda es eso? —preguntó, su voz estallando como un trueno. Ya no había duda ni confusión. Solo rabia.

Irina se tensó. Ya no tenía sentido ocultarlo

—No fue voluntario. Fue un roce. Un maldito instante —dijo, con los dientes apretados.

—¿Con quién? —exigió Arkadi.

—Nikolai Volkov.

El silencio que siguió fue más aterrador que cualquier grito.

—¡¿Con el Volkov?! —bramó, golpeando la mesa con el puño—. ¡El líder de la familia que ha intentado matarnos durante años! ¿¡Y tú vas y te dejas marcar por él!?

—¿Crees que lo planeé? —espetó Irina, furiosa—. ¿Crees que tengo algún control sobre esta maldita marca? ¡Ni siquiera lo sabía hasta que lo toqué!

—¡Entonces deberías haberlo matado en el acto! —gritó Arkadi—. ¡Ese vínculo no es solo una maldición, es un riesgo! ¡Nos convierte en blancos!

Irina sintió que el pecho le ardía.

No solo por sus palabras, sino por la forma en que él la miraba: como si ya no fuera su soldado más letal, sino una amenaza.

Un error.

—No sé qué fue esa emboscada, pero alguien sabía que yo estaría allí —dijo con la voz baja y contenida—. Alguien que no estaba entre nuestros enemigos.

Arkadi la miró por un largo momento. Sin emoción. Sin palabras. Y luego habló, con veneno en cada sílaba:

—Deja de buscar fantasmas donde no los hay. Y si de verdad quieres seguir siendo útil para esta familia, más te vale resolverlo. Antes de que alguien más lo haga por ti.

Irina no respondió.

Dio media vuelta y salió, con el sonido de su respiración agitándose como un tambor de guerra en su pecho.

No tenía pruebas.

No tenía nombres.

Pero tenía una certeza creciendo en su interior como una sombra:

"Algo no estaba bien"

Y tal vez, solo tal vez, el mayor peligro no era Nikolai Volkov... sino las personas que la rodeaban desde siempre.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.