Sombras del destino

Capítulo 10— La Caza Silenciosa

Capítulo 10 – La Caza Silenciosa.

Punto de vista: Irina

El cielo seguía encapotado sobre Moscú, como si la ciudad se negara a soltar la tensión que se tejía en el aire.

Las luces de los faroles parpadeaban en la niebla, y las sombras danzaban con cada ráfaga de viento helado.

El aire olía a humedad, óxido y algo más… presagio.

Irina Romanova cruzaba un viejo callejón del distrito industrial, con la capucha calada sobre su rostro, las botas amortiguando el sonido de sus pasos en el pavimento mojado.

Arkadi la había enviado a una misión "sencilla"

Supervisar una entrega de armas de un contacto aliado.

Demasiado sencilla para alguien como ella.

Su instinto le gritaba que algo no encajaba.

La vieja fábrica a la que fue convocada estaba vacía, cubierta de óxido y abandono. Al entrar, todo su cuerpo se tensó.

El silencio era demasiado profundo. No había rastro del contacto.

Solo el eco de sus propios pasos, el zumbido lejano de una lámpara rota parpadeando, y el retumbar de su propio corazón agitado.

—Esto huele a trampa… —murmuró, desenfundando su pistola.

Entonces, movimiento. Rápido. Coordinado.

Cinco figuras emergieron de la oscuridad. No llevaban insignias. Se movían como sombras, con armas silenciadas. Cazadores. Profesionales.

Pero Irina no era una presa fácil.

Rodó por el suelo, disparando dos veces con precisión quirúrgica.

Uno cayó.

Los otros se dispersaron, abriendo fuego. Las balas silbaban a su alrededor.

Se ocultó tras una vieja caldera, el metal retumbando con los impactos.

Una granada rodó hacia ella. No dudó. La pateó con fuerza hacia una columna metálica.

El estallido iluminó el interior como un relámpago infernal, sacudiendo el piso y llenando el aire de polvo y metralla. Aprovechó el caos.

Saltó sobre otro atacante, enterrándole el cuchillo en el cuello. Sangre caliente salpicó su rostro.

Otro se abalanzó sobre ella por la espalda. Irina lo derribó con una llave, lo inmovilizó y le partió el brazo con un chasquido seco.

El grito del hombre se perdió en el estruendo.

El último intentó huir.

Le disparó en la pierna.

El silencio volvió, esta vez espeso como alquitrán.

Solo los jadeos entrecortados de la sicaria y los gemidos de su prisionero llenaban la fábrica.

Irina se acercó al sobreviviente, arrastrándolo por el suelo con fuerza brutal.

Ató sus manos con alambres de acero, asegurándose de que el metal cortara un poco en la carne.

Su mirada era puro hielo.

—¿Quién te mandó? —preguntó con voz baja, peligrosa.

El hombre escupió sangre, sin responder. Ella no se inmutó.

Sacó su cuchillo.

Se lo mostró, girándolo lentamente ante sus ojos aterrados.

—Última oportunidad.

Él guardó silencio.

Irina hundió el filo en la piel de su muslo, lentamente, dibujando un surco de sangre. El grito fue desgarrador.

—¿Quién? —insistió, acercándose hasta que sus labios rozaban su oído—Te haré pedazos tan pequeños que no podrán ni identificar tu ADN.

El hombre temblaba, pero aún no hablaba. Así que Irina fue más lejos.

Le quebró un dedo.

Luego otro.

—¡Basta! ¡Basta! —gritó al fin—. No sé su nombre. Solo recibí la orden… tras tu muerte debía entregar un mensaje. No esperaban que sobrevivieras…

Irina se quedó inmóvil.

—¿Qué mensaje?

—“Eliminad el vínculo. Es un riesgo.” Eso fue lo que dijeron…

Se quedó helada. Las palabras golpearon su pecho como un martillo.

Alguien sabía de la marca. Alguien con poder. Y ese alguien la quería muerta.

Revisó los cuerpos.

Uno llevaba un tatuaje bajo la oreja: una serpiente enroscada.

Irina lo reconoció.

Había visto ese símbolo antes.

Algunos de los hombres más sucios con los que Arkadi había trabajado lo llevaban. Mercenarios que desaparecían tras cumplir su tarea.

Regresó a la base. Llevó el cuerpo del atacante “interrogado” como si hubiera muerto por heridas.

Nadie sospechó. Arkadi ni siquiera la miró a los ojos. Solo dijo:

—Bien hecho.

Ella asintió, oculta tras una máscara fría. Pero por dentro, el fuego se encendía.

Esa noche, Irina no durmió. Pegada a la ventana, bajo la lluvia, repasaba rostros, conversaciones, silencios.

Ciertos aliados parecían ahora sombras sospechosas. Algunas miradas que antes no notaba ahora parecían cuchillos.

Alguien en su propia familia la había condenado. Y ella lo descubriría.

La sombra había comenzado su propia caza.

Esta vez, la presa no tenía escapatoria.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.