Capítulo 11 – Sello de Sombras.
Punto de vista: Irina
La lluvia continuaba cayendo como un velo silencioso sobre Moscú.
El sonido de las gotas golpeando contra los ventanales del apartamento era casi hipnótico, pero Irina no encontraba descanso.
Su mirada seguía fija en el mapa que había desplegado sobre la mesa, con hilos rojos uniendo fotografías, documentos y notas escritas a mano.
Cada conexión, cada nombre, cada rostro, era una posible amenaza. Todo apuntaba a una traición que comenzaba a cerrarse sobre ella como un nudo apretando la garganta.
En el aire flotaba una tensión cargada, como electricidad estática antes de una tormenta. Afuera, los relámpagos iluminaban brevemente la ciudad, proyectando sombras afiladas sobre las paredes.
Irina caminaba de un lado al otro, como un maldito animal enjaulado.
En sus manos, sostenía una hoja doblada: un informe filtrado por uno de sus informantes de bajo nivel.
En él, se hablaba de una reunión clandestina de Viktor con contactos desconocidos en la estación de tren abandonada de Cheryomushki.
Y eso no era lo peor. Había una frase garabateada al final: "Objetivo prioritario: eliminar interferencias internas."
Ella no era estúpida. Esa frase hablaba de ella.
Volvía a mirar la foto de Viktor, uno de los encargados del tráfico de armas.
Siempre había sido cordial con ella, pero ahora recordaba cómo su mirada evitaba la suya desde hacía semanas.
Luego estaba Oksana, la encargada de finanzas, cuyo nerviosismo había aumentado tras la última reunión con Arkadi.
La forma en que todos evitaban mirarla directamente.
La forma en que sus órdenes eran retrasadas. La Sombra ya no era intocable dentro de los Krov.
Y Arkadi… su expresión al ver la marca. La ira, no preocupación.
Eso la había marcado más que cualquier amenaza abierta.
Para él, el vínculo con Nikolai era un peligro, un error que debía ser corregido. ¿Estaría detrás del intento de asesinato? ¿O simplemente encubría a alguien más poderoso?
Esa noche, Irina se vistió con ropa oscura y sin ruido. Cuchillos en los tobillos, pistola bajo el abrigo, cabello recogido en una cola alta.
No era una mujer, era una máquina tallada por años de violencia. Se deslizó por las calles como un susurro, sin dejar huella.
Durante dos noches, siguió a Viktor sin ser vista.
En ambas, se encontró con un hombre encapuchado en una estación de tren abandonada.
No pudo escuchar lo que decían, pero la rigidez del cuerpo de Viktor le revelaba tensión.
Intercambiaban sobres. Información. Dinero.
Algo se movía por debajo del radar de Arkadi… o quizás, con su permiso.
La tercera noche, Irina no se limitó a observar.
Entró en la estación por una salida lateral y se ocultó entre los escombros.
El aire olía a óxido y humedad. Escuchó sus voces, bajas, tensas. "No falles esta vez. Ella sospechara...."
La lluvia caía con furia sobre los tejados de Moscú, un murmullo constante que cubría el sonido de los pasos rápidos.
Irina se movía entre las sombras con la precisión de un depredador, su mirada fija en su objetivo.
Viktor caminaba desprevenido, protegido sólo por la oscuridad y su arrogancia.
No la vio venir.
En un movimiento rápido, Irina se deslizó detrás de él, sujetándolo con fuerza.
Antes de que pudiera gritar, presionó una inyección en su cuello: un sedante rápido y efectivo.
Viktor cayó como un muñeco roto, desmayado.
—Idiota —murmuró Irina con frialdad, agachándose para levantarlo.
Lo arrastró hacia un coche robado que esperaba en un callejón cercano.
Nadie la vio. Nadie la detendría.
Horas después...
La habitación estaba iluminada sólo por una bombilla desnuda que parpadeaba como un latido nervioso.
El olor a humedad y óxido impregnaba el aire.
Viktor despertó atado a una silla de metal, con la sangre seca endureciéndose en su mejilla.
—Buenos días —susurró Irina, su tono tan gélido que erizaba la piel.
Él forcejeó, los grilletes chirriando en protesta.
—¿Qué quieres de mí, Irina? ¡Yo no hice nada! —escupió con desesperación.
Ella se limitó a mirarlo como si fuera un insecto.
Sacó un pequeño estuche metálico y lo abrió, revelando cuchillos, tenazas, alicates, jeringas. Herramientas de precisión.
—¿Nada? —repitió con voz aterciopelada mientras pasaba los dedos por las hojas afiladas—. Eso será fácil de corregir.
Sin más preámbulos, hundió el filo en la parte blanda del antebrazo de Viktor, lento, metódico.
Él gritó, pero allí nadie vendría a salvarlo.
—¿Quién te dio la orden? —preguntó, limpiando el cuchillo en su pantalón.
—¡No sé nada! ¡Te lo juro!
Irina sonrió.
Esa respuesta la había esperado.
Tomó las pinzas y, con una precisión quirúrgica, comenzó a arrancarle las uñas una por una.
Cada aullido era música para su determinación.
Cada súplica, gasolina para su furia.
—¿Quién, Viktor? —insistió, su voz tranquila, casi dulce.
—¡Fue Arkadi! ¡Fue Arkadi! —chilló finalmente, ahogado en lágrimas, sangre y miseria.
—¡Él nos vendió! ¡Dijo que eras un riesgo, que había que eliminarte!
Irina se detuvo.
Por un instante, el mundo pareció congelarse.
Arkadi...
El que la había arrastrado a esta vida sucia.
El que se suponía debía protegerla.
El cuchillo tembló en su mano, pero solo por un segundo.
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Editado: 24.05.2025