Sombras Del Destino

Capitulo 13—La Primera Grieta

Capítulo 13: La Primera Grieta

Punto de vista: Irina

La noche se había vuelto aliada de Irina. Envuelta en un abrigo oscuro y con el rostro oculto por la capucha, se deslizaba por las calles traseras del distrito industrial como una sombra.

Moscú dormía bajo una nevada persistente, pero ella no sentía el frío. La adrenalina en sus venas era suficiente para mantenerla en pie.

Hoy no sería solo una noche más. Hoy daría el primer golpe.

Su objetivo: Vladislav Mirov, uno de los nuevos tenientes bajo el ala directa de Arkadi.

El tipo era torpe, descuidado y hablaba más de la cuenta cuando bebía. Precisamente por eso, Irina había rastreado su rutina durante días, hasta que encontró el momento ideal.

Cada jueves por la noche, Mirov se reunía en una oficina apartada del garaje principal de los Krov con un contacto externo.

Las cámaras solían apagarse durante ese tramo de tiempo, con la excusa de “fallas técnicas”.

Irina sabía que no había errores en el sistema Krov. Solo secretos.

Se deslizó entre las sombras del muro lateral, saltando con agilidad felina a una cornisa baja. Desde allí, se coló por una ventana mal cerrada, cayendo en cuclillas sobre el piso metálico.

El olor a aceite y gasolina impregnaba el aire. El zumbido lejano de un generador ocultaba sus pasos.

Escuchó voces en el fondo. Una, reconocible al instante: Vladislav.

La otra, más grave, más segura. Quizá el contacto externo. Irina se deslizó hasta quedar al lado de la puerta y colocó un pequeño dispositivo para amplificar el sonido.

—...no sé cuánto más podremos contenerla —decía Vladislav, con un tono nervioso—. La perra está empezando a sospechar. Eliminó a Viktor como si fuera un insecto.

—¿Y Arkadi aún no da la orden definitiva?

—Está esperando la confirmación del consejo... pero será pronto. Muy pronto.

Irina no necesitaba más.

Golpeó la puerta con una patada precisa. Ambos hombres giraron con sobresalto, pero solo Vladislav alcanzó a desenfundar el arma.

Una bala silenciada lo detuvo en seco, atravesando su muslo y obligándolo a caer con un alarido apagado.

El otro, el desconocido, intentó huir por la puerta trasera, pero Irina le lanzó un cuchillo que se clavó justo a un lado de su cuello, rozando la yugular.

Cayó inconsciente por el dolor.

Caminó hacia Vladislav, quien intentaba arrastrarse.

—Irina... yo no... solo seguía órdenes...

Ella se agachó frente a él, con los ojos afilados como cuchillas.

—Yo también. Durante muchos años. Pero ya no.

Lo tomó del cabello y lo arrastró hasta una silla metálica.

Ató sus manos con un cable, y le colocó un paño sucio en la boca. Lo interrogó durante horas, fría, paciente. Cuando no respondía, presionaba la herida. Cuando mentía, lo dejaba sangrar.

—¿Quién más está en la lista? —susurraba—. ¿Cuándo piensan matarme? ¿Dónde está Arkadi cuando habla con los externos?

Las respuestas fueron lentas. Vladislav resistió como pudo, pero su miedo lo traicionó.

Al final, dio nombres: el contador personal, dos soldados veteranos, incluso un médico de la base. Irina grabó todo en un pequeño dispositivo.

—Gracias, Vladislav —susurró al oído—. Serás útil, incluso muerto.

Una bala, silenciosa, puso fin al interrogatorio.

Antes de irse, quemó los documentos sobre la mesa y arrastró los cuerpos hasta el incinerador del garaje. Lo dejó todo limpio. Frío. Profesional.

Mientras salía, entre las sombras del tejado industrial, unos ojos grises la observaban.

Nikolai.

No se acercó. Aún no. Pero lo había visto todo. La forma en que ella operaba. Su precisión, su ira contenida. Y algo más... algo en su mirada que no había visto antes. No solo sed de venganza. También dolor. Soledad.

—¿Qué diablos estás haciendo, Irina? —murmuró para sí.

Volvió a su refugio sin saber que esa noche, alguien más había sido testigo de su primer golpe.

Mientras se quitaba la ropa ensangrentada y dejaba caer el abrigo mojado, su mente ya planeaba el siguiente paso.

Arkadi estaba marcado. Y ahora, con un nombre tras otro cayendo en su lista, el círculo comenzaba a cerrarse.

Pero en algún lugar, entre la sangre y la estrategia, su instinto le susurraba una advertencia:

Nikolai está cerca.




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